Durante mucho tiempo me salieron, casi sin querer, cuentos en los que el protagonista era Dios. Usar personajes del dominio público es un recurso que me gusta usar y aparece en Léame. Dios es uno de esos personajes, uno legendario y de gran antigüedad en la literatura.
El dios de los cuentos que suelo escribir es fácilmente irritable. Se exaspera al ver lo que hacen los hombres, y muchas veces quiere intervenir. Se enoja con las cosas que hace la humanidad en general, y también con las acciones de los que creen en él. Por ejemplo, el cuento Dios contra los rezos arranca con los siguientes párrafos:
Dios estaba recostado sobre una nube, escuchando los rezos de la gente, cuando se dio cuenta de algo que en realidad había sabido todo el tiempo, pero nunca se había tomado el trabajo de pensar. “Esta gente está rezando para que me entere de que desean algo”, reflexionó Dios. “¿Se piensan que no lo sé? ¿Se creen que vivo en una nube?”
Dios se enojó, se levantó y alejó la nube de una patada. “¿Creen que si rezan suficiente voy a cambiar mi voluntad? ¿Creen que soy tan fácil de influir?” Dios se indignó. Sonaron truenos en todo el Universo. Los habitantes del Paraíso que estaban cerca se dieron cuenta de que estaba irritado y decidieron alejarse en silencio, para no ser objeto de la ira de Dios.
Dios también transita los límites de su omnipresencia y omnipotencia. Ambas son ilimitadas en cuanto a posibilidad física, pero no siempre son convenientes. Dios debe lidiar con las consecuencias de sus poderes plenos, y aplicar su infinita sabiduría para usarlos bien. A veces tiene que luchar contra sus ganas de romper todo y empezar de nuevo. Una vez no se pudo resistir, mandó un diluvio y encargó a un pobre tipo que juntara a todos los animales del mundo en una embarcación, con tremendas consecuencias logísticas.
En otras historias, Dios se hace presente en el Infierno, juega a los dados con el Universo, se mira en el espejo, interviene en el mundo con el único propósito de divertirse, descubre la religión, contrata un asesor de imagen, decide irse a vivir a la casa de la familia Tanner en Los Ángeles y se las agarra con Rúben, un individuo que lo irrita especialmente.
Es otra serie que no sé por qué no está en Léame. Seguramente por la abundancia de otro material, y también porque hay muchos cuentos posteriores a la fecha de corte. Uno solo estuvo a punto de entrar, el titulado Teocracia, en el que Dios, harto de los presidentes que el pueblo elige, decide dar un golpe de estado, se instala él mismo como jefe de estado supremo y produce un milagro económico. Pero a este cuento todavía le falta alguna que otra horneada.
Por lo pronto, la serie Dios contra el mundo sigue creciendo en cantidad y variedad. Quién sabe, tal vez podría ser un libro entero. Por ahora no hay planes al respecto, pero estas cosas pueden cambiar en cualquier momento.