No sé qué es eso. Mejor dicho: sí sé. Pero no sé diferenciar el humor inteligente del estúpido. Conozco de ambos, y hay muchos especímenes que no sé de qué lado de la línea ubicar.

Me es más importante si algo me divierte o no. Puede ser diversión barata, por qué no. A veces una idea muy estúpida es divertida sólo por eso. Claro que puede ser independiente de si fue concebida como algo humorístico.

Nunca me propuse hacer humor inteligente. Aparentemente eso es lo que me sale, según los comentarios que recibo. Fenómeno, me halaga. Pero la inteligencia, en todo caso, se coló. Lo que estaba buscando es “¿qué me parece gracioso?”

Me parece que las ideas en sí no son inteligentes o no. Es el desarrollo lo que las hace inteligentes, interesantes. Si uno plantea de forma burda o estúpida una idea que podría ser inteligente, es un desperdicio. Y si uno plantea de forma ingeniosa una idea simplota, de repente se eleva a la categoría de inteligente.

Hay trucos, sin embargo, que algunos humoristas usan para disfrazar un chiste malo o estúpido de inteligente. Es identificarlo como tal. Vamos a un ejemplo concreto. En la obra “El regreso del indio”, Les Luthiers interpretan a un grupo folklórico que tenía ideas políticas (es un plagio de algo que hacían diez años antes en “El valor de la unidad”). En un momento mencionan a Lenin y uno de ellos exclama que no le gustan las canciones de “Lenin y McCartney”. Esto es inmediatamente seguido por una sucesión de otros gags. Minutos más tarde, ocurre otro chiste de la misma altura. No me acuerdo cuál era, pero no es un buen chiste. ¿Cómo lo salvan? Mundstock hace una risa exagerada, mucho más que la que se merece ese chiste. Inmediatamente exclama “¡Lenin y McCartney!”, revelando que había estado todo ese tiempo tratando de entender el chiste estúpido de hace un rato. Así, se consigue elevar dos chistes que no estaban a la altura y convertirlos en un momento memorable.

Es necesario encontrar un equilibrio. Saber el timing de cada chiste. Todos pueden tener su lugar. El asunto es no dar a ninguno un peso inadecuado. No dejar que parezca que el autor cree que un chiste estúpido es una genialidad, y dar tiempo al lector de disfrutar uno más complejo.

Así, todos los lectores estarán incluidos.