El otro día tuve mi primera experiencia en un cine 3D. Hasta ahora me había negado a ver las películas que salían en ese formato (las de Pixar, por ejemplo, las miro en su versión 2D). ¿Por qué? Porque me daba la impresión de que una película en general está diseñada para una pantalla de dos dimensiones, y así como me gusta verlas en idioma original, prefiero ver también el formato original.

Había otras razones. Nunca estuve convencido de que el 3D en el cine fuera una buena idea. No es necesario para contar una historia, ni para tener una película estéticamente bella. El cine ya tiene una manera de proyectar las tres dimensiones. Se llama perspectiva, y funciona muy bien. Es cierto, la perspectiva es una ilusión óptica, pero el 3D también es una ilusión óptica. Y si vamos más allá, el cine mismo es una ilusión óptica.

Me daba la impresión de que una película que quisiera aprovechar el 3D iba a prestar más atención a esos efectos que a lo importante: trama, actuación, dirección, fotografía, etc. Iban a estar buscando oportunidades para mostrar el chiche, para hacer ver a la gente que la plata extra que pagaron valió la pena. Ojo: no me parece mal que se haga. Pero tampoco me pareció que hubiera alguna razón para ir a verlo.

Hasta que apareció Hugo, de Scorsese. Aparentemente la película fue diseñada con el 3D en mente, y lo hizo Scorsese. Me dije entonces que estaba ante la oportunidad de experimentar el 3D hecho por alguien en quien confío. El razonamiento es más o menos así: “si alguien va a hacer que valga la pena el 3D, es Scorsese”.

¿Qué me pareció? El 3D me distrajo, me sacaba de la película. La experiencia confirmó mis temores. Algunos efectos son muy lindos, pero cuando se mezcla la dimensión con actores queda artificial, como la pantalla azul del Chapulín Colorado. Quedan los actores en dos dimensiones y el fondo en tres. Y eso da una sensación muy rara, que me saca de la historia hace acordar de que estoy viendo una película.

Una película que me encantó. Fui sin saber mucho de la trama, sólo que había muchas referencias al cine temprano, y en particular a Méliès. Me encontré con una historia deliciosa sobre la magia del cine. Cuando digo “magia del cine” me refiero a la experiencia, a lo que se puede sentir viendo y haciendo cine. Y a las posibilidades narrativas y visuales. No en vano Méliès era director y también mago.

Me encanta el cine mudo, y particularmente las películas de la primera época, las de los hermanos Lumière, esas cosas. Siento que estoy viendo magia. Me permito ponerme en el lugar de alguien que por primera vez está viendo imágenes en movimiento.

El lenguaje del cine se desarrolló en las décadas mudas, con distintos hitos que vienen al caso. Hubo que descubrir el montaje, el significado de dos planos seguidos, la continuidad, las distintas formas que estamos acostumbrados a ver. Cuando se ven películas de antes de esos descubrimientos, son asombrosas. Es un lenguaje distinto, perdido, nuevo.

Hugo no innova en el lenguaje. Es una película exquisitamente filmada, con un guión “tradicional”. Narrativamente, es una historia que vi muchas veces. Hay un niño soñador y curioso, un viejo que lo resiste pero algo se trae entre manos, la esposa del viejo, que es más dulce y conoce el secreto, la protagonista femenina que desencadena las aventuras, el antagonista que trata de impedir los hechos que sabemos que se van a producir. No hay nada innovador en esa estructura, y no importa. Porque se trata de otra cosa. La estructura no es más que eso, un soporte para lo que la película quiere ser.

El film habla mucho de los descubrimientos, de jugar con los chiches nuevos, de sueños, de sensaciones. Méliès descubrió una forma nueva de hacer magia y de narrar, e inmediatamente se puso a jugar y experimentar con ella. Scorsese agarra esa forma con cien años de desarrollo, y usa las técnicas que tiene bien aceitadas. Pero le agrega otra: el 3D. Un chiche nuevo (es una manera de decir, porque existe hace más de 50 años) con el que Scorsese juega. Tiene sentido que elija hacerlo en esta película y no en otra.

Pero, más allá de algún efecto atractivo cada tanto, el 3D no logra darle otra dimensión a la película. Porque ya la tenía. Es un artificio, como todos los que hay en el cine, salvo que notorio. La película es mejor cuando está narrando, cuando mete al espectador en la historia. El espectador está adentro, rodeado, olvidándose de que lo que está viendo es en realidad un rectángulo iluminado. De repente aparece un efecto 3D, un copo de nieve que se sobresale de la pantalla, la artificialidad queda expuesta, y se traza una línea entre film y espectador.

Recomiendo no perderse Hugo en cine. Es una película maravillosa, que vale la pena, y sospecho que en 2D la historia brilla todavía más.