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Debe ser por mi ansiedad que cuando estoy leyendo un libro, no veo la hora de terminarlo. Porque por alguna razón parece que me gusta más haber leído que leer. Me pasa lo mismo cuando miro una película. Quiero saber cuánto dura, para poder calcular cuándo llegará el momento en el que se termine.

No es que no lo disfrute. Al contrario, está lleno de libros y películas que me encanta percibir. De hecho, algunos libros me gustan tanto que, al mismo tiempo que los quiero terminar, quiero que no se terminen. Es una contradicción que aparentemente me preocupa mucho más que disfrutar los libros. Pienso en esas cuestiones fuera de mi control, como la longitud de un libro, en lugar de estar ocupándome 100% de disfrutar esa lectura.

Me pasa lo mismo en las presentaciones en vivo. Me gusta hacerlas, las disfruto, pero estoy esperando el momento de bajarme del escenario, que la cosa termine, a pesar de que no necesariamente disfruto más lo que viene después. Sólo quiero llegar a ese momento.

Me parece que el asunto está en la responsabilidad. Terminar un libro o una película, o una lectura, es una tarea a realizar, algo que, por más que esté perfectamente a mi alcance, tengo que hacer. Y no lo puedo hacer de cualquier manera. Tengo que mantenerme concentrado en lo que sea que estoy haciendo. Puedo terminar una película habiéndome dormido durante la mitad de su duración, pero eso es un fracaso de mi parte.

Es como que ansío un estado de no tensión, de seguridad, que me permita (en mi ilusión) disfrutar sin estar pendiente de vaya uno a saber qué cosa que estoy pendiente en esos casos. Entonces, cuando termino la experiencia en cuestión, puedo volver a agarrar el libro, o la película, y atravesarlos con más tranquilidad.

Soy mucho mejor relector que lector.

Primero fui un purista. Pensaba que las traducciones tienen que ser meticulosas. El traductor no debe lucirse, sino (digamos) canalizar una obra que está en un idioma a otro. Tiene que respetarla todo lo posible, y si en el idioma de destino no queda muy bien, es preferible eso a que traduzca algo que no es.

Por esa razón, la traducción de letras de canciones me parecía imposible. Lo mismo otras formas donde lo importante es, justamente, la forma. Con el tiempo, cualquier tipo de traducción que respetara estrictamente al material original me empezó a parecer casi imposible.

Y es que la traducción es imposible. Lo que hace un traductor no es traspasar la obra de un idioma a otro, como si se pasara una canción de sol a re. Es crear una obra nueva, basada en la obra original, con la idea de que transmita lo mismo a otro público. Dentro de lo posible.

Ahí me empecé a aflojar. En una de ésas la mejor manera de traducir algo no es decirlo exactamente como el original lo decía. Entendí que un buen traductor tiene que preservar el mensaje, la esencia o como lo quieran llamar. Para lograrlo, tiene que entender muy bien la obra que está traduciendo, y tener el mayor conocimiento posible de las culturas a las que está intentando unir.

En el caso de una obra con trama, conviene que se mantenga razonablemente cerca de la trama original. A veces es necesario cambiar nombres de personajes, o lugares, para que se entiendan mejor. Conviene hacerlo con ingenio, pero sin competir con el autor original. El lector (o receptor, o lo que sea) tiene que admirar al que escribió la obra, si admira a alguien. Admirar al que la tradujo es algo que viene después.

Entendí entonces que la traducción es una forma de adaptación. Un libro pasa al cine, y ya por eso no es exactamente igual. No es una cuestión de “en el libro uno se imagina las cosas y en el cine no”. Son lenguajes distintos, y hay que interpretar la obra original para que sea eficaz en el otro lenguaje. Así, en el cine se eliminan escenas, o se agregan, o se inventan personajes, o se funden partes, o se cuenta una historia distinta.

En el caso de la adaptación como al cine, muchas veces la gente nota las diferencias y se queja de que no es como la película lo hace ver. Pero sí es. La película es así. Puede estar mal adaptada, o bien. El error es pensar que la película basada en un libro tiene que representar fielmente al libro.

Y sí, estoy de acuerdo. Tiene que representarlo fielmente. Pero, a veces, la fidelidad en la representación requiere cambiar el contenido.

Siempre fui adverso a los doblajes. No entiendo por qué alguien querría ver una película o una serie en un idioma que no sea el original. Hay muchas razones para sostener mi posición, no es la idea hacerlo acá. Dejo a Borges que enumere algunas.

Borges menciona como defecto central “el injerto arbitrario de otra voz y de otro lenguaje”. Y por bien hecho que esté un doblaje, no puede escapar a eso. Pero bueno, no hay muchas alternativas para traducir una película. O se subtitula o se dobla. Diferentes públicos y distintas culturas prefieren diferentes soluciones a ese problema. A uno le puede no gustar, no quita que exista.

El cine argentino, cuando se proyecta en Argentina, no tiene la necesidad de traducir los diálogos, porque están en castellano. Sin embargo, durante décadas todas las películas argentinas eran dobladas.

Por alguna razón, los estudios decidieron seguir filmando igual que en la época muda, y preocuparse después por la banda sonora. El proceso de hacer una película se hacía en dos partes, primero la imagen, después el audio. En parte, esto es habitual en todo el cine. En general, todos los sonidos que se escuchan son agregados en post, porque hay más control. Salvo las voces, que son captadas por micrófonos durante el rodaje, porque lo que se quiere capturar es la actuación de los actores, no la imagen de una actuación y la voz de otra separada, que puede producirse años después, o incluso ser hecha por otro actor.

Entonces, ver una película argentina de antes de los ’80 es algo muy extraño, porque se asiste al matrimonio forzoso de dos partes separadas, que no forman un total equivalente al que sería si hubieran nacido juntas. Los diálogos tienen esa cualidad de locutor, justamente porque están grabados como si fueran programas de radio. El resultado es automáticamente artificial, y hace más difícil meterse en la película.

Todo esto lo pensaba el otro día mientras miraba en el BAFICI la película … (que se titula así, puntos suspensivos), de 1971 pero nunca estrenada. Hay muchas cosas para decir sobre ella, que no vienen al caso acá. Lo que estaba todo el tiempo presente era la conciencia del doblaje. Y encima la película parecía estar fuera de sincro, lo que aumentaba el efecto.

Sin embargo, según dice Quintín, el audio fuera de sincro es intencional, un recurso de ruptura propio de lo que hacía la nouvelle vague en esa época. Les gustaba jugar con la artificialidad, sacar al espectador de la película, hacer notar que lo que se está viendo no es una realidad. O lo que sea. Jugar con el sincro es una manera muy efectiva de lograrlo, al menos si el espectador soy yo. Viendo la cantidad de programas de televisión que se transmiten fuera de sincro, se me ocurre que mucha gente no presta atención a este tipo de cosas.

Entonces, si la película … efectivamente usaba el doblaje y jugaba con el sincro para sacar al espectador de la película, algo que no me di cuenta de que estuviera hecho a propósito, estaba usando el mismo recurso que el resto del cine argentino usaba para las películas “normales”. Todas las películas con ese doblaje logran sacarme y mostrarme su artificialidad. Es bueno que al menos una lo haga intencionalmente.

Me da la impresión de que, cuando uno quiere desempeñarse en áreas artísticas, vale la pena formarse en ámbitos diferentes del que uno quiere formar parte.

No estoy seguro de que sea cierto. Puede serlo sólo en algunos casos. Pero que haya instancias en las que no es válido no implica que sea algo que no tenga ningún mérito.

Vamos a ponerme de ejemplo. Siendo que escribo, tal vez sería lógico que estudiara Letras. Seguramente me daría cierta formación acorde a lo que quiero hacer. Sin embargo, nunca se me ocurrió estudiar semejante cosa. De hecho, nunca supe que existía una carrera así hasta mucho después de haber terminado la educación formal.

Sin embargo, no siento que no haber estudiado Letras me perjudique. Al contrario, la carrera que estudié, más relacionada con el cine, aporta a lo que escribo. No estoy mandando permanentemente tecnicismos cinematográficos. Pero sí pienso de una manera distinta de la que me parece que pensaría de haberme preparado en “lo mío”.

Debe ser algo parecido a saber idiomas. Son diferentes maneras de pensar, que otorgan vocabularios distintos (y en el caso de los idiomas, eso no es metáfora). Estructuras distintas, que al ser aplicadas a otros medios otorgan resultados de características más salientes.

No estoy diciendo que los que escriben habiendo estudiado letras serán más predecibles, ni nada por el estilo. Es perfectamente válido. Simplemente, quiero hacer notar el aporte de una carrera diferente aplicada a algo que no se suponía que tenía que servir.

El otro día tuve mi primera experiencia en un cine 3D. Hasta ahora me había negado a ver las películas que salían en ese formato (las de Pixar, por ejemplo, las miro en su versión 2D). ¿Por qué? Porque me daba la impresión de que una película en general está diseñada para una pantalla de dos dimensiones, y así como me gusta verlas en idioma original, prefiero ver también el formato original.

Había otras razones. Nunca estuve convencido de que el 3D en el cine fuera una buena idea. No es necesario para contar una historia, ni para tener una película estéticamente bella. El cine ya tiene una manera de proyectar las tres dimensiones. Se llama perspectiva, y funciona muy bien. Es cierto, la perspectiva es una ilusión óptica, pero el 3D también es una ilusión óptica. Y si vamos más allá, el cine mismo es una ilusión óptica.

Me daba la impresión de que una película que quisiera aprovechar el 3D iba a prestar más atención a esos efectos que a lo importante: trama, actuación, dirección, fotografía, etc. Iban a estar buscando oportunidades para mostrar el chiche, para hacer ver a la gente que la plata extra que pagaron valió la pena. Ojo: no me parece mal que se haga. Pero tampoco me pareció que hubiera alguna razón para ir a verlo.

Hasta que apareció Hugo, de Scorsese. Aparentemente la película fue diseñada con el 3D en mente, y lo hizo Scorsese. Me dije entonces que estaba ante la oportunidad de experimentar el 3D hecho por alguien en quien confío. El razonamiento es más o menos así: “si alguien va a hacer que valga la pena el 3D, es Scorsese”.

¿Qué me pareció? El 3D me distrajo, me sacaba de la película. La experiencia confirmó mis temores. Algunos efectos son muy lindos, pero cuando se mezcla la dimensión con actores queda artificial, como la pantalla azul del Chapulín Colorado. Quedan los actores en dos dimensiones y el fondo en tres. Y eso da una sensación muy rara, que me saca de la historia hace acordar de que estoy viendo una película.

Una película que me encantó. Fui sin saber mucho de la trama, sólo que había muchas referencias al cine temprano, y en particular a Méliès. Me encontré con una historia deliciosa sobre la magia del cine. Cuando digo “magia del cine” me refiero a la experiencia, a lo que se puede sentir viendo y haciendo cine. Y a las posibilidades narrativas y visuales. No en vano Méliès era director y también mago.

Me encanta el cine mudo, y particularmente las películas de la primera época, las de los hermanos Lumière, esas cosas. Siento que estoy viendo magia. Me permito ponerme en el lugar de alguien que por primera vez está viendo imágenes en movimiento.

El lenguaje del cine se desarrolló en las décadas mudas, con distintos hitos que vienen al caso. Hubo que descubrir el montaje, el significado de dos planos seguidos, la continuidad, las distintas formas que estamos acostumbrados a ver. Cuando se ven películas de antes de esos descubrimientos, son asombrosas. Es un lenguaje distinto, perdido, nuevo.

Hugo no innova en el lenguaje. Es una película exquisitamente filmada, con un guión “tradicional”. Narrativamente, es una historia que vi muchas veces. Hay un niño soñador y curioso, un viejo que lo resiste pero algo se trae entre manos, la esposa del viejo, que es más dulce y conoce el secreto, la protagonista femenina que desencadena las aventuras, el antagonista que trata de impedir los hechos que sabemos que se van a producir. No hay nada innovador en esa estructura, y no importa. Porque se trata de otra cosa. La estructura no es más que eso, un soporte para lo que la película quiere ser.

El film habla mucho de los descubrimientos, de jugar con los chiches nuevos, de sueños, de sensaciones. Méliès descubrió una forma nueva de hacer magia y de narrar, e inmediatamente se puso a jugar y experimentar con ella. Scorsese agarra esa forma con cien años de desarrollo, y usa las técnicas que tiene bien aceitadas. Pero le agrega otra: el 3D. Un chiche nuevo (es una manera de decir, porque existe hace más de 50 años) con el que Scorsese juega. Tiene sentido que elija hacerlo en esta película y no en otra.

Pero, más allá de algún efecto atractivo cada tanto, el 3D no logra darle otra dimensión a la película. Porque ya la tenía. Es un artificio, como todos los que hay en el cine, salvo que notorio. La película es mejor cuando está narrando, cuando mete al espectador en la historia. El espectador está adentro, rodeado, olvidándose de que lo que está viendo es en realidad un rectángulo iluminado. De repente aparece un efecto 3D, un copo de nieve que se sobresale de la pantalla, la artificialidad queda expuesta, y se traza una línea entre film y espectador.

Recomiendo no perderse Hugo en cine. Es una película maravillosa, que vale la pena, y sospecho que en 2D la historia brilla todavía más.

En las clases de guión se usa a la película Volver al Futuro como un ejemplo de guión bien estructurado. La película está construida con un uso eficiente de los recursos. Los elementos que aparecen en las partes decisivas están plantados antes, y todos tienen sentido dentro de la narrativa.

A partir de la idea básica (un adolescente va al pasado, conoce a sus padres y pone en riesgo su existencia) se construye un mundo rico. Uno de los elementos es la comparación entre las distintas cosas como eran treinta años antes y en el “presente”. La ciudad en la que la película se sitúa es una provisión casi inagotable de esta clase de cosas. A tal punto que siguió trayendo cosas nuevas durante dos películas más.

Pero la riqueza de Hill Valley, y de la película, podía haberse visto reducida considerablemente de haberse seguido el plan original. Los guionistas de la película, Gale y Zemeckis, se encontraron durante la escritura con el mismo problema que los personajes: ¿de dónde sacar la enorme cantidad de energía que requiere la máquina del tiempo? E inicialmente lo resolvieron de una manera muy distinta.

Al principio de la película se ve que la máquina funciona con plutonio, porque requiere una reacción nuclear. Los guionistas, entonces, se acordaron de que en la época en la que querían situar el film había pruebas nucleares. Entonces decidieron trasladar a los personajes a New Mexico para la última parte de la cinta, en la que se produce el regreso.

Esta solución implicaba abandonar la ciudad que tanta riqueza proveía, y a resolver la historia principal con anticipación. O a hacer drásticos cambios respecto de lo que es la película final. El guión que se iba a filmar tenía este elemento. Sólo cambió cuando se dieron cuenta de que el presupuesto no alcanzaba para ir a New Mexico.

Ahí tuvieron que ver con qué elementos contaban y se les ocurrió lo del rayo en el reloj de la torre. De repente, tenían una solución mucho mejor. No sólo mantenía a la película en el mismo lugar donde había ocurrido todo el resto de la acción, sino que aparecían elementos que la enriquecían: que la acción principal del viaje en el tiempo sucediera gracias a la destrucción de un reloj, que los personajes pudieran anticipar un rayo específico por tener información del futuro, que hubiera un límite sobre cuánto tiempo tenía el protagonista en deshacer su error y enamorar a sus padres.

Las conclusiones son dos: a veces las trabas permiten mejorar la obra, porque obligan a aumentar la creatividad. Y, por otro lado, cuando los guionistas exploraron la obra y usaron los elementos que tenían en el mundo que habían creado, la película fue mucho mejor.