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November 2011


El siguiente es un autorreportaje.

—¿Por qué tratás al lector de usted?

—Porque me gusta el estilo formal. Lo encuentro más respetuoso en el uso escrito.

—¿Qué tiene de irrespetuoso tratarte de vos?

—No sé si es irrespetuoso. Pero es algo así: yo no sé quién va a leer el texto. No tengo por qué asumir que es alguien a quien tutearía (o vosearía, que es una palabra horrible). Suelen irritarme las publicidades que asumen que tienen suficiente confianza conmigo para tutearme. Parece que piensan que así voy a obviar algún tipo de análisis y comprar sus productos.

—¿No te gusta que te tuteen?

—En persona quiero que me tuteen, sí. Es muy feo que me traten de usted. Me hace acordar de que soy adulto.

—¿Y por qué te jode en la publicidad? Si preferís que te traten así.

—Porque no es una conversación de par a par. Es un mensaje impersonal, masivo, que me trata de vos a mí como te trata de vos a vos (aunque vos en este caso seas yo). Parece crear una sensación de intimidad que no se ganó. No voy a tratar de vos a miles de personas. Es cualquiera.

—Está bien. Pero con ese criterio deberías tratar al lector de “ustedes”, no de usted.

—No, pero hay una diferencia. En la publicidad se supone hay mucha gente viendo el aviso al mismo tiempo. En cambio, habitualmente, un ejemplar de un libro es leído por una sola persona simultáneamente. Entonces la tratamos en forma individual.

—Sin embargo, hay al menos un texto en Léame donde tratás de vos al lector, ¿no es cierto?

—Sí, hay uno. Es un caso especial. Si lo leés, vas a ver que ese texto no funciona si le cambiamos el vos por usted. Es un texto que parodia un discurso informal, por lo tanto debe ser también informal.

—¿Te molesta que te trate de vos?

—Para nada, porque vos sos yo. Y no voy a permitir que me trates de usted. Con los años he logrado entablar confianza con mí mismo.

Ha llegado el momento de revelar el contenido de Léame. Es decir, dar a conocer el índice, que indica qué cuentos están presentes en el libro. Es posible que usted, alegre lector, ya conozca algunos de ellos. También es posible que su favorito no esté. Pero no se preocupe. Puede ocurrir que esté con otro título, porque varios han cambiado con el correr del tiempo.

Esta lista ya está disponible desde hace algunos días en la página ¿Qué es Léame? que puede encontrarse arriba de todo. Pero como merece un poco más de exposición, lo repetimos acá.

Vale la pena mencionar que, en el libro, el índice se llama Menú. Esto es para continuar la temática tecnológica del título.

Así que, sin más dilación, aquí está el contenido de Léame:

  1. Usted es de los buenos
  2. Mi nube
  3. El método de la sortija
  4. Un paso hacia adelante
  5. Coquerío
  6. Walt Disney descongelado
  7. Lleno de naturaleza
  8. El baño y el otro lado
  9. Autodescripción
  10. Los tiempos románticos del coquero
  11. Tiro libre
  12. Hisóposis
  13. Plan Pepsi
  14. El carro que me quería
  15. Verdades acerca de usted
  16. Gaseoducto
  17. Planta vegetariana
  18. Ayudemos a los sapos
  19. El contenido de la piñata
  20. Una mano lava a la otra
  21. Lanzamiento
  22. Seamos buenos
  23. Visitante
  24. Huellas del camino
  25. Verleder y Lertena
  26. La extraña metamorfosis del doctor Erasmus Chesterton
  27. El camión de los centauros
  28. Mar de gente
  29. Hay sardinas
  30. Después de usted
  31. Alquiler de opiniones
  32. La vaca atada
  33. El placer del Apocalipsis
  34. El escape
  35. Cuando digo quiero decir
  36. Alicia en el país antropomórfico
  37. El abedul que quería caminar
  38. El álamo prominente
  39. Domingo de regreso
  40. Lo que nos costó la fiesta
  41. Gracias por rebajarse

Habrá, sin embargo, algunas sorpresas. Léame incluye bonus tracks, escondidos en las páginas, para que el lector se sorprenda al descubrir que hay más que lo que creía. ¿Cuáles son esos bonus tracks? Ah, lo siento, habrá que comprar el libro.

Cuando se empezaron a popularizar las comunicaciones online, se crearon los emoticons. Consisten en caras formadas por caracteres que sirven para expresar emoción. La idea es que el que está del otro lado puede no entender el sentido de lo que uno dice con sólo las palabras.

Eso es razonable en un chat, en una comunicación informal. A veces uno usa ironías o dice cosas que se pueden interpretar de varias maneras. Está bien dar una indicación de cómo interpretar. Pero no creo que sea aceptable en un texto.

A veces, es responsabilidad del lector determinar cuándo el autor está hablando en serio, y cuándo no. Hay que dar los elementos necesarios para que quede clara la intención, sin que sea necesario agregar algo como “era un chiste”.

En mi caso, es necesario tener claro que no siempre lo que digo es lo que pienso. Un libro no es un catálogo de opiniones de su autor, o no debería serlo. Las opiniones seguramente se filtran, pero no son el objetivo.

A veces, la mejor manera de decir algo es decir todo lo contrario. Mostrar la ridiculez de una posición que no es la de uno. Uno de los primeros textos de Léame consiste en una especie de declaración de principios acerca de la literatura y el rol de los lectores en ella. Lo que dice ese texto es inmediatamente contradicho por unos cuantos de los otros. Lo que, si se tomara en serio, constituiría una incoherencia.

Hay dos razones, creo, para darse cuenta. La primera es que, si me salió bien, ese texto es demasiado ridículo como para pensar que alguien se lo puede tomar en serio. La segunda es que esa misma contradicción tiene que decir algo. Alguien que piensa las primeras cosas en serio no puede escribir algunos de los textos siguientes. El lector tiene los elementos para distinguir qué es en serio, qué no es en serio y qué no es ni en serio ni no en serio. Es su responsabilidad hacerlo.

Sé que hay gente que se toma en serio muchas más cosas que las que debería. Vamos a un ejemplo práctico. Cuando escribía en LaRedó! solía hacer artículos con este método. Me parecía aburrido decir “esto está mal por tal, tal y tal razón”. Entonces lo escribía como si pensara lo contrario, exponiendo en el proceso las razones por las que no había que pensar.

En esa línea escribí una propuesta para que el Mundial de fútbol se jugara todos contra todos. Lo hice de tal manera que al principio pareciera más o menos razonable, pero a medida que se seguía leyendo iba siendo cada vez más ridículo. La razón principal de la ridiculez: hay 200 afiliados a la FIFA, un campeonato a dos ruedas implicaría hacer 400 fechas en cuatro años. El texto incluye varias sugerencias para lidiar con esta realidad, cuyo objetivo es humorístico aunque tenga un tono serio. Para cuando llega el ejemplo de una posible primera fecha, que es un gráfico interminable con alrededor de 100 partidos entre selecciones ignotas o de nivel muy desparejo, es mi postura que debería estar claro que el autor no está hablando en serio.

Si se fijan en los comentarios de ese artículo, entre los que insultan y los que no tienen nada que ver, encontrarán algunas cosas interesantes. Hay varios que se dan cuenta del chiste y lo saludan y/o se suben. Otros dicen cosas como “habitualmente me parece bien lo que decís, pero esto es ridículo”. Son los que no se dieron cuenta del sarcasmo, al menos en ese momento. Pero lo más divertido es que hay una tercera categoría: los moderados. Son los que se dan cuenta de que no funciona, pero quieren equilibrar. Entonces proponen alguna modificación, como para hacerlo un poco más razonable (como hacer categorías).

A mí me suele pasar al revés que a alguna gente. Muchas veces pienso que algunos están diciendo algo irónicamente, porque me resulta más divertido así. Por ejemplo, hay una especie de polémica sobre las películas de James Bond. Hay quienes sostienen que son humorísticas, satíricas o algo así. Otros dicen que están hechas muy en serio. No sé cuál será la verdad. Sí sé cuál prefiero que sea la verdad. Hay veces, sin embargo, en las que me entero que alguien piensa ciertas cosas en serio, y no estaba jodiendo cuando las decía. Y puede ser triste.

Así que en Léame habrá textos en los que digo lo contrario de lo que quiero decir, y otros en los que no (y muchos en los que mis opiniones son irrelevantes). Hay uno o dos en los que no sé hasta qué punto lo que digo pienso que es cierto, y hasta qué punto no. A veces me cuesta interpretarme a mí mismo.

Este es otro repaso de cuentos que quedaron afuera de Léame. Algunos, quién sabe, verán la luz en próximos libros.

  • Umbrales es uno de los textos fundadores del Rincón Sensible. Se trata de un señor que se la pasa subiendo umbrales, y reaccionando como hace uno al cruzar un umbral importante, hasta que se da cuenta de que está en una escalera. Dio paso a textos mejores, menos repetitivos y más sinceros, que son los que están en Léame.
  • El glóbulo feo es una historia de antropomorfismo temprano. Es “El patito feo” dentro del torrente sanguíneo. Está bien lograda, siempre me gustó, y creo que sigue funcionando. Sospecho que quedó afuera por cierto favoritismo hacia textos más modernos. También hay un par de parodias de cuentos clásicos que son mejores.
  • Crema chantilly fue mi primer nonsense. Me encanta, me gustan las imágenes y la progresión hacia un final revitalizante. No sé por qué no está en Léame, creo que simplemente quedó afuera por razones de espacio.
  • Cinta transportadora pertenece a la serie Caídas, que tiene pocos representantes en el libro. Son ejercicios de slapstick literario. Este en particular tiene movimiento, funciona un poco como la descripción de un dibujo animado. Pero las caídas son algo simples, y pueden volverse repetitivas, así que las mantuvimos a un mínimo.
  • La cuarta dimensión es otra caída, en un marco de ciencia ficción. Tiene algunos aspectos interesantes, como la mención al proceso de cataforesis, que no sé qué es salvo que se veía muy seguido en algunas publicidades de los ’80. Pero puede ser medio críptico, así que fue excluido en favor de otros cuentos más amigables al público y, vamos a decir la verdad, mejores.
  • Poderes misteriosos se trata de un señor que, después de un accidente en el que le pasan varias cosas, descubre que tiene una serie de poderes y no termina de entender bien cuáles son ni cómo se usan. Es un cuento largo, bastante antiguo, que requería mucha reescritura para estar al nivel del resto del libro. Tal vez la haga en el futuro. Mientras tanto, pueden leer una versión en el link. Se los recomiendo.
  • Cual tal, por último, es un texto publicitario que salió de un ejercicio de taller. Es sobre la nueva frase “cual tal”, una manera refrescante de decir las mismas dos palabras. Es un lindo ejercicio, nada más.

Recordar que las versiones linkeadas no son necesariamente las que hubieran entrado en Léame, sino que están menos pulidas, así que puede haber algunos errores y/o incoherencias. Puede que haya más entregas de los excluidos, no prometo nada, tampoco lo desprometo.

Releyendo el post anterior sobre ser positivo al escribir, pienso que algunas cosas se pueden interpretar mal.

Léame no deja el mensaje de que el mundo está lleno de pajaritos que revolotean en praderas repletas de flores y arcos iris. Hay una visión más o menos “realista” y también crítica, sólo que está enfocada desde un punto de vista que trata de mantenerse en lo positivo.

Suelo cuestionar todo lo que escribo, y también todo lo que hago. Es una sana costumbre. ¿Vale la pena hacer esto? ¿Se puede mejorar? ¿Aprendí algo? Trato de aplicar también lo que aprendo, no volver a cometer los mismos errores, todas esas cosas.

Esto se llama escepticismo, y hay gente que lo confunde con la negatividad. No, lo mío quiere positivo y también escéptico. ¿Por qué? Porque el escepticismo es una manera (tal vez la única) de llegar a la verdad.

En el caso de los cuentos, el asunto se reduce a ser fiel a lo que pienso que es el espíritu de lo que escribo, particularmente una vez que me doy cuenta de cuál es ese espíritu. No voy a tirar toda una construcción a la mierda sólo por hacer un chiste. Si es un chiste que vale la pena y no encaja, encajará en otro cuento. No faltará oportunidad.

Ese escepticismo es lo que hace que no me pase de mambo con la cuestión positiva. Porque en exceso puede ser irritante. Así como no voy a forzar un chiste que no encaja, tampoco voy a forzar positividad que no encaja. Pero nunca hay sólo lados negativos. Si me estoy enfocando mucho en lo negativo, el mismo escepticismo me hace repensarlo y busco algún lado bueno, para al menos mencionarlo.

El asunto es buscar siempre la verdad, aun la de la ficción. Y si la verdad es algo desagradable o que me parece que no vale la pena contar, y bueno, no lo cuento. Escribo otra cosa. O escribo lo mismo y veo si cambio de idea.

Hay dos posibilidades: Léame sería muy distinto sin Virginia Janza, o directamente no existiría.

Fue ella quien insistió en arrancar el proceso de publicación. Tuvo que vencer no mi resistencia, sino mi procrastinamiento. Esto es porque ella se dio cuenta antes de que estaba listo. Yo sabía que tarde o temprano iba a llegar el momento, pero no reconocí cuando llegó. O no lo reclamé.

Hasta que Virginia me hizo dar cuenta. Después de hacer taller con ella durante tres años, no sólo ya teníamos confianza, sino que conocía lo que era capaz de hacer. Ya había mejorado mi escritura en varios aspectos.

Primero, alentándome a escribir cosas diferentes. Nunca tuvo problema en hacerme notar los momentos en los que me estaba pegando a fórmulas. Siempre me animó para adentrarme en lo desconocido. Con el tiempo le fui perdiendo el miedo. Ahora me animo a escribir cosas que hace unos años no me hubiera imaginado que era capaz.

También supo ver maneras de mejorar los cuentos. Prácticamente todos los de Léame pasaron por su criterio, y en muchos casos sus sugerencias contenían la clave del asunto. Por ahí no era muy obvio, pero con el correr del tiempo aprendí a confiar en su criterio, a probar lo que a Virginia le parece, porque muchas veces ve cosas antes que yo. Y si bien no siempre la aplicación de esas sugerencias mejora un texto (nadie es infalible), nunca lo empeora.

Me ha hecho salir de enredos innecesarios. Por ejemplo, le llevé Walt Disney descongelado por primera vez hace dos o tres años. Contenía una trama complicada sobre enfermedades, con vericuetos darwinistas. La idea era que Disney se agarraba una enfermedad moderna para la que no estaba inmunizado o algo así, y eso era la consecuencia del descongelamiento. Pero apareció Virginia y dijo “¿por qué no le agarra un golpe de calor?” y de repente el cuento cerró. Era tan obvio, en retrospectiva, pero ella lo vio y yo no.

En otros casos disparó ideas que no eran la clave pero a través de ellas la encontramos. Yo digo A, ella dice B, yo digo C y ambos concluimos que es D.

Vio el potencial de cuentos que a mí no me parecía que estuvieran a la altura. Hay un par de casos que, librado a mis propios medios, hubiera dejado afuera o no hubiera considerado. Pero están en Léame porque a ella le gustan, y sospecho que eso es por algo (tampoco es que pienso que son un desastre).

Fue ella la que insistió en que el libro tuviera algún tipo de unidad, y la que pensó primero que había que hilvanar las diferentes series. Y, aparte, dar toques de cohesión. Que el libro fuera más que una colección de cuentos. Un álbum, no muchos singles.

También estuvo para las consultas permanentes. Si no estaba seguro de que algo fuera una buena idea, lo consultaba con ella. Si a ella le parecía bien, y a mí también, lo más probable es que estuviera bien. Fui generando mucha confianza en su criterio, que es independiente del mío pero compatible, mucho más de lo que sospechaba al principio.

En resumen, hacemos un buen equipo. He disfrutado mucho hacer Léame con ella.

Desde que me largué a escribir cuentos regularmente, tomé la decisión de ser positivo. Es un aspecto no sé si importante, pero constante de mi producción, que tal vez si no se menciona puede ser pasado por alto.

Es muy fácil entrar en la negatividad cuando se hace humor. “Todo sale mal en comedyland“. Se supone que si a los personajes les va mal, o tienen contratiempos, el espectador se divierte. Puedo entender la idea, pero no estoy de acuerdo en que sea una regla infranqueable.

El problema no es ése. Muchos autores se dejan llevar por la onda negativa, y de repente su obra tiene un mensaje muy poco alentador. Es fácil irse al cinismo. Deja un sabor amargo, por más divertido que sea. El otro día en la lectura mencioné esto diciendo “es contraproducente leer un libro muy gracioso que te deja pensando que la vida es una mierda”.

Esto no significa que piense que todo tiene que tener un mensaje optimista, ilusorio, u ofrecer un panorama nuevo para la vida del lector. Para nada. No existe la necesidad de que el lector aprenda algo. Lo que quiero decir es que tampoco existe la necesidad de que el lector se amargue al reírse.

Consciente de ese peligro, decidí darle a los cuentos un tono positivo, mientras no se fuerce la historia. Lo más importante es contar algo coherente. No voy a forzar un final feliz, tampoco lo voy a evitar.

Trato de evitar, por ejemplo, matar a los personajes. Muchos tienen ese vicio. La regla no es “no hay que matar personajes” sino “tiene que haber una buena razón para matar personajes”, en particular protagonistas. La buena razón puede ser de toda índole: que es muy divertido, que es un buen recurso narrativo en ese caso, o lo que sea. Cambia en cada cuento. De esta manera, de paso, evito muchos finales fáciles.

Hay un par de cuentos en Léame en los que el protagonista muere al final. No tengo problema, en todos los casos pienso que se justifica. Y al no abusar de ese recurso, me parece que les da un impacto distinto que si pasara muy seguido.

En El método de la sortija, me pasó que la historia me llevaba naturalmente a que el protagonista quebrara. Pero me dio ternura, no me parecía bien. Me daba la impresión de que si el final era así, por más natural que fuera la historia, el cuento no me iba a gustar. Entonces empecé a pensar maneras de corregirlo. Tuve que remar contra la corriente, y así como lo hice yo, también lo hace el personaje. Finalmente, después de varios intentos logré dar con lo que me parece que era la clave del asunto. Y el cuento quedó mucho más lindo, aunque es posible que se note el esfuerzo.

Muchos comediantes hablan de la importancia de vivir con alegría, de sonreír, etc. No pienso convertirme en un militante de esas cosas. A veces es necesario sentirse mal. Pero sí pienso que lo que uno crea vale más la pena si su existencia hace que el mundo sea algo mejor.

Léame está armado con un orden específico. La intención es que el lector vaya de la página 1 hasta la (alrededor de) 130, y sea una experiencia determinada. Claro que nadie puede impedir que usted, estimado lector, lo agarre por el medio y empiece a leer desde cualquier lado.

Este autor hace lo mismo. Cuando escucha música, en general es con el random puesto. Aunque hay algunos discos que se prestan más que otros a esa práctica. Son los que no forman una historia, o narración, ordenada. Los que son una colección de canciones. Esas colecciones también están diseñadas para maximizar el impacto de cada una, sin que eso excluya que el oyente haga propio el disco.

Como Léame no es una novela, ni hay una progresión especialmente marcada, resiste perfectamente la lectura en random. Ojo: no es la modalidad recomendada. Al hacerlo no se pierde la garantía, sólo porque no hay garantía. El orden está calculado para que el lector se vaya habituando a ritmos, modalidades y temática. Entonces aparecen guiños, sorpresas que el lector ordinal puede aprovechar, que requieren haber leído lo anterior para hacer efecto.

Quien no haya leído lo anterior no debería ser molestado por esos detalles. Simplemente no los apreciara, o se preguntará por qué dice algo así en ese lugar. Porque los cuentos están más o menos unidos. Las distintas series sí están en un orden progresivo (orden+progreso), que no significa que sea el único posible.

Muchos cuentos independientes también están conectados. Se marcan ecos de cuentos anteriores. Reaparecen personajes. Se aprenden lecciones. Esto ocurre en el fondo de la narración, de forma (espero que) imperceptible para el lector casual, pero clara para el lector avezado. Y la mejor manera de percibirlo es, justamente, leyendo en orden.

Con ustedes, la tapa definitiva.

El color es carmín, y/o rojo carmesí eléctrico. Al igual que todos los colores, cada monitor lo muestra a su manera. Según el ángulo en el que lo miro, a veces es rojo, a veces es rosa. Pero impresa, impresa es otra cosa.

La presentación de Léame, está casi confirmado, será el viernes 16 de diciembre. No será el único libro que se presente ese día. Viajera edita cuatro títulos. Uno de ellos es ranamadre, de mi amiga Nadina Tauhil.

Nadina, poeta ella, no pone mayúscula en el título. Así que se lo respetaré. ranamadre es su primer libro, una colección de poemas de distintas series. Dejemos que ella nos diga algo al respecto:

Si bien ranamadre es un libro de poemas creo que, por sobre todas las cosas, cuenta una historia. Tanto los poemas del libro como los microrelatos que lo forman y le dan nombre hablan de un camino. Un camino, un viaje hacia aquello que más se desea y, sin embargo, se teme. Un viaje de vuelta a la infancia y sus fantasías. Un camino hacia lo enigmático del existir, del crecer, del ser mujer.

La verdad es que no he leído ranamadre entero, estoy esperando que salga (nazca). Pero las partes que conozco son al mismo tiempo devastadoras y vulnerables.

De particular interés para mí es la serie sobre las ranas que crían a sus hijos en el estómago, de forma tal que emergen no como renacuajos sino como ranas ya formadas. Así se protegen de los predadores. Las ranas en sí mismas son un punto de partida poético. Si se me hubiera ocurrido a mí hacer una serie sobre ellas, le habría dado un carácter científico, seguramente me hubiera mandado una crónica de Darwin. Nadina hace otra cosa. Se centra en el aspecto maternal, de protección, de fuerza y miedo.

Estoy seguro de que el libro completo tendrá partes que me van a sorprender. Espero que estén algunas de las cartas como ésta. Si está esa carta, se complementará con un texto similar de Léame, donde se puede ver el carácter científico del que hablo más arriba. Lo notable es que la que es científica es ella.

A principios de año nos dimos cuenta de que íbamos a presentar juntos el libro, y ambos nos alegramos de que fuera así. Estoy disfrutando mucho compartir este proceso con Nadina.

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