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Este miércoles, también llamado pasado mañana, estaré leyendo en el Club Cultural Matienzo. Será a las 20, en la calle Matienzo 2424, a escasos metros de la avenida Cabildo y a pocas cuadras del Viaducto Carranza.

Formarán parte Eugenia Coiro, Natalia Monsegur, Karina Macció, Virginia Janza, Nadina Tauhil, Diego Recalde, y Cecilia Maugeri. Se anuncian también invitados especiales.

Este evento será una especie de revancha de lo ocurrido el 1 de febrero en el mismo lugar. En esa oportunidad, preparamos la lectura con mucho entusiasmo, y cuando era la hora de salir para el lugar se largó un tremendo temporal. La lluvia y el viento no nos amedrentaron, sin embargo, y fuimos presurosos hacia allí. Hubo que cambiar el trayecto previsto, porque existía miedo de que se hubiera inundado parte del camino, y se hizo más lento. Entonces varios llegamos tarde.

Algunos de los que leíamos, de todos modos, nunca llegaron. Y lo mismo ocurrió con la mayor parte del público que tenía previsto asistir. La lluvia no es motivo suficiente para no asistir a eventos tan agradables, pero esa vez el temporal era severo. Dejaron de andar varias líneas de subte, y las calles creo que no se anegaron del todo, pero daba toda la impresión de que iba a ocurrir.

Entonces tuvimos una velada íntima, con algunos de los que íbamos a leer y los pocos miembros del públco que habían llegado antes del agua. Fue muy linda, y también muy divertida. Pero pocos pudieron comprobarlo.

Ahora tienen otra oportunidad.

Hoy a las 20, en Matienzo 2424, será la primera lectura del año. En un evento que promete, estarán también presentes Cecilia Maugeri, Belara Michán, Eugenia Coiro, Karina Macció, Nadina Tauhil y Virginia Janza. Como invitados participan Jorge Monteleone y Diego Recalde. Habrá, como se ve, mucha calidad.

Si usted se pregunta qué es una lectura, puede ver el link anterior. Para hacerla corta, es un evento en el que muchos autores se juntan y leen textos propios. Los leen en voz alta, generalmente para un público que los va a ver, o que entra porque ve luz.

Debo decir, no obstante, que la última vez que fui a una lectura en el Club Cultural Matienzo, que es como se llama el lugar, poco antes de terminar sufrimos un corte de energía, que derivó inmediatamente en un corte de luz. Pero eso no inhibió a Cecilia Maugeri, que era la que estaba leyendo. Ayudada por fuentes más primitivas de iluminación, continuó valientemente su lectura, para beneplácito del público presente.

Vamos a confiar, de todos modos, en que hoy no se va a cortar la luz. Pero pretendemos que haya beneplácito igual. Por eso haremos una lectura refrescante, veraniega, febreril.

Además de la lectura, habrá instalado un puesto, preferentemente en el hall, donde usted podrá adquirir Léame. De ese libro provendrá una parte de lo que leeré, mas no todo.

Ante todo, el motivo de este texto es anunciar que el próximo miércoles 1 de febrero a las 20 estaré leyendo en el Club Cultural Matienzo, sito en la calle Matienzo 2424, muy cerca de la avenida Cabildo. Habrá material de Léame y también estrenaré algo nuevo.

Se me ocurre, no obstante, que usted, hermano lector, puede no saber de qué se trata un evento de éstos. Hace unos años me pasaba. Nunca se me había ocurrido que existían las lecturas, más allá de que los autores a veces presentaban sus libros y leían una porción. Pero, ¿juntarse a leer? ¿Quién hace eso?

Parece que mucha más gente que la que hubiera pensado. Está lleno de eventos de lectura. Algunos tienen público y todo. ¿Y qué hace ese público? Se sienta (cuando hay asientos) y escucha. No puedo asegurar que todos presten atención. Pero están ahí voluntariamente, así que podría ser. Lo sé, para alguien que no está acostumbrado puede ser extraño.

Habitualmente son varios autores los que leen. En esta ocasión también será así. Estarán Nadina Tauhil, Karina Macció, Eugenia Coiro, Virginia Janza, Belara Michán y Cecilia Maugeri. Tal vez alguien más. Cada autor lleva sus libros o prepara algo. Suele haber una mesa con un micrófono, para facilitar la comprensión. Es problemático estar en una lectura mal amplificada, porque en este tipo de eventos es fácil perderse.

El público no permanece quieto mucho rato. Hay que entretenerlo. Las largas reflexiones existenciales, a menos que sean muy graciosas, no son apreciadas. No porque no tengan valor, sino porque tarde o temprano uno se navega, va a mirar para otro lado o lo que está escuchando lo llevará a alguna otra cosa, y de repente se encuentra que su línea de pensamiento va en una dirección distinta de la que lleva la lectura. Seguramente Proust no cautivaba al público en vivo.

Cualquiera (es de suponer) es capaz de leer un libro para sí mismo. Pero hay que saber leer en público. Hay que saber usar la voz, saber marcar ritmos, saber establecer un orden, leer las reacciones, cambiar sobre la marcha si no va bien. Es como cantar, salvo que no se canta. Pero lo demás es lo mismo.

Lo bueno es que los que estaremos él miércoles 1 de febrero a las 20 en Matienzo 2424 tenemos experiencia, parece que sabemos lo que hacemos. Así que estoy en condiciones de afirmar que la lectura de ese día va a estar muy buena. Por eso usted, amigo lector, está invitado.

La entrada, como casi siempre, es gratuita. Pero no es libre. El que es libre es usted.

Hoy, cuando la salida de Léame de la imprenta es inminente, es un buen momento para compartir en este espacio el texto de contratapa. Texto que no fue aprobado ni leído por mí antes de ser impreso.

Nicolás Di Candia pregunta provocativamente: ¿por qué no? Con una fórmula infalible, probablemente descubierta por Hollywood, plantea secuencias de orden-desorden, y vuelta a un “orden” que ya no es el mismo. En este viaje a través de submundos literarios fantásticos, papers científicos y crónicas pseudoperiodísticas, los personajes recorren –como recorre el mismo autor a través de todo el libro–, los límites del saber y del poder.

Las reescrituras de Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas y del Extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde, y en general todo el humor de Léame, tiene una estrecha relación con la literatura de Maslíah, la música de Les Luthiers, el humor de Monty Python, Larry David, Jerry Seinfeld y hasta Landrú. Este extraño conglomerado de intertextualidades e influencias se suman a las referencias a Julio Verne, la literatura infantil clásica y el cine.

[El doctor Frankenstein] bajó el switch. Varios rayos atravesaron la mesa de trabajo. Un ruido ensordecedor recorrió el enorme sótano antes de que se cubriera de humo. Cuando las partículas se disiparon, Domingo Faustino Sarmiento levantó el torso, arrancó las trabas metálicas que lo ataban a ella y escapó hacia la noche lluviosa.

Nos enfrentamos a textos donde no sólo pueden convivir seres extravagantes o fantásticos en situaciones grotescas, sino que la incuestionable lógica argumentativa eleva el nivel de la ocurrencia y la vuelve posibilidad factible, real.

Virginia Janza

Analicemos el contenido.

Lo primero que salta a la vista es que no deja grosso por nombrar. Podría tomarlo como una responsabilidad, un “uy, ahora el lector va a esperar que sea como ésos”. Pero no, son influencias, nada más. Es posible reconocer lo aprendido de todos esos (y de varios más) en el transcurso del libro.

Pero hay veces que la influencia funciona de maneras no tan directas. Por ejemplo, el cuento El carro que me quería, que se trata de un carrito de supermercado que tiene una rueda en malas condiciones, es fruto de una escena de Seinfeld en la que se cita a ese objeto como un mal tema para hacer humor. Acá el desafío es “yo lo puedo hacer”, y la ejecución es bastante contraria al estilo de Seinfeld. Me mandé para el rincón sensible, y salió algo que funciona.

Con Monty Python pasa algo distinto. No me ha llegado tan directamente. He visto bastante poco de su producción. Pero su influencia es lo suficientemente vasta como para que tenga claro que algunas cosas que recogí de otros lados tienen su origen ahí. De todos modos, a veces pasan cosas raras. El texto Alquiler de opiniones aparentemente se parece a un sketch sobre un restaurante en el que los comensales tienen un menú de opiniones o algo así. No lo he visto, y me dicen que no es lo suficientemente parecido como para que sea necesario modificar o sacar el cuento. Eso me ha pasado bastante con Cortázar. Tuve un período en el que parecía que cada idea buena que se me ocurría antes se la había escrito el bueno de don Julio. Y eso no es justo, porque vivió antes que yo. Así cualquiera.

La contratapa, sin embargo, no habla sólo de influencias. Antes de eso habla de Hollywood, de fórmulas, de orden y desorden. Creo que es cierto que hay mucho Hollywood en Léame. Ahora, en muchos círculos intelectuales eso es casi una mala palabra. “Eh, eso es re Hollywood”. No obstante, más allá de todos los defectos que tiene esa industria, ha producido muchas de las mejores películas de la historia del cine (y ha conseguido que varias de ellas fueran muy populares).

Sin embargo, me parece que la fórmula hollywoodense que se puede ver en Léame (que tampoco está todo el tiempo ejecutando fórmulas) es más de la televisión que del cine. Eso del orden, desorden y vuelta a un orden es característico de los capítulos de series, en los que hay que dejar todo más o menos igual que antes para cuando empieza el próximo. Es un ritmo que tengo muy incorporado. Tengo como la necesidad de resolver las historias. Hay gente que no necesita, que se mueve de A a un B que no tiene nada que ver. Suelo encontrar más orgánico usar los elementos que ya tengo para resolver. Y eso muchas veces implica vencer la situación que se presenta, resolver el conflicto.

Eso, claro, en los cuentos en los que hay algún conflicto que resolver. Hay otros que carecen de él, o que lo resuelven de maneras que no implican un regreso a ningún orden anterior. Quiero decir que no es una fórmula invariable, que no se debería poder adivinar el final de un cuento habiendo leído tres o cuatro de los anteriores.

 

Hay dos posibilidades: Léame sería muy distinto sin Virginia Janza, o directamente no existiría.

Fue ella quien insistió en arrancar el proceso de publicación. Tuvo que vencer no mi resistencia, sino mi procrastinamiento. Esto es porque ella se dio cuenta antes de que estaba listo. Yo sabía que tarde o temprano iba a llegar el momento, pero no reconocí cuando llegó. O no lo reclamé.

Hasta que Virginia me hizo dar cuenta. Después de hacer taller con ella durante tres años, no sólo ya teníamos confianza, sino que conocía lo que era capaz de hacer. Ya había mejorado mi escritura en varios aspectos.

Primero, alentándome a escribir cosas diferentes. Nunca tuvo problema en hacerme notar los momentos en los que me estaba pegando a fórmulas. Siempre me animó para adentrarme en lo desconocido. Con el tiempo le fui perdiendo el miedo. Ahora me animo a escribir cosas que hace unos años no me hubiera imaginado que era capaz.

También supo ver maneras de mejorar los cuentos. Prácticamente todos los de Léame pasaron por su criterio, y en muchos casos sus sugerencias contenían la clave del asunto. Por ahí no era muy obvio, pero con el correr del tiempo aprendí a confiar en su criterio, a probar lo que a Virginia le parece, porque muchas veces ve cosas antes que yo. Y si bien no siempre la aplicación de esas sugerencias mejora un texto (nadie es infalible), nunca lo empeora.

Me ha hecho salir de enredos innecesarios. Por ejemplo, le llevé Walt Disney descongelado por primera vez hace dos o tres años. Contenía una trama complicada sobre enfermedades, con vericuetos darwinistas. La idea era que Disney se agarraba una enfermedad moderna para la que no estaba inmunizado o algo así, y eso era la consecuencia del descongelamiento. Pero apareció Virginia y dijo “¿por qué no le agarra un golpe de calor?” y de repente el cuento cerró. Era tan obvio, en retrospectiva, pero ella lo vio y yo no.

En otros casos disparó ideas que no eran la clave pero a través de ellas la encontramos. Yo digo A, ella dice B, yo digo C y ambos concluimos que es D.

Vio el potencial de cuentos que a mí no me parecía que estuvieran a la altura. Hay un par de casos que, librado a mis propios medios, hubiera dejado afuera o no hubiera considerado. Pero están en Léame porque a ella le gustan, y sospecho que eso es por algo (tampoco es que pienso que son un desastre).

Fue ella la que insistió en que el libro tuviera algún tipo de unidad, y la que pensó primero que había que hilvanar las diferentes series. Y, aparte, dar toques de cohesión. Que el libro fuera más que una colección de cuentos. Un álbum, no muchos singles.

También estuvo para las consultas permanentes. Si no estaba seguro de que algo fuera una buena idea, lo consultaba con ella. Si a ella le parecía bien, y a mí también, lo más probable es que estuviera bien. Fui generando mucha confianza en su criterio, que es independiente del mío pero compatible, mucho más de lo que sospechaba al principio.

En resumen, hacemos un buen equipo. He disfrutado mucho hacer Léame con ella.

Mañana miércoles a las 19, nuevamente en la Casa de la Lectura, será el segundo preview de Léame. Será en el marco del ciclo Viajera Visita, y estaré junto a varios autores de la editorial. Ellos son: Carlos Battilana, Eugenia Coiro, Ricardo Czikk, Loreley El Jaber, Virginia Janza, Gabriel Kirchuk, Mana, Belara Michán y Nadina Tahuil.

La calidad y cantidad de autores asegura un evento altamente disfrutable. También se augura una velada colorida, porque en esta oportunidad la consigna tiene que ver con los colores. Así que estoy viendo cuál elijo, y qué textos de Léame me sugieren algún color.

Sospecho que habrá repetición de colores, porque hay diez autores, y eso más o menos agota los colores que existen. Algunos creen que no es así, que hay muchos colores, pero se equivocan: son aproximadamente diez. No 256 ni 65.536. El turquesa, por ejemplo, no es un color de verdad. Es un tono de celeste (o de verde, según el caso). Y el celeste es un tono de azul, al igual que el violeta.

Mi maestra de primer grado no estaría de acuerdo con esto. En una oportunidad, nos hizo hacer un ejercicio que consistía en pintar figuras de un color determinado. Supongo que el objetivo era saber si conocíamos el nombre de los colores. Uno de los que me tocó era celeste. Pero no tenía lápiz celeste (era de perder los lápices). Ningún problema, pensé, lo pinto de azul con poca fuerza. Eso es lo mismo que celeste. Pero tampoco tenía azul. Sí tenía violeta. Ahí está, lo pinto de violeta muy suave. Pero la maestra no agarró la sutileza, y el ejercicio volvió corregido como si estuviera mal. Nunca le fui a reclamar el error. En su lugar me resigné, mientras pensaba “con esta gente no se puede razonar”.

En fin, lo que quiero decir es que hay unos pocos colores de verdad, y después existen tonos a los que distinta gente le pone otros nombres (una de las características que distinguen al Homo sapiens es que le pone nombre a las cosas).

Pero me fui por las ramas. La lectura colorida será mañana, miércoles 16 de noviembre, a las 19 horas en la Casa de la Lectura, Lavalleja 924 (Buenos Aires). Aparentemente no será tan impuntual como suelen ser los eventos literarios, así que espero verlos a esa hora.

En algún lado de mi cabeza, uno de los objetivos de este blog es prevenir análisis incorrectos sobre Léame.

Sé que es totalmente inútil. Si alguien tiene ganas de interpretar algo que no quiero que se interprete, no lo voy a poder impedir. Es muy fácil inventar sanatas sobre algo que está escrito para hacerle decir cualquier cosa. Es tan fácil que no vale la pena hacerlo, no obstante hay quien lo hace.

Y, aparte, hay un montón de interpretaciones válidas que no son necesariamente las que yo pienso que deben ser. El autor de una obra no tiene por qué saber bien qué es lo que está haciendo. Puedo decir muchas cosas sin darme cuenta. Me ha pasado escribir algo y que sólo una lectura ajena me haya revelado de qué se trataba. Pasó en varios cuentos de Léame, y fue útil para la revisión. Una vez que me doy cuenta de lo que estoy diciendo, es más fácil decirlo claramente.

Pero hay interpretaciones que son posibles y considero erróneas igual. En particular, no tengo ganas de que se asuma que pienso algo sólo porque un cuento lo hace parecer. Por ejemplo, el texto Un paso hacia adelante es un análisis de las conductas de la gente en las escaleras mecánicas. Describe cómo aquellos que van por la izquierda deben avanzar, y los que se quieren quedar quietos deben ir a la derecha. Lo escribí con cuidado, porque hay gente muy dispuesta a interpretar políticamente. Creen que lo que quiero decir es que las izquierdas hacen avanzar a una sociedad, y las derechas la traban. Esa idea puede ser válida o no, pero no tiene por qué desprenderse del texto. Si la costumbre de avanzar en la escalera mecánica se diera del lado derecho, el contexto político no tendría por qué cambiar. Por suerte, quienes han leído el texto me dicen que esa lectura no se desprende. Igual la considero posible, aunque errónea.

Porque, si bien hay muchos análisis válidos posibles que a mí no se me ocurrirían, también hay muchos análisis posibles no válidos. Los argumentos que no se sostienen son mucho más numerosos que los que sí. Es como las mutaciones. La probabilidad es que sean perjudiciales, pero de vez en cuando aparece una beneficiosa y florece en las siguientes generaciones.

Al final del libro, habrá algunas páginas de palabras de Virginia Janza, quien le dirá a usted, querido lector, qué es lo que leyó, por qué es bueno y no sé qué cosas más. Es muy probable que el libro se imprima sin que yo lea ese texto (eso está bueno, me da la posibilidad de tener algo no leído por mí mismo en un libro que escribí). Confío, sin embargo, en lo que pueda decir. Ella ha entendido mejor que yo algunas partes del libro, y es responsable de gran parte de la forma. Pero eso no significa que todo lo que diga sea cierto, ni lo único que se puede decir, ni “la interpretación correcta”. Será sólo una manera de verlo, y seguro que será valiosa.

Por supuesto, todo esto no implica que sea necesario interpretar el libro. El contenido de Léame es claro, apto para una lectura en la que no se perciba más que lo que está escrito. Si a usted le gusta eso, estaré conforme.