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Disney On Ice

Atención: conviene leer lo siguiente luego de leer el cuento Walt Disney descongelado, perteneciente a Léame. Este texto arruina el final.

El rey de los antropomorfismos, Walt Disney, no está congelado en una cámara criogénica esperando que la ciencia encuentre una cura para su enfermedad. Sin embargo, existe la leyenda de que el bueno de Walt arregló para que se hiciera algo así. Es probable que sea por su afición a las innovaciones tecnológicas, y a lo grandioso y memorable. Ayuda también cierta actitud desafiante que se muestra en la siguiente cita que hizo a la revista de National Geographic en 1963:

—What happens when there is no more Walt Disney?
—I think about that. Every day I’m throwing more responsibility to other men. Every day I’m trying to organize them more strongly. But I’ll probably outlive them all.

(Por cierto, ese número de National Geographic tiene como nota principal a Disneyland, con una historia detallada, acceso tras bambalinas y mapas de la calidad acostumbrada por la benemérita sociedad. La nota es larga, y la leí toda.)

Siempre me atrajo esa historia, del mismo modo que me atraen otras teorías conspirativas delirantes, como el Paul is dead (ahora que lo pienso, la supuesta no muerte de Disney y la supuesta muerte de McCartney ocurrieron en el mismo año). Pero no se me había ocurrido hacer nada al respecto, hasta que oí un tema de Fito Páez titulado Si Disney despertase.

El tema en cuestión tiene una letra que hace difícil saber de qué está hablando. Me pareció una lástima que no se pusiera a especular sobre qué pasaría el día que reanimaran al creador de Saludos Amigos (si no lo hace, no entendí la letra). Tarde o temprano me cayó la ficha: si no lo hizo él, nada me impide hacerlo yo.

Así que ahí había una semilla: Disney revivido. Pero, ¿qué pasa después? No se me ocurría nada. Pasaron varios días, y la idea seguía dando vueltas en mi cabeza. Sabía que tenía potencial, era cuestión de encontrarle la vuelta. Hasta que un día fui al supermercado. Había mucha gente, la cola de la caja era interminable. Empecé a temer por los congelados. Es sabido que hay un límite de dos horas para que se mantenga el congelamiento. Pasado ese límite, una vez descongelado, no se puede volver a congelar.

Era cuestión de tiempo para que la idea de Disney que daba vueltas en la cabeza se topara con ese concepto supermercantil. Ocurrió en la misma cola. Ahí tenía algo. Un punto de partida y uno de llegada. Disney es descongelado, algo pasa y Disney quiere volver a congelarse, pero como ya fue descongelado no se puede. Eureka.

Decidí que el instinto de Walt lo iba a llevar hacia los climas fríos, a crear parques temáticos en Alaska y esas cosas. Pero necesitaba que se enfermara. Acudí a mis conocimientos de divulgación biológica, y pensé que debía contraer una enfermedad desconocida en su época. Elegí el SARS, entonces tuve que hacerlo pasar por China, y el cuento empezó a ir para cualquier lado. Pero la estructura funcionaba.

Después se lo llevé a Virginia, y fue ella la que dijo “¿por qué no le agarra un golpe de calor?” De repente dio con la clave de los problemas que tenía el cuento. Eliminé todo lo innecesario, y el cuento fluyó mejor. Ahora simplemente Disney es despertado, se va al frío y cuando vuelve a California le agarra un golpe de calor que hace que sea necesario volver a congelarlo. Listo. Sencillo, efectivo y la feliz culminación de un proceso largo.

Hay dos posibilidades: Léame sería muy distinto sin Virginia Janza, o directamente no existiría.

Fue ella quien insistió en arrancar el proceso de publicación. Tuvo que vencer no mi resistencia, sino mi procrastinamiento. Esto es porque ella se dio cuenta antes de que estaba listo. Yo sabía que tarde o temprano iba a llegar el momento, pero no reconocí cuando llegó. O no lo reclamé.

Hasta que Virginia me hizo dar cuenta. Después de hacer taller con ella durante tres años, no sólo ya teníamos confianza, sino que conocía lo que era capaz de hacer. Ya había mejorado mi escritura en varios aspectos.

Primero, alentándome a escribir cosas diferentes. Nunca tuvo problema en hacerme notar los momentos en los que me estaba pegando a fórmulas. Siempre me animó para adentrarme en lo desconocido. Con el tiempo le fui perdiendo el miedo. Ahora me animo a escribir cosas que hace unos años no me hubiera imaginado que era capaz.

También supo ver maneras de mejorar los cuentos. Prácticamente todos los de Léame pasaron por su criterio, y en muchos casos sus sugerencias contenían la clave del asunto. Por ahí no era muy obvio, pero con el correr del tiempo aprendí a confiar en su criterio, a probar lo que a Virginia le parece, porque muchas veces ve cosas antes que yo. Y si bien no siempre la aplicación de esas sugerencias mejora un texto (nadie es infalible), nunca lo empeora.

Me ha hecho salir de enredos innecesarios. Por ejemplo, le llevé Walt Disney descongelado por primera vez hace dos o tres años. Contenía una trama complicada sobre enfermedades, con vericuetos darwinistas. La idea era que Disney se agarraba una enfermedad moderna para la que no estaba inmunizado o algo así, y eso era la consecuencia del descongelamiento. Pero apareció Virginia y dijo “¿por qué no le agarra un golpe de calor?” y de repente el cuento cerró. Era tan obvio, en retrospectiva, pero ella lo vio y yo no.

En otros casos disparó ideas que no eran la clave pero a través de ellas la encontramos. Yo digo A, ella dice B, yo digo C y ambos concluimos que es D.

Vio el potencial de cuentos que a mí no me parecía que estuvieran a la altura. Hay un par de casos que, librado a mis propios medios, hubiera dejado afuera o no hubiera considerado. Pero están en Léame porque a ella le gustan, y sospecho que eso es por algo (tampoco es que pienso que son un desastre).

Fue ella la que insistió en que el libro tuviera algún tipo de unidad, y la que pensó primero que había que hilvanar las diferentes series. Y, aparte, dar toques de cohesión. Que el libro fuera más que una colección de cuentos. Un álbum, no muchos singles.

También estuvo para las consultas permanentes. Si no estaba seguro de que algo fuera una buena idea, lo consultaba con ella. Si a ella le parecía bien, y a mí también, lo más probable es que estuviera bien. Fui generando mucha confianza en su criterio, que es independiente del mío pero compatible, mucho más de lo que sospechaba al principio.

En resumen, hacemos un buen equipo. He disfrutado mucho hacer Léame con ella.

Tal vez es porque me gusta el universalismo. Puede ser que sea que estoy acostumbrado a lecturas extranjeras. No sé bien por qué, en muchos casos, soy vago para decir en qué lugar geográfico tiene lugar una historia.

Lo más probable es que la mayoría de los cuentos puede funcionar en cualquier lado, no tengo por qué limitarlos a una locación determinada. No hace falta llevar al lector a una ciudad o país que no sea necesario. Me interesa más la idea. Es una de las ventajas de escribir en lugar de filmar. En ese caso lo necesitaría más seguido, por ejemplo cada vez que hay un exterior, aunque igual pueda dejarlo vago.

Hay varios casos, de todos modos, en los que sí elijo dónde tiene lugar la historia. Algunos coqueríos se desarrollan en lugares apropiados de Estados Unidos. Walt Disney descongelado salta por distintas partes del mundo, pero sus partes más importantes ocurren, como es natural, en Anaheim, California.

Hay un par de cuentos situados en la Inglaterra victoriana, y uno más que tiene una estética similar pero claramente está en otro tiempo, si no en otro lugar. Otro hace una fugaz visita a los confines del Sistema Solar.

También hay un par de cuentos situados en Buenos Aires. En general lo hago por un motivo específico, y por eso detallo las calles donde se desarrolla la acción. Entonces, en El escape (del que se habla en el post anterior), parte de la acción ocurre en un lavadero de la calle Luis María Campos. Me preocupé por poner una esquina donde, al menos en el momento de escribir el cuento, existía un lavadero.

Mar de gente transcurre en la calle Florida. Durante un tiempo tuvo varias referencias específicas a esquinas. El cuento arrancaba en Avenida de Mayo y terminaba en Córdoba, con un paso por el subte B a la altura de Corrientes. Pero fue reescrito, porque se determinó que era innecesario todo eso, y lo único que hacía falta era la calle Florida, que ahora está presente en todo su esplendor.

El camión de los centauros, por otro lado, transcurre en una ruta. Hay una específica que me imaginé, pero no tiene importancia. Puede ser cualquier ruta en más o menos cualquier parte del mundo. Lo importante es el camión. Y los centauros.