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Uno de los textos más difíciles de seguir de Léame es Cuando digo quiero decir, que se encarga de jugar con el significado de las frases “cuando digo” y “quiero decir” usando muchas repeticiones. Como resultado, esas palabras se repiten mucho, y el bloque de texto tiene un aspecto distinto a la vista del de un texto con palabras diferentes entre sí.

Es un textito que siempre me gustó, aunque al mismo tiempo no estaba seguro de que estuviera bien que me gustara. Me parecía que en una de ésas le faltaba algo, se le podía dar una vuelta. ¿Pero qué vuelta? Ya había usado todas las permutaciones que se me ocurrían de los significados. Existía la posibilidad de irme al carajo si lo seguía. Pero de irme al carajo mal, no de irme al carajo bien.

Se me ocurrió entonces que, como el texto tiene tantas repeticiones y una lógica impecable, en una de ésas una máquina lo puede entender. Pensé que se podía traducir a otro idioma con uno de esos servicios que hay. Y me acordé de un capítulo de NewsRadio.

Ahí sale un libro que fue escrito en inglés, fue un fracaso, pero la versión en japonés fue un éxito en Japón, entonces el autor lo hace traducir de nuevo al inglés, y lee de esa traducción.

Lo que hice entonces fue ir al traductor de Google, y llevar el texto al inglés. El resultado lo pasé al alemán. Después al holandés, portugués, catalán, afrikáans, finlandés, japonés, gallego, galés, italiano, turco, latín, eslovaco, griego, árabe, rumano, irlandés y chino tradicional. Cada idioma traducía lo que devolvía el anterior. Por último, el texto en chino lo devolví al español, a ver cómo quedaba.

Y salió algo increíble. Con algunos defectos de puntuación, pero lo suficientemente entendible como para que sea graciosa su calidad de inentendible. Y un final con sorpresa, que no pude creer cuando lo vi.

El texto traducido no está en Léame, pero se puede ver acá.

Hoy se cumple un año de la presentación de Léame y lo festejamos con un post acerca del libro.

Confeccionar el título de un cuento es una tarea con varios objetivos:

  1. Dar una idea de la temática del texto.
  2. Invitar a la lectura.
  3. No revelar desarrollos de la trama.
  4. Dar una idea sobre la temática del texto.
  5. Tener un significado distinto cuando se termina de leer.

No siempre es necesario cumplir todos. A veces un título perfectamente sencillo es más apropiado que uno que cumpla estas características. El cuento El escape, de Léame, se iba a llamar El escape de los verdes enzolves. Me gustaba. Yo leería con ganas un cuento con ese título, y no necesariamente leería El escape. Pero fui persuadido de que era mejor no anticipar el aspecto de los verdes enzolves, sobre todo porque dentro del mismo cuento su aparición es sorpresiva y abrupta.

Se da también que un cuento no conserva el primer título. Es también suceptible de ser reescrito. A veces no se me ocurre el título al mismo tiempo que el cuento. A veces el cuento viene a partir del título. A veces sé que hay un título mejor que el que tengo y tardo mucho tiempo en descubrirlo.

Me pasó con un cuento que no está en Léame, en el que las autoridades del subte deciden, ante la abundancia de pasajeros, confiscar los brazos para que pueda acumularse más gente. Los brazos son depositados en los espacios para apoyar las mochilas. No hay peligro de que se los roben, porque nadie tiene brazos. Al terminar el viaje son devueltos a sus propietarios.

Ese cuento se tituló inicialmente Brazos en el subte, título que no me gustaba nada pero no se me ocurrió nada mejor. Era necesario mejorarlo. Y ocurrió un eureka cuando salió Hasta las manos. Me pareció perfecto. Usa una expresión que quiere decir que un transporte está lleno, y las palabras van derecho a la temática del cuento. Hasta podría parecer que vino primero el título, pero no.

Muchos de los títulos de Léame cambiaron en el proceso de edición. El método de la sortija fue uno de los más problemáticos. Durante mucho tiempo fue un resignado Sortija. El carro que me quería sufrió varias mutaciones, a media que el texto fue encontrando su identidad. Primero fue El carro del Destino, y tenía un aire un poco más místico. Cambiamos la metafísica por el amor.

Seamos buenos tenía un contenido mucho más agresivo hacia el lector, que era acompañado por el título No pienso aceptar sus términos. Este título es una versión suavizada del primero, que ya no lo recuerdo. Un título que me gustaba era Duros de pasar, que para mí iba muy bien con la temática del cuento luego titulado Después de usted. Pero fui persuadido de que no establecía el tono correcto para un cuento victoriano. Así que lo cambié. El título definitivo me gusta, aunque extraño cómo el otro aludía al final del cuento sin que el lector se diera cuenta.

Huellas del camino durante mucho tiempo fue Medias finas. Después cambió para reflejar más de qué se trata el cuento y menos el punto de partida de la escritura. Esto suele pasar. A veces el punto de partida se convierte en el eje temático, y referirse a él desde el título genera uno apropiado. Fue el caso de La casa por la ventana. El cuento consiste en tomar la frase “tirar la casa por la ventana” literalmente. Se trata de eso y se llama así. Pero a medida que fue evolucionando aparecieron elementos nuevos, y el texto iba más a lo que pasaba cuando se hacía esa acción. Entonces cambió por Lo que nos costó la fiesta, con el agregado de que la aparición de la literalidad de “tirar la casa por la ventana” puede venir de sorpresa.

Sin embargo, la gente que está cerca de mí sigue llamándolo La casa por la ventana. Porque no es lo mismo el título más apropiado para un cuento dentro del libro que para identificarlo coloquialmente. Lo que nos costó la fiesta funciona, pero hay que relacionarlo con el contenido. La casa por la ventana identifica mejor que se trata de ése cuento y de ningún otro.

Con Domingo de regreso pasa algo similar. Ése fue su único título. Salió de una y siempre me gustó. Anticipa de qué se trata el texto, pero al mismo tiempo no anticipa nada. El lector puede no saber que “Domingo” se refiere a una persona y no al día, porque aprovecho la convención gramatical de mayusculizar la primera letra de una frase para disimular la mayúscula de nombre propio. Me gusta pensar que el lector empieza a leer pensando que va a ser algo parecido a “La autopista del sur”, y se encuentra con el doctor Frankenstein reviviendo a Domingo Faustino Sarmiento.

Sin embargo, a pesar de que es uno de los hits más grandes de Léame, nunca nadie usó el título para hablarme de él. Siempre es “Sarmiento”, y con eso nos entendemos.

Porque, al final, los cuentos pueden tener más de un título. El “oficial”, que figura en el índice, y el interno o coloquial, que es el que usa la gente para referirse a él. Y eso está muy bien. Cada uno cumple su función en el lugar donde funciona. Y no voy a ponerme a corregir a los que me inventan su propio título para un cuento mío.

 

En el cuento Domingo de regreso, de Léame, el cuerpo revivido de Domingo Faustino Sarmiento provoca miedo a los niños que circulan una mañana por la calle. Se produce entonces el siguiente pasaje.

“¡Aaahhhh! ¡Sarmiento!” exclamaron y salieron corriendo hacia el lugar más seguro que tenían cerca: el edificio de la escuela, donde se sentían a salvo de la influencia del gran educador.

Ése fue el momento eureka del cuento. La diferencia entre una idea que estaba buena (Sarmiento revivido) y una que valía la pena publicar (Sarmiento vs. niños en la escuela). En esa frase, que creo que está idéntica desde el principio, hay mucha ironía, y supongo que se nota que esa ironía es autoconsciente.

O sea, es casi demasiado conveniente, pero al mismo tiempo cierra perfectamente. No hay que forzar nada. Y como valor agregado, tiene contenido político y/o social.

El asunto es que no tenía ni tengo ninguna intención de ponerle contenido político al cuento. Ese pasaje está así porque me gustó la idea, me pareció muy graciosa. Y nada más.

No es un pasaje favorable a Sarmiento, ni contrario. Podría pasar por un comentario sobre el estado de la educación, pero si alguien tuviera ganas de hacerlo hablar a favor del estado actual de la educación, es fácil hacerlo. Siempre fui plenamente consciente de esas posibles interpretaciones, y de la naturaleza tentadora de elegir una de esas interpretaciones.

Pero, insisto, aunque no sea muy creíble, que lo único que quise fue hacer un cuento gracioso. La idea de refugiarse de Sarmiento en la escuela cumplía esa condición, y sumada a la segunda idea de que los niños encontraran a la escuela como un lugar libre de la influencia de Sarmiento le daba otro nivel. Nunca me interesó que fuera más que eso.

Está bien que uno puede poner significados sin darse cuenta, que uno no sabe todo lo que está diciendo, y todo eso. No voy a decir que las interpretaciones posibles no están en el texto. Pero puedo asegurar que ninguna de ellas fue intencional. La única intención era jugar con la idea de Sarmiento, tal como me la enseñaron en la escuela. No denunciarla ni abrazarla. Eso corre por cuenta del lector.

Si usted, querido lector, agarra su copia de Léame, podrá encontrar tres cuentos seguidos que arrancan con la palabra “era”. Se trata de algo no intencional, que seguramente habría sido cambiado de haberlo descubierto. Viene, probablemente, de la intención de escribir cuentos que parezcan cuentos, sin empezar muy seguido con el “había una vez” que también se puede encontrar.

(El “había una vez” fue en alguna oportunidad motivo de un cuento muy cortito que empezaba con esa frase y era protagonizado por la vez que había.)

Empezar de una manera original o estrafalaria está bueno, aunque tiene el riesgo de trastocar la estructura de un cuento. Eso, a veces, también está bueno, depende del cuento que sea. Si lo que se narra es algo muy delirante, si el contenido es volado, suele convenir usar una estructura ordenada, “clásica”, para que el contenido tenga algún marco de referencia. Si se vuela en contenido y también forma, se corre el riesgo de que el cuento entero salga volando y no se lo encuentre más. Es como remontar un barrilete a control remoto.

Me encantaría decir que esos tres “era” obedecen a una necesidad estructural que fue pensada y analizada varias veces, y que requirió la intervención de académicos de diferentes partes del mundo. Pero no, fue sólo un accidente, que no creo que le moleste a nadie, si alguien se da cuenta. Una consecuencia no buscada del orden sí buscado de los cuentos. No lo considero un defecto, aunque si volviera a hacer el libro, no lo haría.

Algo que trato de evitar, porque si no me cuido sale en todos los cuentos, es arrancar el último párrafo con “desde entonces”. Me parece que es un remanente del lenguaje periodístico. Es una manera efectiva de terminar una historia y marcar los cambios que ella pudo haber producido en los personajes, o en lo que sea. Y una vez cada tanto no jode, por eso ocasionalmente me lo permito. Muy seguido, sin embargo, no es recomendable, porque se produce una repetición que marca una estructura demasiada rígida en la mente del lector y también la del autor. Eliminando esos giros, ayudo a que la estructura se libere un poco de las cadenas.

Ha llegado a mis oídos que hay gente que ha tomado por verdaderos algunos de los cuentos de Léame. Es necesario, entonces, aclarar que son falsos.

Es decir, no son falsos, existen, ahí están. Su contenido, no obstante, no tiene por qué tener relación con cosas que ocurrieron. Los cuentos que hablan en primera persona no describen sucesos que le hayan ocurrido al autor. Sólo son textos escritos con la modalidad de narrador protagonista. Este autor, por ejemplo, nunca vio en la ruta ningún camión repleto de centauros.

Del mismo modo, el cuento que relata la historia del coquero, personaje que hace cincuenta o cien años llevaba todos los días casa por casa la Coca-Cola en sifones contour, es apócrifa. Nunca ocurrió. La Coca-Cola siempre vino en botellas, latas o fuentes de sodas.

Pueden haberse colado, tal vez, eventos verdaderos, descritos a través de palabras. Pero no importa que hayan sido verdaderos. Importa lo que está escrito. Como tal, está armado para tener la mayor efectividad posible. Y siendo que el objetivo está lejos de documentar asuntos verdaderos, la pérdida de esa condición no amedrenta en lo más mínimo.

Esto es importante. Mucha gente intenta escribir cuentos o poemas acerca de cosas que le pasaron, y ponen énfasis en mantener la realidad. Esto va muchas veces en desmedro del texto, que podría ser mucho mejor si se lo dejara ser el texto, en lugar de forzarlo a ser una anécdota. Ni siquiera hace falta dejar de ser fiel al núcleo verdadero, si se lo quiere preservar. Pero los detalles que son necesarios para que algo ocurra en la realidad pueden ser estorbos en la versión escrita.

Es como adaptar un libro a una película. Nunca va a haber una adaptación 100% fiel, porque son medios distintos. Va a haber que eliminar partes, agregar otras, fusionar elementos existentes, cambiar orden de acontecimientos. No se hace por un desprecio al material original. Se hace para fortalecer la obra que se quiere crear. Puede hacerse bien o mal, pero es ridículo aplicar a un medio las limitaciones o características propias de otro.

La realidad tiene límites que la literatura no necesita respetar. Vale la pena aprovecharlo.

Ha llegado el momento de revelar el contenido de Léame. Es decir, dar a conocer el índice, que indica qué cuentos están presentes en el libro. Es posible que usted, alegre lector, ya conozca algunos de ellos. También es posible que su favorito no esté. Pero no se preocupe. Puede ocurrir que esté con otro título, porque varios han cambiado con el correr del tiempo.

Esta lista ya está disponible desde hace algunos días en la página ¿Qué es Léame? que puede encontrarse arriba de todo. Pero como merece un poco más de exposición, lo repetimos acá.

Vale la pena mencionar que, en el libro, el índice se llama Menú. Esto es para continuar la temática tecnológica del título.

Así que, sin más dilación, aquí está el contenido de Léame:

  1. Usted es de los buenos
  2. Mi nube
  3. El método de la sortija
  4. Un paso hacia adelante
  5. Coquerío
  6. Walt Disney descongelado
  7. Lleno de naturaleza
  8. El baño y el otro lado
  9. Autodescripción
  10. Los tiempos románticos del coquero
  11. Tiro libre
  12. Hisóposis
  13. Plan Pepsi
  14. El carro que me quería
  15. Verdades acerca de usted
  16. Gaseoducto
  17. Planta vegetariana
  18. Ayudemos a los sapos
  19. El contenido de la piñata
  20. Una mano lava a la otra
  21. Lanzamiento
  22. Seamos buenos
  23. Visitante
  24. Huellas del camino
  25. Verleder y Lertena
  26. La extraña metamorfosis del doctor Erasmus Chesterton
  27. El camión de los centauros
  28. Mar de gente
  29. Hay sardinas
  30. Después de usted
  31. Alquiler de opiniones
  32. La vaca atada
  33. El placer del Apocalipsis
  34. El escape
  35. Cuando digo quiero decir
  36. Alicia en el país antropomórfico
  37. El abedul que quería caminar
  38. El álamo prominente
  39. Domingo de regreso
  40. Lo que nos costó la fiesta
  41. Gracias por rebajarse

Habrá, sin embargo, algunas sorpresas. Léame incluye bonus tracks, escondidos en las páginas, para que el lector se sorprenda al descubrir que hay más que lo que creía. ¿Cuáles son esos bonus tracks? Ah, lo siento, habrá que comprar el libro.