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Si usted, querido lector, agarra su copia de Léame, podrá encontrar tres cuentos seguidos que arrancan con la palabra “era”. Se trata de algo no intencional, que seguramente habría sido cambiado de haberlo descubierto. Viene, probablemente, de la intención de escribir cuentos que parezcan cuentos, sin empezar muy seguido con el “había una vez” que también se puede encontrar.

(El “había una vez” fue en alguna oportunidad motivo de un cuento muy cortito que empezaba con esa frase y era protagonizado por la vez que había.)

Empezar de una manera original o estrafalaria está bueno, aunque tiene el riesgo de trastocar la estructura de un cuento. Eso, a veces, también está bueno, depende del cuento que sea. Si lo que se narra es algo muy delirante, si el contenido es volado, suele convenir usar una estructura ordenada, “clásica”, para que el contenido tenga algún marco de referencia. Si se vuela en contenido y también forma, se corre el riesgo de que el cuento entero salga volando y no se lo encuentre más. Es como remontar un barrilete a control remoto.

Me encantaría decir que esos tres “era” obedecen a una necesidad estructural que fue pensada y analizada varias veces, y que requirió la intervención de académicos de diferentes partes del mundo. Pero no, fue sólo un accidente, que no creo que le moleste a nadie, si alguien se da cuenta. Una consecuencia no buscada del orden sí buscado de los cuentos. No lo considero un defecto, aunque si volviera a hacer el libro, no lo haría.

Algo que trato de evitar, porque si no me cuido sale en todos los cuentos, es arrancar el último párrafo con “desde entonces”. Me parece que es un remanente del lenguaje periodístico. Es una manera efectiva de terminar una historia y marcar los cambios que ella pudo haber producido en los personajes, o en lo que sea. Y una vez cada tanto no jode, por eso ocasionalmente me lo permito. Muy seguido, sin embargo, no es recomendable, porque se produce una repetición que marca una estructura demasiada rígida en la mente del lector y también la del autor. Eliminando esos giros, ayudo a que la estructura se libere un poco de las cadenas.

Léame está armado con un orden específico. La intención es que el lector vaya de la página 1 hasta la (alrededor de) 130, y sea una experiencia determinada. Claro que nadie puede impedir que usted, estimado lector, lo agarre por el medio y empiece a leer desde cualquier lado.

Este autor hace lo mismo. Cuando escucha música, en general es con el random puesto. Aunque hay algunos discos que se prestan más que otros a esa práctica. Son los que no forman una historia, o narración, ordenada. Los que son una colección de canciones. Esas colecciones también están diseñadas para maximizar el impacto de cada una, sin que eso excluya que el oyente haga propio el disco.

Como Léame no es una novela, ni hay una progresión especialmente marcada, resiste perfectamente la lectura en random. Ojo: no es la modalidad recomendada. Al hacerlo no se pierde la garantía, sólo porque no hay garantía. El orden está calculado para que el lector se vaya habituando a ritmos, modalidades y temática. Entonces aparecen guiños, sorpresas que el lector ordinal puede aprovechar, que requieren haber leído lo anterior para hacer efecto.

Quien no haya leído lo anterior no debería ser molestado por esos detalles. Simplemente no los apreciara, o se preguntará por qué dice algo así en ese lugar. Porque los cuentos están más o menos unidos. Las distintas series sí están en un orden progresivo (orden+progreso), que no significa que sea el único posible.

Muchos cuentos independientes también están conectados. Se marcan ecos de cuentos anteriores. Reaparecen personajes. Se aprenden lecciones. Esto ocurre en el fondo de la narración, de forma (espero que) imperceptible para el lector casual, pero clara para el lector avezado. Y la mejor manera de percibirlo es, justamente, leyendo en orden.