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Léame está pensado para ser leído más de una vez. No sé si es efectivo, porque para el autor es particularmente difícil juzgar esas cosas, pero la posibilidad existe.

¿Cómo se logra, a mi criterio, un libro relegible? Con atención al detalle. Si uno escribe con cierta meticulosidad, es probable que el lector se vaya acostumbrando al estilo a medida que pasan las páginas. Cuando vuelve a las primeras, las ve de otra manera, puede percibir la construcción del tono.

Eso es lo que tiene la relectura: permite descubrir el proceso de escritura, o al menos la forma en la que está construida la estructura de un libro. Permite, con el resto ya leído, ver las semillas plantadas al principio para que florezcan al final, o los guiños entre distintos momentos. Esto debería proporcionar otro nivel de lectura, que no es necesariamente algo que haga que el alma trascienda el mundo material, pero sí una experiencia distinta a leerlo por primera vez.

Se trata de una experiencia más relajada, sin tanta incertidumbre. Usted, querido lector, puede estar tranquilo, nada lo va a sorprender, las tramas serán las mismas que ya leyó. Sin embargo, es mentira que nada lo va a sorprender, porque va a haber cosas de las que se va a haber olvidado, y de repente lo pueden sorprender. Y va a descubrir, quizá, las razones por las que algunas de las cosas que están, están. Y eso le devolverá la tensión primigenia, la incertidumbre de no saber qué otra cosa va a encontrar. Recuperará un poco la experiencia de la lectura inicial, sin perder por eso la memoria de lo que leyó.

Buena suerte.

Si usted, querido lector, agarra su copia de Léame, podrá encontrar tres cuentos seguidos que arrancan con la palabra “era”. Se trata de algo no intencional, que seguramente habría sido cambiado de haberlo descubierto. Viene, probablemente, de la intención de escribir cuentos que parezcan cuentos, sin empezar muy seguido con el “había una vez” que también se puede encontrar.

(El “había una vez” fue en alguna oportunidad motivo de un cuento muy cortito que empezaba con esa frase y era protagonizado por la vez que había.)

Empezar de una manera original o estrafalaria está bueno, aunque tiene el riesgo de trastocar la estructura de un cuento. Eso, a veces, también está bueno, depende del cuento que sea. Si lo que se narra es algo muy delirante, si el contenido es volado, suele convenir usar una estructura ordenada, “clásica”, para que el contenido tenga algún marco de referencia. Si se vuela en contenido y también forma, se corre el riesgo de que el cuento entero salga volando y no se lo encuentre más. Es como remontar un barrilete a control remoto.

Me encantaría decir que esos tres “era” obedecen a una necesidad estructural que fue pensada y analizada varias veces, y que requirió la intervención de académicos de diferentes partes del mundo. Pero no, fue sólo un accidente, que no creo que le moleste a nadie, si alguien se da cuenta. Una consecuencia no buscada del orden sí buscado de los cuentos. No lo considero un defecto, aunque si volviera a hacer el libro, no lo haría.

Algo que trato de evitar, porque si no me cuido sale en todos los cuentos, es arrancar el último párrafo con “desde entonces”. Me parece que es un remanente del lenguaje periodístico. Es una manera efectiva de terminar una historia y marcar los cambios que ella pudo haber producido en los personajes, o en lo que sea. Y una vez cada tanto no jode, por eso ocasionalmente me lo permito. Muy seguido, sin embargo, no es recomendable, porque se produce una repetición que marca una estructura demasiada rígida en la mente del lector y también la del autor. Eliminando esos giros, ayudo a que la estructura se libere un poco de las cadenas.

Varios de los que han hablado de Léame destacan la lógica como una de las virtudes. La lógica que funciona como eje de situaciones o elementos que pueden ser disparatados, de forma tal que ninguno queda demasiado fuera de lugar. Esa lógica está, forma parte de mi manera de escribir, y también de pensar. Sin embargo, por esa razón a veces la considero una debilidad de mi escritura.

¿Cómo es esto? Escribo con lógica, llevo a lo que quiero decir del punto A al punto B, del B al C, del C al D, etc. A, B, C y D pueden ser absurdos, disparatados, ilógicos, extravagantes, sempiternos, telúricos, cognitivos, ígneos, occipitales, lo que sea. Pero el hecho de que siempre haya una lógica que los una implica una estructura común que está más allá de mi control. Es una lógica no involuntaria, pero obligatoria y permanente.

Daré uno de mis ilustrosos ejemplos. Hay un capítulo de la quinta temporada de Seinfeld titulado The Marine Biologist (si usted, caro lector, no lo vio, consígalo; es uno de los más aclamados de toda la serie, y acá le arruinaré el final). Como siempre en esa serie, se entrecruzan varias historias. La de Kramer tiene un solo elemento: quiere ir a la playa a practicar golf, tirando las pelotas al océano. La de Elaine involucra a un escritor ruso que se irrita cuando suena la alarma de una agenda electrónica, entonces la agarra y la tira por la ventana del auto en el que van. La agenda da en la cabeza de una mujer, que encuentra el teléfono de Jerry cuando la revisa y lo contacta, involucrándolo en esa trama. La historia de George lo hace hacerse pasar por biólogo marino para impresionar a una ex compañera de la facultad. Hay toda una serie de escenas que lo hacen terminar sobre una ballena varada en la playa que tiene dificultades para respirar. Lo hace por la necesidad de defender la profesión falsa.

En la memorable escena siguiente, que termina el episodio, George está relatando lo ocurrido. La primera vez que lo vi, mientras esa escena avanzaba, me fue cayendo la ficha de hacia dónde se dirigía el asunto. Como en un período corto venía viendo toda la serie en orden, tenía bastante fresca la estructura que les gusta usar. Siempre les gusta que todo cierre lo más prolijamente posible con los elementos que ya están planteados. Mientras George contaba la historia, entonces, me acordé de que la trama de Kramer y las pelotas de golf había terminado en la nada. Y ahí me di cuenta: claramente la pelota había dado en el orificio respiratorio de la ballena (que según Wikipedia se llama espiráculo).

Mi risa se adelantó entonces unos segundos a la revelación de lo que había pasado, y cuando se confirmó lo que estaba pensando se agregó la satisfacción de haberlo adivinado. ¿Por qué me di cuenta? Porque seguí los pasos de la lógica, y por más que la situación es completamente absurda, dentro de la lógica de la serie cerraba perfectamente. No necesitaba ningún elemento externo, ataba a dos o tres de las historias y era muy gracioso.

Me pasa que tengo una lógica, no sé si similar, pero consistente, y pienso que los cuentos podrían volverse predecibles para alguien versado en esa lógica. Claro que yo soy el que más empapado está y trato de que lo que escribo no resulte obvio, pero a veces hay historias bastante orgánicas que no da cambiar sólo para hacerlas más impredecibles.

El problema, entonces, es que el que conoce mi manera de pensar capaz que deduce lo que estoy pensando, cuál es mi forma de salir de un punto A, entonces se da cuenta de dónde está el punto B al que lo quiero llevar. Pero habitualmente, cuando leo los cuentos en taller y esas cosas, no pasa. Capaz que es por los anticuerpos que tengo, las medidas que tomo para esconder lógicas, o para no hacer lo que me resulta más obvio. Pero la lógica sigue estando.

Para poder controlar a la lógica lo que hago es tratar de ejercitar otras maneras. Otras lógicas, otros vuelos, otras formas de escribir. Una búsqueda de lógicas distintas, que me parezcan ilógicas o absurdas no en los elementos sino en la estructura. Han salido muchas cosas que me gustan, pero no sé si logré hacer el cambio de lógica. Me parece que, a psar de mis intentos, la lógica todavía gobierna mis pensamientos, y a través de ellos se hace presente en mi escritura.