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April 2012


Usted, que es lector asiduo de Crónicas de Léame, no necesita que le diga que cada dos meses se hace una revisión de lo mejor que pasó en esos dos meses. Y ha llegado el momento de repasar este bimestre, que ha venido con más temas de interés general que ningún otro. Veamos entonces con qué nos encontramos.

Así han pasado estos dos meses. ¿Qué nos depara el futuro? Visite este sitio de nuevo en dos meses, cuando ese futuro sea pasado y lo repasemos una vez más.

Cuando la gente se entera de que uno escribe, se siente obligada a dar consejos. Aparentemente, todos saben lo que tiene que hacer un escritor. Tal vez todos sean escritores vicarios, y quieren canalizarlo a través de uno. No sé. Pero no dejan de iluminarnos con los consejos acerca de no sólo lo que piensan que uno debe hacer, sino lo que no creen que uno lo haya pensado nunca.

Uno de los consejos más frecuentes es que un escritor debe leer mucho. Es un concepto razonable, después de todo el cerebro tiene que alimentarse de algo. Sin embargo, está lejos de ser un concepto universal. Se puede ser un gran escritor sin haber leído nada, aunque diría que es poco probable que a alguien que no lee nada se le ocurra ponerse a escribir.

Hay gente que no sólo sabe que uno debe leer, sino que también sabe qué debe leer uno. Tiran entonces listas de libros, a modo de verificación. Porque si uno no los leyó, pueden saberse superiores, no necesariamente porque ellos los leyeron, sino porque no se dedican a la escritura habiendo no leído esas obras que todo escritor debería leer. No como uno, que es claramente ignaro.

El consejo, aunque irrita, es perfectamente válido. Leer suele hacer bien para escribir. No es mi intención negarlo. Sin embargo, no tiene nada de absoluto. Y hay muchos estímulos que pueden alimentar una escritura. La música, el cine, la televisión, caminar por la ciudad, caminar por el campo, caminar en el espacio, observar los pajarillos, bañarse, la pintura, la arquitectura, los viajes, las tormentas, la autocontemplación, la exocontemplación. Cualquier cosa puede estimular el pensamiento, que se puede transformar en algo escrito, que no tiene por qué ser menos válido que lo que escribe alguien que leyó y comprendió todo el canon varias veces.

El asunto, señores, es pensar.

El final de la serie The Sopranos tuvo al mundo (?) en vilo hace cinco años. Aquí se harán algunas consideraciones al respecto, y el único objetivo de este párrafo es marcar el spoiler para que usted, señor que no vio ese final, no siga leyendo así no se arruina la sorpresa.

El asunto es así. Como usted sabe, la última escena tiene lugar en un diner, con el tema Don’t Stop Believing de Journey, e involucra a Tony y su familia aprestándose a cenar. El lugar está lleno, y hay un montón de personas merodeando, incluyendo un señor con una campera de Members Only, que parece estar mirando a Tony. En un momento, mientras la escena va cambiando entre la hija de Tony intentando estacionar afuera, este sujeto (el de la campera) se dirige conspicuamente al baño, que está justo al lado de la mesa. Pasan algunos segundos. Meadow consigue estacionar, cruza la calle y entra en el diner. Cuando lo hace, Tony sube la mirada. En ese momento hay un corte a negro, desaparece abruptamente la música, y después de unos segundos de negro salen los créditos en silencio. Terminó la serie.

Opa. La serie se acaba sin ninguna resolución, no resuelve la tensión de la escena final, se corta en el medio de algo. Claramente el objetivo es que se interprete. Y mucha gente se aprestó a hacer exactamente eso.

Hay una visión que está encarnada por este blog, que pretende explicar lo sucedido. La hipótesis es simple: el señor de campera mata a Tony, y el corte a negro no es otra cosa que el punto de vista de él. Muerto el protagonista, se acaba la serie.

El blog tira una serie de argumentos para defender esa postura. No voy a enumerarlos acá. Muchos están muy bien, y me parece que la idea de “Tony se muere” es sostenible. Incluso hay cosas que no se pueden explicar sin pensar que David Chase (el creador de la serie, que escribió y dirigió el último capítulo) quería sugerir la posibilidad de muerte de Tony.

Pero nunca me terminó de convencer esa postura. En parte porque, de ser así “la verdad”, no me parece un buen final. La idea de la serie no es saber si Tony se muere o no. Para eso se puede morir en la primera temporada y nos ahorramos mucho tiempo de espera. El asunto es lo que pasa dentro de la serie, el trayecto. Y durante la serie hay un montón de temas cruzados, de simbolismos, de juegos de expectativas, que la hacen interesante y atractiva.

No puedo creer que una serie tan compleja, tan sofisticada, haya decidido terminar con una adivinanza.

Me da la impresión de que la lectura de “esto significa que Tony se muere” fue plantada a propósito para “la gilada”, para que la gente que no entiende la serie y sólo busca recompensas en la trama piense que encontró algo. Y si eso es todo lo que hay para encontrar, yo diría que la serie no era tan buena.

Otra postura dice que la última escena es una muestra de lo que es la vida de Tony de ahora en más: tensión permanente, mirar la puerta siempre, nunca confiar en nadie, nunca saber si cualquier persona que va al baño lo va a asesinar como Michael Corleone cuando salga. Esta postura, sin embargo, no se sostiene mucho, porque tampoco la serie hizo un trayecto hacia ahí, de una vida tranquila a una plagada de tensión. La tensión siempre estuvo, en algunos momentos más marcada que en otros, pero siempre algo pendía de un hilo.

Me parece que lo que el final subraya no es lo que le pasó al personaje, porque no es importante. Hay distintas sugerencias de finales: un socio lo traiciona y va al FBI como testigo, por ejemplo. En cualquier momento podría ir en cana y la serie terminar así. Pero la serie se niega a darnos un final prolijo. Nos dice que no importa eso, que lo que importa es todo lo que vino antes, todos se van a morir en algún momento, y la cárcel posterior no cambia lo que el protagonista hizo durante toda la serie, ni el dolor que causó a todos los que se cruzaron con él, ni nada de eso. “The journey is its own reward”. El corte a negro en el medio de una escena marca la interrupción artificial, la intervención del autor que dice “listo, hasta acá llega lo que quería decir”. No el comienzo de un enigma sobre qué puede seguir a la acción mostrada.

Hay interpretaciones posibles, y hay enigmas, cosas para resolver, símbolos plantados por todos lados. Pero no me creo la idea de que la serie está sugiriendo un “fill in the blanks”, sino que está desafiando (o animando) a interpretar lo que está presente, hasta el corte a negro inclusive. No lo que no está.

Este post fue inspirado por uno de mis sitios de cabecera, The AV Club, que durante los últimos meses ha estado reseñando toda la serie y acaban de llegar a la sexta temporada. En particular, el último post que hicieron, del segundo capítulo, “Join the Club“, tiene varias cosas sobre todo este asunto.

Léame está pensado para ser leído más de una vez. No sé si es efectivo, porque para el autor es particularmente difícil juzgar esas cosas, pero la posibilidad existe.

¿Cómo se logra, a mi criterio, un libro relegible? Con atención al detalle. Si uno escribe con cierta meticulosidad, es probable que el lector se vaya acostumbrando al estilo a medida que pasan las páginas. Cuando vuelve a las primeras, las ve de otra manera, puede percibir la construcción del tono.

Eso es lo que tiene la relectura: permite descubrir el proceso de escritura, o al menos la forma en la que está construida la estructura de un libro. Permite, con el resto ya leído, ver las semillas plantadas al principio para que florezcan al final, o los guiños entre distintos momentos. Esto debería proporcionar otro nivel de lectura, que no es necesariamente algo que haga que el alma trascienda el mundo material, pero sí una experiencia distinta a leerlo por primera vez.

Se trata de una experiencia más relajada, sin tanta incertidumbre. Usted, querido lector, puede estar tranquilo, nada lo va a sorprender, las tramas serán las mismas que ya leyó. Sin embargo, es mentira que nada lo va a sorprender, porque va a haber cosas de las que se va a haber olvidado, y de repente lo pueden sorprender. Y va a descubrir, quizá, las razones por las que algunas de las cosas que están, están. Y eso le devolverá la tensión primigenia, la incertidumbre de no saber qué otra cosa va a encontrar. Recuperará un poco la experiencia de la lectura inicial, sin perder por eso la memoria de lo que leyó.

Buena suerte.

Siempre fui adverso a los doblajes. No entiendo por qué alguien querría ver una película o una serie en un idioma que no sea el original. Hay muchas razones para sostener mi posición, no es la idea hacerlo acá. Dejo a Borges que enumere algunas.

Borges menciona como defecto central “el injerto arbitrario de otra voz y de otro lenguaje”. Y por bien hecho que esté un doblaje, no puede escapar a eso. Pero bueno, no hay muchas alternativas para traducir una película. O se subtitula o se dobla. Diferentes públicos y distintas culturas prefieren diferentes soluciones a ese problema. A uno le puede no gustar, no quita que exista.

El cine argentino, cuando se proyecta en Argentina, no tiene la necesidad de traducir los diálogos, porque están en castellano. Sin embargo, durante décadas todas las películas argentinas eran dobladas.

Por alguna razón, los estudios decidieron seguir filmando igual que en la época muda, y preocuparse después por la banda sonora. El proceso de hacer una película se hacía en dos partes, primero la imagen, después el audio. En parte, esto es habitual en todo el cine. En general, todos los sonidos que se escuchan son agregados en post, porque hay más control. Salvo las voces, que son captadas por micrófonos durante el rodaje, porque lo que se quiere capturar es la actuación de los actores, no la imagen de una actuación y la voz de otra separada, que puede producirse años después, o incluso ser hecha por otro actor.

Entonces, ver una película argentina de antes de los ’80 es algo muy extraño, porque se asiste al matrimonio forzoso de dos partes separadas, que no forman un total equivalente al que sería si hubieran nacido juntas. Los diálogos tienen esa cualidad de locutor, justamente porque están grabados como si fueran programas de radio. El resultado es automáticamente artificial, y hace más difícil meterse en la película.

Todo esto lo pensaba el otro día mientras miraba en el BAFICI la película … (que se titula así, puntos suspensivos), de 1971 pero nunca estrenada. Hay muchas cosas para decir sobre ella, que no vienen al caso acá. Lo que estaba todo el tiempo presente era la conciencia del doblaje. Y encima la película parecía estar fuera de sincro, lo que aumentaba el efecto.

Sin embargo, según dice Quintín, el audio fuera de sincro es intencional, un recurso de ruptura propio de lo que hacía la nouvelle vague en esa época. Les gustaba jugar con la artificialidad, sacar al espectador de la película, hacer notar que lo que se está viendo no es una realidad. O lo que sea. Jugar con el sincro es una manera muy efectiva de lograrlo, al menos si el espectador soy yo. Viendo la cantidad de programas de televisión que se transmiten fuera de sincro, se me ocurre que mucha gente no presta atención a este tipo de cosas.

Entonces, si la película … efectivamente usaba el doblaje y jugaba con el sincro para sacar al espectador de la película, algo que no me di cuenta de que estuviera hecho a propósito, estaba usando el mismo recurso que el resto del cine argentino usaba para las películas “normales”. Todas las películas con ese doblaje logran sacarme y mostrarme su artificialidad. Es bueno que al menos una lo haga intencionalmente.

Si usted, querido lector, agarra su copia de Léame, podrá encontrar tres cuentos seguidos que arrancan con la palabra “era”. Se trata de algo no intencional, que seguramente habría sido cambiado de haberlo descubierto. Viene, probablemente, de la intención de escribir cuentos que parezcan cuentos, sin empezar muy seguido con el “había una vez” que también se puede encontrar.

(El “había una vez” fue en alguna oportunidad motivo de un cuento muy cortito que empezaba con esa frase y era protagonizado por la vez que había.)

Empezar de una manera original o estrafalaria está bueno, aunque tiene el riesgo de trastocar la estructura de un cuento. Eso, a veces, también está bueno, depende del cuento que sea. Si lo que se narra es algo muy delirante, si el contenido es volado, suele convenir usar una estructura ordenada, “clásica”, para que el contenido tenga algún marco de referencia. Si se vuela en contenido y también forma, se corre el riesgo de que el cuento entero salga volando y no se lo encuentre más. Es como remontar un barrilete a control remoto.

Me encantaría decir que esos tres “era” obedecen a una necesidad estructural que fue pensada y analizada varias veces, y que requirió la intervención de académicos de diferentes partes del mundo. Pero no, fue sólo un accidente, que no creo que le moleste a nadie, si alguien se da cuenta. Una consecuencia no buscada del orden sí buscado de los cuentos. No lo considero un defecto, aunque si volviera a hacer el libro, no lo haría.

Algo que trato de evitar, porque si no me cuido sale en todos los cuentos, es arrancar el último párrafo con “desde entonces”. Me parece que es un remanente del lenguaje periodístico. Es una manera efectiva de terminar una historia y marcar los cambios que ella pudo haber producido en los personajes, o en lo que sea. Y una vez cada tanto no jode, por eso ocasionalmente me lo permito. Muy seguido, sin embargo, no es recomendable, porque se produce una repetición que marca una estructura demasiada rígida en la mente del lector y también la del autor. Eliminando esos giros, ayudo a que la estructura se libere un poco de las cadenas.

Si usted, querido lector, anda por la galería Bond Street, puede darse una vuelta por el subsuelo y adquirir Léame en la librería Rayo Rojo.

¿Que usted no sabe dónde queda eso? Es en la avenida Santa Fe 1670, entre Rodríguez Peña y Montevideo. También se encuentra en Rodríguez Peña entre Santa Fe y Marcelote de Alvear, debido a que es una galería en forma de L, y L mayúscula at that.

Allí usted podrá comprarse remeras con motivos de sus artistas favoritos de rock y punk, y también hacerse numerosos tatuajes sobre su cuerpo entero. Le sugerimos comprar Léame antes, así se entretiene mientras los maestros tatueros hacen su trabajo.

Este fin de semana estuve en Montevideo sólo para ver la alucinante presentación de McCartney. A continuación, transcribiré algunos fragmentos seleccionados del diario de viaje.

Hoy es mi viaje inaugural en Buquebus. Tiene lugar el día que se cumplen 100 años del hundimiento del Titanic. Este barco (el Titanic) provenía de Liverpool, al igual que McCartney.
Mucha gente en el barco tiene remeras de los Beatles. Claramente vienen a lo mismo que yo. Son compañeros de viaje. Estarán en el mismo barco, en el mismo estadio, tal vez en el mismo hotel. Las remeras permiten identificarlos. Yo no hago eso. No me gusta indicar que me subo a las manadas. Aparte, tengo algunas remeras de los Beatles, pero ninguna de McCartney, que es al que voy a ver.
Noto una actitud como de equipo en esas remeras, de mostrar la pertenencia. Es una actitud algo futbolística, un “te sigo a todas partes”. Y no me gusta la idea de seguir a alguien o algo a todas partes, aunque esté yendo a Uruguay con el solo propósito de ver a McCartney. Es un caso de “viene cerca, entonces voy”. Y seguramente pasa lo mismo con toda la gente que está acá. Pero llevan remeras identificatorias, que es lo que me diferencia de ellos.

Hay como un barcito con medialunas y cosas así. No figura el precio en ningún lado. Cobardes. Se piensan que si dicen el precio al preguntar nos vamos a asustar más de decir que no que del precio. Cuentan con nuestra cobardía. Pero a mí no me agarran. No voy a preguntar siquiera.
Por el momento no entablé conversación con nadie. Estoy acá de incógnito. Acabo de descubrir la raíz latina de esa palabra. Muchas veces me siento como si nadie se percatara de mi existencia. Porque estaré de incógnito, pero sum. Esta, sin embargo, no es una de esas ocasiones. Simplemente, el viaje éste no conduce a hablar con los otros pasajeros. O tal vez no estoy suelto. Ya lo estaré.

Nunca pensé que el público uruguayo pudiera ser tan amargo. Estaba McCartney. Fucking Paul McCartney, y los que me rodeaban no se pararon cuando salió al escenario. Se limitaron a aplaudir, como si fuera teatro. Y tampoco se paraban en las canciones. Hello Goodbye, nada. Junior’s Farm, se preguntarían qué es eso. All My Loving, aprobaban. Jet escuchaban con interés. Yo no lo podía creer. Nadie quería saltar. Nadie levantaba el orto del asiento de la alegría. Recién bien entrado el recital, durante 1985, un chabón se hartó, se paró y gritó “¡ES PAUL!”. Creo que el “amargos” era tácito. Ahí nos paramos algunos más y saltamos durante el resto del tema ante la confusión general. Yo estaba esperando no ser el único. Era medio desesperante, aunque disfrutaba igual. La cagada es que inmediatamente Paul hizo My Valentine, que además de muy tranquilo es un tema nuevo, así que nos sentamos todos.
Pero algo se había quebrado. Fuimos varios los que decidimos que ya no íbamos a tener vergüenza y nos paramos cada vez que tuvimos ganas. Con el tiempo, la mayoría de la gente agarró la onda y se paró. No da que todo el estadio cante Hey Jude y uno esté sentado. Sin embargo, unos cuantos nunca se pararon, y hasta el final se mantuvieron en su lugar, sólo aplaudiendo después de cada canción. Amargos.

Este barco tiene free shop. Es uno de los beneficios de que Uruguay sea otro país. He visitado varios, pero puede ser la primera vez que compro algo. Me pidieron chocolates de ésos buenos. Es interesante el concepto. Está lleno de productos tentadores para distintas personas. Cosas que uno, cuando las ve, las quiere tener. Perfumes, cigarros, electrónicos. Es una idea bien americana. Venden Kit Kat, M&Ms, Herschey’s. También productos Ferrero, como el despreciable Ferrero Rocher, que apunta a boludos que quieren tener status ypiensan que lo pueden comprar en un quiosco. Para ellos está pensado ese nombre de doble apellido. Otro es el nefasto Kinder Sorpresa, en cualquiera de sus nefastas variedades. El tercer, en cambio, es el Tic Tac, sin el que es difícil que me encuentren. Había un pack frutal que incluía acerola, que por lo tanto en algún lado sigue existiendo. Casi lo compro, si no fuera porque la fecha de vencimiento me pareció muy próxima. Y el Tic Tac de acerola vencido no se los recomiendo, tiene gusto a maní también vencido.

Leí dos diarios que hablaban de McCartney. En La República sacaron una nota escrita a las apuradas durante el recital, plagada de errores (Here Today es un homenaje a Paul, según se afirma) porque la edición cerraba antes de terminar el show. ¡Es Paul McCartney! Seguramente es la única vez en la puta vida que viene a tocar a Uruguay, y éstos no pueden postergar el cierre un rato.
El País no era mucho mejor. Tenía una nota claramente hecha por un periodista que se quedó afuera, donde hablaba con gente que fue a los alrededores del estadio a escuchar el recital sin verlo. Una vieja estaba ofendida porque Paul había venido recién ahora. “Estoy enojada desde que los Beatles vinieron a Argentina pero no a Uruguay. Ahora viene Paul sin los otros tres”. Me pregunto si la visita de los Beatles a la que se refiere será la de los Beetles Americanos que trajo Romay en 1964.
Eso salió en el diario, lo repito para que no se piense que me burlo de esa persona. Me burlo de los periodistas.

Y con esto me parece que se cierra esta aventura uruguaya de un fin de semana desfasado. Me despido, no sin antes decir adiós. Porque you may say hello, but I say goodbye.

En este solemne acto se lanza el sitio Literatura de Mierda.

El objetivo de esta web es recopilar piezas literarias escritas por todos los que quieran y/o se animen a participar. La única condición es que la temática de estas piezas tiene que ser fecal.

Puede serlo de cualquier forma. Se acepta desde la escatología más cruda hasta imperceptibles referencias difíciles de captar por su elegancia. Los textos pueden estar escritos de cualquier manera: prosa, poesía, mixtos, ensayos, hipertextos, etc.

El proyecto parte de la convicción de que se puede hacer buena literatura con temáticas a veces despreciadas, a veces ignoradas, pero que logran recurrir con diferente regularidad según cada persona. No debemos olvidar el papel fundamental que el baño tiene en la literatura. Sin él, la riqueza intelectual de grandes cantidades de personas se vería seriamente limitada. Es menester, pues, celebrar el lado menos fotogénico del asunto.

Los textos serán publicados en literaturademierda.com.ar, a medida que vayan siendo aprobados por el comité de selección que, por el momento, sólo está compuesto por este autor. Algunos propios seguramente serán publicados también, dado que existen varios que cumplen la consigna.

Usted, querido lector de Crónicas de Léame, está invitado a enviar sus textos. Anímese. Sabemos que puede.

Cada vez que viene marzo, me acuerdo de lo que significaba ese mes cuando iba a la escuela: el principio de las clases. El fin de la libertad, para ser reemplazada por levantarse muy temprano para meterse en un ambiente de convivencia forzada y obediencia de reglas absurdas. Siempre que las clases empiezan antes del 10 de marzo, me indigno de que me saquen un poco de las vacaciones, por más que ya no vaya a la escuela.

Pienso en el primer día de clases, que tienen reencuentros felices, pero también una conciencia del paso del tiempo, un certificado de que algo cambió. Hay gente nueva, gente que no está más, y nuevas modalidades a las que acostumbrarse. Los primeros días de clases son de estudio, como en el boxeo. Ver cuáles son los límites, qué se puede hacer, dónde están los lugares cómodos, tener una idea del tono que va a tener el resto del año.

A medida que pasó el tiempo, el primer día de clases se multiplicó por la cantidad de materias distintas. Entonces empezó el rito de las presentaciones, no sólo de los docentes, sino de los alumnos. Palabras de bienvenida pensadas para romper el hielo, que lo único que consiguen es crear más hielo. Es como la angustia de la hoja en blanco, del principio de un proceso, pero con la certeza de que la hoja en blanco se va a llenar, y se derrama una lágrima por el blanco que pronto no estará.

Esto me ocurrió todos los marzo desde que empecé la escuela hasta que terminé la facultad. Cada vez que quiero hacer un curso o algo, pienso en el primer día y es un obstáculo a franquear. Algunas veces se me ocurrió hacer otra carrera. Y pensé en todos los primeros días que iba a tener que atravesar. Y me di cuenta de que no tenía ninguna intención de volver a pasar por eso.

Ese día me di cuenta de que mi educación formal había terminado.

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