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Un libro significa que la cosa va en serio. Que esas cosas que uno escribe tienen la estatura suficiente en la mente del autor como para aparecer en papel y ser ofrecidas al público en ese formato. Hay mucha gente que tiene esa convicción, pero hay mucha más que no. Y algunos de ellos encuentran admirable el hecho de que alguien publique un libro. Entonces, cuando se enteran, quieren leerlo.

Ocurre después que estas personas, habiendo o no leído el libro, ven al autor con otros ojos. Antes era una persona, ahora es un Autor. Están en la compañía de un escritor. Les gusta. Y para el autor es gratificante. Este autor dice sin ánimo de burla que en ciertos círculos la recepción es otra.

Porque resulta que un libro abre puertas. No es lo mismo decir “yo escribo” que “yo escribí un libro”, por más que el contenido del libro sea eso que uno escribía. La gente comenta. La gente habla del autor, habla del libro. Y eso hace que algunos lo lean. A algunos de ellos les gusta. Y una porción de estos últimos lo recomienda, recomenzando el ciclo.

Pero más allá de eso, el hecho de haber escrito un libro genera en alguna gente una diferencia de comportamiento. Sin que antes fueran hostiles, ahora son más invitantes.

Y eso está bueno. Es una sorpresa agradable para alguien que lo único que quería era escribir, y compartir con los demás las cosas que escribe.

Esto es un post que tiene mucho potencial para enojar a aquellos que lo entienden mal. Así que recomiendo entender bien, y no pensar que quiero expresar algo que no digo. ¿OK? Gracias.

Las competencias deportivas, por ejemplo los Juegos Olímpicos que están por empezar, suelen estar segregadas por sexo. Es decir, no hay un campeón olímpico de una disciplina, sino dos: un hombre y una mujer, cada uno ganador de la medalla respectiva. Hay algunos pocos deportes donde compiten juntos, algunos en los que sólo participa un sexo, y otros mixtos, con igual cantidad de hombres y mujeres en el equipo (pasa en el tenis). Pero la norma es que haya competencias separadas.

No es un capricho sexista, sino una adaptación a la realidad: el hombre tiene características fisiológicas distintas a la de la mujer, y como resultado posee más destreza. Se puede ver en los récords mundiales: los tiempos o distancias de los hombres son siempre mucho mejores que los de las mujeres. No significa que todos los hombres corran más rápido que todas las mujeres. Pero sí, a nivel de alta competencia, los mejores hombres les ganan a las mejores mujeres.

No significa, por supuesto, que los hombres sean mejores que las mujeres. Es sólo parte de lo que viene con el sexo de cada uno. La solución de hacer competencias separadas está bien, de otro modo las mujeres no podrían competir.

Ahora, si uno mira las competencias masculinas de atletismo, sobre todo en las de velocidad, rápidamente puede notar que siempre ganan negros. Los de otras razas no suelen llegar a la final de los 100 metros llanos. Ocurre en todas las competencias, en todos los países, en todas las superficies. ¿Por qué se da esta correlación?

Sin conocer en detalle el asunto, he escuchado que hay algunas características fisiológicas que hacen que el biotipo del negro (o persona de color, o afrodescendiente, o como se lo quiera llamar) tenga más facilidad para correr rápido. Es perfectamente razonable que ocurra algo así. Las razas tienen diferencias en distintas cuestiones, en poder bancarse el sol tropical, en resistencia a enfermedades. Podría perfectamente darse que las razones que hicieron que los negros tuvieran piel oscura también los hayan empujado a ser más veloces.

Ahora, ¿por qué, entonces, no hay competencias por raza en los Juegos Olímpicos? Supongo que porque habría acusaciones de racismo. Puede ser que sean ciertas. Habitualmente estas divisiones son artificiales y tienen objetivos contrarios a lo justo.

Sin embargo, supongamos que hay pruebas fehacientes de que los mejores polinesios (o blancos, o asiáticos) no podrán nunca ganarles a los mejores negros. No encuentro razones para no pensar que esté bien dividir la carrera en diferentes razas, y declarar las competencias interraciales como algo inútil.

Ahora, acá nos encontramos con un obstáculo práctico. ¿Cómo diferenciamos un negro de un blanco? ¿Qué pasa con la gente de más de una raza? ¿Dónde correría alguien como Obama? Las divisiones entre las razas no son claras ni objetivas. Entre los sexos, aunque pueden surgir complicaciones, la cosa es más sencilla.

Entonces, para que me parezca bien segregar las carreras tienen que darse dos condiciones:

1) ser verdadera la diferencia entre las razas

2) poder identificar los límites entre las distintas razas

Encuentro mucho más probable al postulado A que al B. Pero, en el muy difícil caso de que se llegaran a dar ambos, la segregación por raza no me parecería más injusta que la existente por sexo.

Esa falta de discontinuidad, la imposibilidad de identificar los límites entre una raza y otra, se hace más fácil cuando las personas de diferentes razas entran en contacto y procrean. El contacto entre personas de diferentes procedencias hace que, con el tiempo, todos seamos más parecidos. Esto dificulta el racismo, no sólo porque es más difícil decir cosas sobre gente de una raza lejana, sino porque, al estar la gente en contacto, se puede dar cuenta de que las diferencias fundamentales no existen, y somos todos mucho más parecidos de lo que creíamos.

Sólo en la alta competencia se podrían apreciar las diferencias (y sólo si el postulado A es verdadero). La alta competencia, al no ser la sociedad, podría establecer categorías su fuera apropiado. Quiero creer que no lo hacen porque no es apropiado, y no para dar un ejemplo a la sociedad. No hace falta tomar ejemplos de esas cosas. El único ejemplo válido es el de la vida. Y si uno convive con gente diferente, va a tener cada vez menos miedo a esa diferencia.

Hay gente que no diferencia los dos conceptos. Y no sé si la distinción que hago cuenta con el apoyo de la Real Academia. Ni me importa.

El asunto es así. Vamos a suponer que todo lo que no es verdadero es mentira. La ficción, entonces, es una forma de mentira. Pero alguna gente los toma como sinónimos. Y dicen cosas como “estás viviendo una ficción”, cuando lo que quieren decir es que el destinatario de lo que dicen está viviendo bajo premisas falsas. O sea, está viviendo una mentira.

Porque la diferencia entre mentira y ficción es que la mentira se hace pasar por verdad. La ficción no. En la ficción, todos saben que lo que se dice no es algo que haya ocurrido ni esté ocurriendo, ni se supone que vaya a ocurrir. Uno puede creerlo durante un rato para, por ejemplo, disfrutar una película. Pero hasta ahí. No va a pensar que lo que se ve en la pantalla o se lee en los libros es algo cierto.

Con la mentira no pasa eso. La mentira nunca nos dice que es mentira, porque si no sería ficción. Nos dice que es verdad, y es nuestra tarea darnos cuenta de qué es mentira, porque la verdad también nos dice que es verdad. Para eso hay herramientas muy prácticas que no vienen al caso.

Lo que no hay que hacer es involucrar a la ficción en esos asuntos. La ficción es la más sincera de las formas de no decir verdades, porque desde el vamos no pretende hacernos creer nada.

Aguante la ficción.

Yo me conozco. Soy detallista, no me gusta saber que algo se puede mejorar y no está mejorado. Pero tengo la suerte de no tener un oído tan entrenado como para escuchar muy sutiles diferencias entre distintas ediciones de los mismos discos.

Sé que si fuera audiófilo necesitaría los parlantes de la mejor calidad, los discos de la mejor calidad. No podría escuchar MP3, porque me daría cuenta de la pérdida de datos, la escucharía, aun inaudible. No podría escuchar música en el subte, salvo con auriculares especiales de cancelación de los ruidos externos. Me volvería loco rápidamente.

Me pasa, sin embargo, que estoy informado, y necesito tener los discos remasterizados, porque sé que suenan mejor. No lo puedo comprobar, a menos que las diferencias sean muy notorias. Pero si escucho una edición anterior y lo sé, me siento incompleto. Siento que estoy perdiéndome algo, algo que no llego a percibir conscientemente, pero que está, y sé que está, entonces siento su ausencia.

Por suerte todavía no me volví loco.

No quiero pensar lo que sería si, encima, pudiera percibir las diferencias por mí mismo. Estaría todo el tiempo protestando, diciéndole a la gente “gente, ¿no se dan cuenta de que están escuchando una porquería?”. Sería tan hinchapelotas que me llevarían preso por ruidos molestos, justamente por querer evitárselos a los demás.

Lo bueno es que no me pasa. Tengo sólo una pequeña obsesión, que no se manifiesta mucho externamente. Entonces puedo convivir, y puedo hacerme pasar por una persona como las demás. Y puedo suponer que los demás también se dan cuenta de lo que me doy cuenta yo, y se están haciendo pasar por normales, como yo, sólo para mantener cierto decoro en la civilización.

Cada vez que viene marzo, me acuerdo de lo que significaba ese mes cuando iba a la escuela: el principio de las clases. El fin de la libertad, para ser reemplazada por levantarse muy temprano para meterse en un ambiente de convivencia forzada y obediencia de reglas absurdas. Siempre que las clases empiezan antes del 10 de marzo, me indigno de que me saquen un poco de las vacaciones, por más que ya no vaya a la escuela.

Pienso en el primer día de clases, que tienen reencuentros felices, pero también una conciencia del paso del tiempo, un certificado de que algo cambió. Hay gente nueva, gente que no está más, y nuevas modalidades a las que acostumbrarse. Los primeros días de clases son de estudio, como en el boxeo. Ver cuáles son los límites, qué se puede hacer, dónde están los lugares cómodos, tener una idea del tono que va a tener el resto del año.

A medida que pasó el tiempo, el primer día de clases se multiplicó por la cantidad de materias distintas. Entonces empezó el rito de las presentaciones, no sólo de los docentes, sino de los alumnos. Palabras de bienvenida pensadas para romper el hielo, que lo único que consiguen es crear más hielo. Es como la angustia de la hoja en blanco, del principio de un proceso, pero con la certeza de que la hoja en blanco se va a llenar, y se derrama una lágrima por el blanco que pronto no estará.

Esto me ocurrió todos los marzo desde que empecé la escuela hasta que terminé la facultad. Cada vez que quiero hacer un curso o algo, pienso en el primer día y es un obstáculo a franquear. Algunas veces se me ocurrió hacer otra carrera. Y pensé en todos los primeros días que iba a tener que atravesar. Y me di cuenta de que no tenía ninguna intención de volver a pasar por eso.

Ese día me di cuenta de que mi educación formal había terminado.