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Hace muchos años era un enfermo de los Simpsons. Tenía sentido. Era una serie que demandaba que se le prestara atención, y que enterraba chistes por todos lados, alimentando la visión repetida de cada capítulo. Era lógico, entonces, que no sólo me pusiera a investigar al respecto, sino que me conectara con la comunidad online existente.

Fue así que pasé tiempo absorbiendo información. Devoré The Simpsons Archive, con las cápsulas de episodios que tiraban mucha data acerca de detalles que no conocía y/o no podía conocer. Me metí en alt.tv.simpsons, y vi las charlas que se producían sobre cualquier tema. Muchas eran absurdas, porque cualquier comunidad online tiene un porcentaje de idiotas. Pero había gente que posteaba cosas interesantes, y también se producían entusiastas discusiones cuando había una entrega nueva de la serie en su país de origen. Entre los comentarios, que hablaban de la serie en inglés, veía cosas que eran modificadas por el doblaje, y eso me hizo tener curiosidad por ver la serie en su idioma original. Cuando lo conseguí, llegué a la conclusión de que la versión doblada es muy, muy inferior, y sigo aconsejando verla en inglés. Requiere un pequeño acostumbramiento, pero vale la pena.

En esa época, las series tardaban varios meses en llegar acá. Y de repente yo sabía detalles de una temporada que se iba a estrenar al día siguiente. No podía darme cuenta por los comentarios, porque siempre hubo una mezcla de positivos y negativos, pero tenía esperanzas de que esa temporada que estaba siguiendo sin ver, la décima, fuera mejor que la anterior.

Ese año se había estrenado la novena temporada, que había ampliado el leve pero sensible declive que me había dado cuenta que existía un año antes. No sabía, sin embargo, si ese declive era algo que yo percibía (al fin y al cabo, se daba justo cuando empecé a prestar más atención y conocer más detalles) o algo existente. Mi entusiasmo, sin embargo, continuaba, y con las primeras ocho temporadas había suficiente material como para mantener interés.

Al final, llegué a la conclusión de que el deterioro era real, y en la décima temporada se hizo demasiado marcado. La siguiente continuó la espiral descendente, y la decimosegunda fue tan espantosa que me hizo dudar de todo lo anterior. ¿Puede ser que una serie que acaba de determinar que es gracioso que a su protagonista lo viole un panda haya sido tan buena como pensaba?

Gradualmente mi entusiasmo se empezó a desvanacer. No llegué a ver completa esa temporada, pero tenía algunos compromisos que cumplir. Había creado mi propio sitio en español (donde los capítulos se llaman episodios), que llegó a ser bastante popular. También colaboraba con el Archive, donde todavía figura mi nombre aunque hace años que no actualizo nada (ocurre lo mismo con la mayoría de los colaboradores listados).

Después me volví a entusiasmar un poco, cuando para la temporada 13 la serie cambió de productor y parecía haber signos de mejoría. Durante dos o tres años, aunque había atrocidades, la serie parecía estar en buen camino. Pero pronto, así como así, mi interés desapareció completamente. Creo que dejé la temporada 16 sin terminar, y desde entonces sólo he visto algo nuevo en dos o tres oportunidades.

Poco después apareció la película, que se estrenó sólo en castellano así que la vi pirateada en inglés. En ella descansaba toda mi esperanza de ver algo del nivel de los ’90. Sabía que estaban involucrados varios guionistas que eran de los mejores de la historia de la serie, y que se había trabajado en el guión durante mucho tiempo. Ver el film no sé si fue una decepción, pero sí confirmó mis temores. “The Simpsons” no tenía nada más para decir. La película tiene sus momentos, pero en general es bastante triste para ver. Es el equivalente fílmico de un show de Simpsons sobre hielo. Es una especie de “¿se acuerdan de estos personajes? mírenlos, acá están, en pantalla grande”. Ya no había esperanza de recuperación.

Si se fijan en el link al sitio mío, la última actualización (después de bastante tiempo) es de poco antes del estreno de la película, y después de eso ya no me molesté en estar más. Era un universo que no valía la pena habitar. La obsesión por los Simpsons completó la transición hacia obsesiones por otras cosas, y me quedó al mismo tiempo un cariño por la serie y cierto dolor por no haber sabido retirarse a tiempo.

Hace unos meses vi en el AV Club que había habido un capítulo bueno, y decidí bajarlo a ver qué onda. No tenía mucha esperanza, y mi expectativa fue colmada. Era igual de intrascendente que lo que recordaba de las últimas temporadas que vi. Sin embargo, algo me quedó rondando en la cabeza. Y desde entonces, me metí cada tanto en algunos de los sitios que frecuentaba antes.

Es un poco como volver después de varios años a una ciudad donde uno vivía antes. Es la misma ciudad, pero cambiada. Hay gente nueva, costumbres nuevas, y muchas de las mismas, tal vez intactas, tal vez sólo renovadas. Leyendo algunas charlas del No Homers Club descubrí que se había inventado un término para las temporadas actuales: Zombie Simpsons. Aparentemente produce cierta polémica, pero me pareció muy apropiado, y mejor que el AfterSimpsons que se me había ocurrido en su momento.

Días atrás, descubrí el que parece ser el sitio que originó esa frase. Se llama Dead Homer Society, y está hecho por un grupo de gente que tiene una visión similar a la mía sobre el declive de la serie. La diferencia es que la siguen viendo y analizando, mientras claman por la cancelación. En su manifiesto puede leerse que el sitio tiene como objetivo “to create an on-line home for Simpsons fans who outright despise most, if not all, of the double-digit seasons but revere the old ones the way religious types do their stupid books”.

Ofrecen análisis de cada capítulo nuevo de Zombie Simpsons (se niegan a aceptar que es la misma serie que The Simpsons), con comparaciones de cómo se manejan elementos similares, comentarios de estrenos o noticias, y también con textos sueltos que suelen argumentos inteligentes. Hacen también repasos de los tracks de comentarios de las temporadas de Zombie Simpsons que están en DVD, notando cómo los que trabajaron en la serie ignoran todo lo que pasa en la pantalla, y mostrando el desinterés que les produce incluso a los que crearon los capítulos. Como son enfermos de la serie, epigrafan cada post con alguna cita apropiada de las temporadas de un dígito, junto con la captura correspondiente.

Así que quiero aprovechar la oportunidad para dar mi sello de aprobación a Dead Homer Society, al término Zombie Simpsons, y al noble objetivo comunitario del sitio.

Yo me conozco. Soy detallista, no me gusta saber que algo se puede mejorar y no está mejorado. Pero tengo la suerte de no tener un oído tan entrenado como para escuchar muy sutiles diferencias entre distintas ediciones de los mismos discos.

Sé que si fuera audiófilo necesitaría los parlantes de la mejor calidad, los discos de la mejor calidad. No podría escuchar MP3, porque me daría cuenta de la pérdida de datos, la escucharía, aun inaudible. No podría escuchar música en el subte, salvo con auriculares especiales de cancelación de los ruidos externos. Me volvería loco rápidamente.

Me pasa, sin embargo, que estoy informado, y necesito tener los discos remasterizados, porque sé que suenan mejor. No lo puedo comprobar, a menos que las diferencias sean muy notorias. Pero si escucho una edición anterior y lo sé, me siento incompleto. Siento que estoy perdiéndome algo, algo que no llego a percibir conscientemente, pero que está, y sé que está, entonces siento su ausencia.

Por suerte todavía no me volví loco.

No quiero pensar lo que sería si, encima, pudiera percibir las diferencias por mí mismo. Estaría todo el tiempo protestando, diciéndole a la gente “gente, ¿no se dan cuenta de que están escuchando una porquería?”. Sería tan hinchapelotas que me llevarían preso por ruidos molestos, justamente por querer evitárselos a los demás.

Lo bueno es que no me pasa. Tengo sólo una pequeña obsesión, que no se manifiesta mucho externamente. Entonces puedo convivir, y puedo hacerme pasar por una persona como las demás. Y puedo suponer que los demás también se dan cuenta de lo que me doy cuenta yo, y se están haciendo pasar por normales, como yo, sólo para mantener cierto decoro en la civilización.

Una de las cosas que más me irritan (?) es que muchísima gente, cuando tiene que dar un ejemplo, inventa a un personaje llamado Juan. Y cuando necesita un antagonista, siempre se llama Pedro. ¿No les pasa lo mismo a ustedes?

Para mí, es un enorme signo de falta de originalidad. Esa gente tiene que haber escuchado miles de veces esos nombres en situaciones similares. ¿No les causa un poco de rechazo ser uno más de ésos? Evidentemente no. Lo hacen, lo hacen todo el tiempo, y cuando los escucho, se me caen.

No puedo evitarlo. Sé que es un aspecto intolerante de mi personalidad, pero no los aguanto. ¿Por qué Juan y Pedro? Hay millones de nombres disponibles. Manden un Diego, un Roberto, un Sergio (¿quién no conoce a algún Sergio?), un Alfredo. En general ni siquiera hace falta que sean nombres masculinos. Puede ser una Nora, una Angélica, una Celia. No necesito que se quemen los sesos pensando nombres muy raros, como Adalberto o Nicéforo. Pero pónganle un poco de onda.

Por eso, a menos que por alguna razón sea necesario, me niego a usar esos nombres para los personajes de mis cuentos. No encontrarán Juan ni Pedro. Encontrarán nombres más o menos comunes, como Luis, y otros no tanto, como Tiburcio.

En una época me gustaba poner nombres extraños, o poco típicos para su género, como Giselo o Alberta. Pero encontré que distraían. Así que me retraje a nombres más o menos comunes, siempre evitando a Juan y a Pedro. También a María. Trato también de no repetir nombres de cuentos anteriores. Esto después de mil seiscientos podría ser un poco complicado, pero como no uso tantos personajes con nombre, no es un problema grande. De todos modos, tampoco tengo un método de verificación. No registro los nombres para no volver a usarlos, así que es posible que haya repetidos no intencionales. No me molesta.

Lo que sí me molesta es encontrar en un texto, de alguien que sí quiere tener imaginación, el nombre Juan o Pedro. ¿No se dan cuenta?