Una de las cosas que más me irritan (?) es que muchísima gente, cuando tiene que dar un ejemplo, inventa a un personaje llamado Juan. Y cuando necesita un antagonista, siempre se llama Pedro. ¿No les pasa lo mismo a ustedes?
Para mí, es un enorme signo de falta de originalidad. Esa gente tiene que haber escuchado miles de veces esos nombres en situaciones similares. ¿No les causa un poco de rechazo ser uno más de ésos? Evidentemente no. Lo hacen, lo hacen todo el tiempo, y cuando los escucho, se me caen.
No puedo evitarlo. Sé que es un aspecto intolerante de mi personalidad, pero no los aguanto. ¿Por qué Juan y Pedro? Hay millones de nombres disponibles. Manden un Diego, un Roberto, un Sergio (¿quién no conoce a algún Sergio?), un Alfredo. En general ni siquiera hace falta que sean nombres masculinos. Puede ser una Nora, una Angélica, una Celia. No necesito que se quemen los sesos pensando nombres muy raros, como Adalberto o Nicéforo. Pero pónganle un poco de onda.
Por eso, a menos que por alguna razón sea necesario, me niego a usar esos nombres para los personajes de mis cuentos. No encontrarán Juan ni Pedro. Encontrarán nombres más o menos comunes, como Luis, y otros no tanto, como Tiburcio.
En una época me gustaba poner nombres extraños, o poco típicos para su género, como Giselo o Alberta. Pero encontré que distraían. Así que me retraje a nombres más o menos comunes, siempre evitando a Juan y a Pedro. También a María. Trato también de no repetir nombres de cuentos anteriores. Esto después de mil seiscientos podría ser un poco complicado, pero como no uso tantos personajes con nombre, no es un problema grande. De todos modos, tampoco tengo un método de verificación. No registro los nombres para no volver a usarlos, así que es posible que haya repetidos no intencionales. No me molesta.
Lo que sí me molesta es encontrar en un texto, de alguien que sí quiere tener imaginación, el nombre Juan o Pedro. ¿No se dan cuenta?