Léame contiene un número importante de cuentos en los que la Coca-Cola tiene un rol preponderante. Aprovecharé la ocasión para refutar algunas ideas que la presencia de esos cuentos pueden despertar.

Suposición 1: soy fanático de la Coca-Cola. No especialmente. No necesito tener Coca-Cola en la heladera en todo momento. Mi bebida más frecuente es el agua. Y ni siquiera mineral, de la canilla. De cualquier manera, tomo Coca-Cola más o menos frecuentemente. Es rica, no voy a negarlo. Pero no tiene nada de fundamental.

Suposición 2: estoy en contra de la Coca-Cola. Alguna gente considera a la Coca-Cola un símbolo de no sé qué cantidad de calamidades. Piensan que si se deja un diente en un vaso toda la noche, a la mañana no quedará rastro del diente. No soy de ésos. Para mí la Coca-Cola no es un símbolo de nada. Es una oscura bebida con burbujas. Algún publicitario puede pensar que me estoy engañando, que en realidad estoy siguiendo determinada línea que ellos imponen, o algo. Qué sé yo. No estoy adentro de mi cabeza.

Ahora, alguien puede bien objetar. ¿Entonces, si usted es tan indiferente, por qué escribe cuentos sobre la Coca-Cola, eh? Respuesta: porque la idea de la Coca-Cola como pináculo de la civilización o algo así me resulta muy divertida. Me parece muy llamativa la cantidad de publicidad que hay para hacernos enterar de que existe la C0ca-Cola y está disponible en una gran variedad de comercios. He visto gente que trabajaba en publicidad dedicar enormes esfuerzos para que salieran bien todos los detalles de algún comercial. Mientras, yo pensaba “mirá si supieran que la gente compra Coca-Cola igual”.

Puede que esté equivocado. Estoy seguro de que los comerciales tienen su razón de ser. Pero no creo que la ausencia de alguno individualmente resulte en una reducción drástica de las ventas de la compañía.

Todas estas cosas han llevado a distintos cuentos sobre actividades realizadas alrededor de la gaseosa, que llamo “coqueríos”. Ese nombre viene de uno de los cuentos, donde varias calles de la ciudad de Atlanta se cubren de Coca-Cola accidentalmente y aparecen emprendedores para pasear a la gente en góndolas.

Esa clase de historias, que yo sepa, no son a favor ni en contra de la Coca-Cola. Pero no se equivoquen. Yo estoy a favor de la Coca-Cola. No así del fanatismo por ella. Sí estoy en contra de los fanatismos. Probablemente la idea de que alguien sea fanático de la Coca-Cola es divertida por lo absurda, aunque haya quienes lo sean. La Coca-Cola, al contrario de (por ejemplo) algunas religiones, no promete vida eterna. Sí promete sabor dulce, que puede hacer la vida un poco más feliz durante un rato. Y al contrario de la promesa de las religiones, sabemos que ese sabor es verdadero.

Lo que no sabemos es si, como indican algunos estudios, la gente sin exponerse a las marcas no preferiría Pepsi.