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June 2012


La abundancia en muchos casos es contraproducente. Cuando uno puede elegir con la misma facilidad cualquier camino, se requiere un talento especial para elegir los más interesantes. Siempre está la tentación de ir por los fáciles.

En cambio, cuando hay caminos que están bloqueados, ahí es cuando se pone en marcha la creatividad. Funciona de dos maneras. Una es que uno logre llegar por otros caminos a lo que quería decir. Habrá que encontrar desvíos, atajos, paralelos, sinónimos. Descubrir maneras nuevas de decir lo mismo, maneras de hacerlo sin que parezca, recovecos desconocidos del lenguaje.

La otra manera, más interesante, es la que hace que a uno, cuando busca nuevos caminos, se le aparezcan otros destinos. Se le ocurran ideas que si no, no se le habrían ocurrido. A partir de la resolución de problemas el cerebro empieza a funcionar, y de repente llega a donde nunca pensó que podía llegar, y por lo tanto nunca pensó en proponerse llegar.

Cuando pasa eso, son momentos mágicos. En el caso de escribir, uno siente que es un mero conductor de algo que se escribe solo. Pero está muy claro que no es así, que el que lo está escribiendo es uno, y esa sensación ajena es exactamente lo lógico cuando está escribiendo algo que no es lo que se había puesto a escribir, o lo que uno escribiría habitualmente.

Las restricciones pueden ser externas (y jodidas, como la censura), y también internas. Uno se pone ejercicios, se prohíbe ciertos recursos, se propone reglas nuevas. No siempre sale. A veces los experimentos fallan. Pero cuando se logra algo bueno, es uno de los más grandes placeres de escribir.

Mi indeferencia por el fútbol ha sufrido una pequeña interrupción durante el tiempo en el que me han prestado una PlayStation con el PES 2012. Así, me di el gusto de jugar partidos contra el mismo equipo que manejaba, o de ganar un mundial con Costa de Marfil.

El juego tiene una serie de características que buscan realismo. Pero no el realismo del fútbol, sino el de una transmisión de fútbol. Y lo consigue. Es mejor la calidad de imagen del juego que la de las transmisiones. Y encima viene sin logos de canales, y con muy pocos zócalos que molestan la acción. Tiene, no obstante, repeticiones y primeros planos completamente innecesarias.

También viene con relatores. Como es mi costumbre, puse todos los seteos en inglés, porque no me gustan las traducciones. Y los relatores que venían en español me caían gordos. Así que puse los señores anglosajones. Está un tal Jon Champion, que aparentemente es real.

Como jugué bastante, puedo decir que ese aspecto del juego está muy bien hecho. Los comentarios suelen ser apropiados a las situaciones, y hay variaciones. No dicen siempre lo mismo (aunque en muchos partidos uno va notando repetidos) y es raro que quede en evidencia su automatismo. No tienen miedo al silencio, aunque también tienen datos inútiles de diferentes equipos para llenar el tiempo, si es necesario.

En resumen, son mejores que los relatores a los que estoy acostumbrado de los partidos de acá. Lo interesante es que un relato perfectamente razonable y acertado puede ser hecho por una máquina. Lo cual nos lleva a algo que salió en los Simpsons.

Otra característica notoria es que los relatores mantienen la calma. No se excitan ante cualquier cosa que pasa. Sólo cuando hay algún tipo de peligro levantan la voz. Y cuando hay un gol, lo marcan con un grito, del orden de “and scores!”. Después pasan inmediatamente al comentario del gol, que nunca se desubica.

Lo que no hay es un grito de “gooooooool”, con la o estirada como marca la ley 11.723. Por alguna razón, todos los relatores vernáculos utilizan ese recurso de alargar letras (algunos prefieren estirar la l). Nunca me había puesto a pensar en lo forzado que es. Podría ser un recurso legítimo cuando ésa es la reacción que sale espontáneamente. Pero no. Lo que sale es un grito corto de “¡Gol!”, después el relator toma aire y, muchas veces sin nada de ganas, pronuncia la sílaba obligada. “Gooooooooooool”. Así, el intento de dar emoción resulta contraproducente, y sólo termina en la aplicación de una fórmula. Que encima está establecida desde hace décadas. Seguramente nadie piensa que se puede dejar de hacer.

De cualquier manera, los relatores del PES 2012, con su estilo calmo y sobrio, lo que hacen es dejar que la emoción salga del partido. No aplican al juego lo que ellos piensan que uno tiene que sentir. Así, aunque a primera vista sale algo un poco seco, el relato es mucho más llevadero.

Durante la última mitad de los ’80, el mayor éxito de la televisión argentina era Seis para triunfar, un programa de juegos conducido por Héctor Larrea que iba los viernes a la noche. Con edad de un dígito, solía mirarlo. Me divertía, aunque no agarraba ninguno de los dobles sentidos que poblaban el programa y eran, probablemente, uno de los secretos de su éxito.

Uno de los juegos consistía nada más que en un fill in the blanks. Larrea pronunciaba una frase, reemplazando una de las palabras por “plin plin plin”. Me acuerdo que me daba orgullo acertar siempre, sin sospechar que toda la idea era ubicar el “plin plin plin” de forma tal que se formara en la mente del espectador una frase picante (?) que por televisión no se podía decir.

A pesar de su éxito arrasador (número 1 como cinco años), hoy Seis para triunfar no es recordado con gran estima. Sin embargo, otro programa de juegos que iba por el mismo canal tiene un lugar en el corazón de una parte importante de mi generación (los nacidos un par de años después, no tienen idea de qué les hablamos). Se trata de Atrévase a soñar (reducido del Venga y atrévase a soñar inicial), que iba todas las tardes a las 18 o 19, y era conducido por Berugo Carámbula.

El programa en sí no tenía nada de especial. Cuatro amas de casa (no era obligatorio, sólo que siempre eran amas de casa) competían en distintos juegos por premios otorgados por los auspiciantes. Como era un programa de la tarde, de menor presupuesto, la presencia de las marcas era aún más marcada que en Seis para triunfar. Entonces, el juego más recordado consistía en ordenar doce paneles con seis marcas, poniendo cada logo con su mellizo. Esto permitía a Berugo nombrar un montón de veces a cada marca.

Toda la gracia estaba en la conducción. Berugo Carámbula ponía toques de humor en todo lo que podía, convirtiendo en memorable algo que por sí solo era ordinario. Berugo, que tuvo una larga carrera como actor cómico, sabía poner caras, tenía gran timing para hacer chistes y hacía parte de ellos no sólo a las participantes, sino también al público (al que miraba, y también al falso público que estaba en el estudio, esa gente que trabaja de reírse a pedido).

Se permitía también apodar a los productos que vendía, como la aspiradora que llamaba “el marciano chupatierra”. Regalar una lona a las participantes que no hacían ningún punto en algún juego. O introducir frases como “hete aquí“, que no es de su autoría, pero estoy seguro de que unos cuantos la usamos sólo por su influencia.

Pero en este blog somos escépticos. ¿Qué posibilidades hay de que el factor nostalgia sea el que nos haga disfrutar de algo que en realidad no era tan bueno? Eso ocurre. Puedo ver algunas cosas que me gustaban de chico, como la serie ALF, y me doy cuenta de que no eran gran cosa. Programas como Atrévase a soñar hay a montones, y gente que recuerda con cariño programas así hay también a montones.

Pero viendo los videos me puedo dar cuenta un poco. Puedo ver el carisma de Berugo, y cómo la está remando para hacer entretenido un programa totalmente genérico y barato. Muchos lo intentan, no tantos lo logran. Vale la pena recordar a los que agarran un contenido y le sacan el máximo potencial.

Cuando lo que uno hace empieza a salir al público, se produce una separación. Está el que hace las obras y el que el público percibe como el que las hace. Estos dos personajes no tienen por qué ser iguales. El autor se conoce, o cree que se conoce, y presenta al público una imagen necesariamente distinta que la que tiene de sí mismo.

Esto no significa que el autor mienta, ni se ponga en personaje, ni nada por el estilo. Sólo que el público no tiene exactamente el bagaje que tiene el autor sobre su persona, ni sobre su obra. No sabe qué le importa más, qué le cuesta, qué es fácil, qué preferiría cambiar pero es tarde.

Cuando sale la primera obra, todo es nuevo. A partir de ese momento, algo cambia: el público tiene una expectativa. La segunda obra será evaluada en comparación con la primera. Grandes sectores del público esperarán encontrar lo mismo que le gustó de la primera, con la misma frescura. No siempre es posible lograrlo. Y no siempre es deseable aspirar a eso.

Algunos solucionan este problema haciendo una segunda obra que no tiene nada que ver con la primera. Por ejemplo, el primer programa de Saturday Night Live fue un éxito rutilante. Habían tirado toda la carne al asador para el estreno. La semana siguiente, para evitar el riesgo de que el material resultara pobre en comparación, el show fue casi enteramente musical. Se estableció así un carácter variado del programa, que dio oxígeno para la experimentación que tuvo lugar durante el resto de la temporada.

Cuando el público espera algo, el autor está ante un peligro. Puede seguir haciendo lo que le parece bien, o puede hacer lo que piensa que el público espera. A veces son la misma cosa. Y dependiendo de las circunstancias, la tentación puede ser muy grande.

Si al público le gusta algo que uno hizo, tal vez algo que uno no creía tan bueno, uno lo empieza a ver con otros ojos. Le toma cariño. Y ahí está el riesgo: agarrar para el lado que el público acepta, dejando atrás los otros aspectos de la producción propia.

Esto varía con cada persona. A veces la reacción del público puede ser favorable para distinguir entre lo que vale la pena y lo que no. Lo que hay que evitar es regirse únicamente por la reacción del público. Si uno está haciendo algo distinto de lo que tiene ganas de hacer, porque piensa que es lo que los demás están esperando, es posible que uno se esté traicionando a sí mismo.

Hay que mantener la conciencia de lo que a uno le gustaba o interesaba cuando no tenía público. Si ahora uno es aceptado, está buenísimo y vale la pena disfrutarlo. Pero conviene tener en cuenta que lo que el público acepta es lo que uno hace, que fue hecho en base a ciertas pautas. Las condiciones pueden cambiar, los contenidos, las circunstancias, las motivaciones. Lo que hay que evitar es dejarse llevar por la imagen que tienen los demás de uno. Hay que mantener la propia, autónoma, que puede ser cambiante y superponerse con la de los otros. Ser fiel a uno mismo, para no convertirse en demagogo.

Este blog es para toda la familia (?), así que voy a buscar alguna manera más o menos elegante de decir lo único que quiero en este post. Y lo que quiero es destacar un par de versos del tema Always Look on the Bright Side of Life:

Life’s a piece of shit
when you look at it

La canción es el gran final de Life of Brian, enorme película de los Monty Python. La película es una parodia de la vida de Cristo, o algo así. No es exactamente eso, en cuanto a trama es la vida de alguien que nació el mismo día que Cristo. Pero toca de cerca temas como religión, mesías, patriotismo, imperialismo, muerte, etc.

A lo que quiero llegar es lo siguiente: hay que tener coraje para hacer esa película (al hablar coloquialmente no digo coraje, digo otra cosa). No es nada seguro hacer algo así, y era menos seguro en los ’70. Por eso no consiguieron financiación, y tuvo que intervenir George Harrison para que la película pudiera ser rodada. La financió porque la quería ver. Un capo.

El personaje principal termina crucificado, algo que en el contexto de la película no es especialmente extraño. Digamos que era la única opción. Lo que no era la única opción era hacer que la escena final incluyera una canción digna de una película de Disney, cantada por otro crucificado, un singalong con corito de silbadores. Eso también requiere coraje.

La canción puede ser interpretada de muchas maneras. Hay una enorme ironía en el lugar de la película donde está ubicada, pero no creo que la canción en sí misma sea irónica. O, en todo caso, muy irónica. El sentimiento, o el mensaje, o lo que dice principalmente es algo con lo que se puede estar de acuerdo sin demasiada dificultad, y aparte va muy bien con el contenido de la película (además de ser un mensaje no religioso). Y si la canción fuera irónica, habría sido de muy mal gusto interpretarla en el velorio de Graham Chapman.

Pero esos dos versos citados arriba son especialmente buenos. No porque la vida sea una mierda. Porque requiere también coraje escribir de esa manera una canción. Mandar en un tema así una rima con monosílabos y palabras tan directas. No cualquiera se anima. Y en el contexto de una canción así, puesta en una película así, hecha por un grupo así, puede quedar opacado el coraje artístico que requiere poner algo tan simple como parte de la letra de una canción, sin sucumbir a la tentación de poner palabras más elaboradas, o más elegantes.

Por algo son los Monty Python. No esperábamos otra cosa.

En el cuento Domingo de regreso, de Léame, el cuerpo revivido de Domingo Faustino Sarmiento provoca miedo a los niños que circulan una mañana por la calle. Se produce entonces el siguiente pasaje.

“¡Aaahhhh! ¡Sarmiento!” exclamaron y salieron corriendo hacia el lugar más seguro que tenían cerca: el edificio de la escuela, donde se sentían a salvo de la influencia del gran educador.

Ése fue el momento eureka del cuento. La diferencia entre una idea que estaba buena (Sarmiento revivido) y una que valía la pena publicar (Sarmiento vs. niños en la escuela). En esa frase, que creo que está idéntica desde el principio, hay mucha ironía, y supongo que se nota que esa ironía es autoconsciente.

O sea, es casi demasiado conveniente, pero al mismo tiempo cierra perfectamente. No hay que forzar nada. Y como valor agregado, tiene contenido político y/o social.

El asunto es que no tenía ni tengo ninguna intención de ponerle contenido político al cuento. Ese pasaje está así porque me gustó la idea, me pareció muy graciosa. Y nada más.

No es un pasaje favorable a Sarmiento, ni contrario. Podría pasar por un comentario sobre el estado de la educación, pero si alguien tuviera ganas de hacerlo hablar a favor del estado actual de la educación, es fácil hacerlo. Siempre fui plenamente consciente de esas posibles interpretaciones, y de la naturaleza tentadora de elegir una de esas interpretaciones.

Pero, insisto, aunque no sea muy creíble, que lo único que quise fue hacer un cuento gracioso. La idea de refugiarse de Sarmiento en la escuela cumplía esa condición, y sumada a la segunda idea de que los niños encontraran a la escuela como un lugar libre de la influencia de Sarmiento le daba otro nivel. Nunca me interesó que fuera más que eso.

Está bien que uno puede poner significados sin darse cuenta, que uno no sabe todo lo que está diciendo, y todo eso. No voy a decir que las interpretaciones posibles no están en el texto. Pero puedo asegurar que ninguna de ellas fue intencional. La única intención era jugar con la idea de Sarmiento, tal como me la enseñaron en la escuela. No denunciarla ni abrazarla. Eso corre por cuenta del lector.

Está circulando esta imagen, que vale la pena comentar:

La imagen quiere mostrar cómo diferentes medios con distintos intereses (o públicos) muestra y deja de mostrar aspectos de la realidad según las conveniencias. OK, la objetividad en los medios no existe, no está diciendo nada nuevo, ni particularmente objetable.

Pero hay que tener cuidado. Esta imagen es simple, y es lógico que lo sea. Como tal, corre el riesgo de irse hacia el simplismo. Hay una operación que hace mucha gente que es igual de peligrosa que la deformación que pueda aplicar un medio.

Es la siguiente: tomar distintos medios de distintas tendencias, y asumir que muestran costados distintos de una misma realidad. Pensar que lo que callan unos lo dicen los otros, y viceversa. Hacerse la idea de que la verdad tiene dos caras, y nada más que dos.

Entonces, la gente que no quiere ser engañada por los medios, adopta una postura neutral. Que puede ser sana. El asunto es cuando esa neutralidad lleva a asumir que la verdad está en el medio de lo que dicen los distintos comunicadores.

Todos los medios tienen algún interés, por más que traten de ser lo más objetivos posible. No se puede pretender anular los puntos de vista. Existen, y está bien que existan. Está bien saber cuál es el interés de cada uno, y medir el contenido según eso. Pero no conviene quedarse sólo en eso. Conviene también medir el contenido por su propio mérito, a ver si se sostiene, si pasa las pruebas de credibilidad apropiadas.

Claro que eso no se puede hacer con todos los temas, ni todas las noticias. Entonces hay atajos, se puede confiar en que la información que habitualmente ofrecen ciertos medios acerca de ciertos temas puede ser razonablemente buena. Lo que no es saludable es considerar que uno está informado sobre un tema cuando leyó lo que dicen los diarios (o los canales de televisión, o lo que sea), por más que haya leído muchos. Para estar realmente informado, por más bien que informen los diarios, habitualmente hace falta ir a fuentes más directas.

También existen, en todo el mundo, medios a los que no hay que creer nada. Tienen, sin embargo, derecho a existir. Se llama “libertad de prensa” y cubre a los responsables junto a los que se dedican a la mentira pura. El asunto es que no son siempre los mismos. A veces cambian, a veces vuelven a cambiar, y a veces los contenidos son muy diversos. Hasta en los medios más rancios se puede colar eventualmente alguna verdad. La gente más despreciable podría tener razón.

Se puede generalizar, tender a leer algunos diarios y otros no, porque el tiempo de uno es limitado. Cada uno lo maneja como le parece. (También es perfectamente legítimo, por ejemplo, no leer ningún diario, no mirar ningún noticiero. De las cosas importantes uno se enterará igual, porque vive en una sociedad.)

Entonces, hay que tener cuidado. El cerebro tiene que estar funcionando. La verdad no está distribuida en partes iguales. Que muchos medios (o todos) insistan con mucha fuerza en un concepto no lo hace cierto. Hay que medir cada idea, cada hecho, a ver si pasa el detector de patrañas (baloney detection kit). Y siempre hay que tener en cuenta que no hay atajos en el pensamiento.

No sé si es por mi background audiovisual, pero cuando miro imágenes en movimiento me resulta difícil ignorar la presencia de la cámara. No sólo de la cámara, también de alguien que la opera y toma decisiones a cada momento.

En la ficción no hay problema. A menos que esté muy mal hecha, la cámara forma parte de la construcción, los personajes suelen moverse como si no estuviera, y los movimientos y encuadres son una elección estética. En una ficción, puedo enfocarme en la historia y no pensar en la parte técnica, a menos que tenga ganas, y empiece a prestar atención.

Lo contrario ocurre con los documentales. En particular, con cierto tipo de documentales. Hay muchas escenas que operan con el siguiente artificio: el conductor entra en un lugar, la cámara lo sigue, el dueño del lugar está esperando al conductor y cuando entra lo saluda. Pero no saluda a la cámara, ni al camarógrafo, ni al productor que posiblemente esté también atrás de la cámara.

No pido que se ponga a saludar a la cámara, ni que a través de ella haga un guiño a los espectadores. Lo que quiero decir es que este tipo de escenas suele apuntar a la espontaneidad. Se busca una situación casual, con la idea de humanizar al conductor, ponerlo en el lugar de cualquier persona que pueda estar mirando. No sé si con los demás funciona. Conmigo, esa clase de acciones no hace más que subrayarme la presencia de la cámara. Es como el elefante que está en el cuarto, del que nadie habla. La escena se convierte automáticamente en artificial, y me saca de la situación para enfocarme en cuestiones técnicas.

El otro día vi una imagen que ilustraba bien este efecto. Era una grabación de una bomba atómica. Se veía un paisaje, y a lo lejos aparecía una luz muy brillante que se expandía rápidamente hasta llenar el cuadro. Claramente la radiación (o lo que sea) avanzaba hacia la posición de la cámara. Se veía un movimiento extraño, dubitativo o tal vez miedoso, claramente el operador de la cámara se vio venir la radiación. Y en ese momento la toma se cortó. Lo visto implicaba algo así como que la bomba alcanzó a la cámara, mató al operador y cortó la grabación.

Ahora, la toma era en blanco y negro, claramente de los ’40 o ’50. Y estaba muy bien, hasta que me di cuenta de que algo fallaba. Presumiblemente era una filmación encontrada después del desastre. Pero, si la radiación de esa potencia llegó a la cámara con suficiente capacidad como para hacer daño, ¿cómo no se veló el rollo?

Ese detalle, que no hace falta tener estudios en medios audiovisuales para pensar, me sacó durante unos segundos de la narración poderosa que se pretendía hacer, y me hizo dar cuenta de que era algo artificial, recreado. Cosa que no tiene nada de malo. Sólo que, al menos para este espectador, la construcción artificial quedó incompleta.

No sé por qué me parece apropiado marcar este aniversario. Capaz que es porque es alguien importante, o porque es una cifra que impresiona, o porque lo vi hace poco y sigo alucinado.

Me parece que es por la cifra. Es un número que subraya la idea de que no lo tendremos para siempre con nosotros, de que tarde o temprano tendrá que dejar de hacer giras, incluso discos, de que la vida es finita, como la comedia (?).

Al mismo tiempo, es un número que le permite contar con más de cincuenta años de carrera, y nos permite disfrutarla. Vale la pena celebrar el hecho de que no sólo siga vivo, sino que continúe vigente creando, inspirando, haciendo magia.

Porque el consenso está muy claro: los últimos cuatro o cinco discos que ha sacado están entre lo mejor de su carrera solista. Y es un consenso con el que me gusta estar de acuerdo. No sé a qué se debe. Se me ocurre que llegó a un punto en el que se da cuenta de que está vivo, cuando muchos de sus contemporáneos y cercanos no están, y lo disfruta. Sabe que es leyenda y le gusta. Y lo quiere compartir. Si no, no se molestaría en hacer conciertos en Paraguay, Uruguay o Japón. Podría quedarse en su casa disfrutando de sus muchos millones.

No es una reflexión profunda, ni descubro una verdad oculta, ni nada. Sólo quiero marcar una fecha, porque pintó marcarla. Nada más. Gracias.

Cuando uno escribió casi dos mil cuentos, es fácil olvidarse de algunos. Hay casos en los que el olvido es el destino más conveniente. En los otros, sin embargo, el olvido funciona como una pared entre el yo que escribió el cuento y el yo que lo lee.

No pasa con los textos de Léame, que están muy frescos todavía en mi mente. Pasa con otros, que tal vez si me hubiera acordado de que existían podrían haber entrado al libro. Pero aparecen en cualquier momento.

Es útil para eso tener un blog donde se publiquen a intervalos regulares sólo cuentos. Les voy a contar un secreto (?): ese blog es automático. Lo dejo programado y los cuentos salen solos, todos a la misma hora, cada tres días exactamente. La última vez que lo programé me posesioné y lo dejé listo para el resto del año. Puedo morirme ahora y durante más de seis meses seguirán apareciendo cuentos nuevos.

El resultado de esta situación es que de repente aparecen publicados estos cuentos que no me acordaba (no salen al azar, los elijo, pero no necesariamente hago una lectura profunda al programarlos). Así, hace unos días salió uno titulado ¿Quién mató al mayordomo?, del que sólo me acordaba la idea general.

Las circunstancias dictaron que cuando se publicó lo leyera. Y ahí ocurrió ese momento de sorpresa. El cuento arma una de esas situaciones en las que hay una fiesta aristocrática y se produce un asesinato, y todos empiezan a acusarse entre sí, esas cosas. Es algo que hace mucho que no hago, lo que no significa que no pueda volver a esos mundos mañana. Ya me sorprendió eso. Pero después empecé a notar que los nombres de los personajes tenían algo en común.

Aparece primero un tal Roy Ascot, y después la duquesa de Weybridge. No lo noté en el primero, pero cuando leí Weybridge me di cuenta de que era el barrio o suburbio donde vivía John Lennon de chico. Y ahí me cayó la ficha de que Ascot era también un lugar donde vivió Lennon (ahí es la mansión donde grabó Imagine, que aparece en la película del mismo nombre). Empecé a prestar atención. Los otros personajes también tenían nombres de lugares donde había vivido algún beatle.

Ahí reconstruí el proceso que llevó a esos nombres, que no sé si es el que fue o uno que construyo ahora. Pero me conozco, es probable que haya pensado así. Cuando uno necesita nombres extranjeros, es difícil lograr que queden realistas. Muchas veces recurro a la Wikipedia y busco los presidentes (o líderes) del país que necesite. Combino entonces algún nombre y apellido que me parezcan desconocidos, y de pronto tengo un nombre razonablemente realista (o presidencialista) para mi personaje.

En este caso necesitaba muchos nombres. Y seguro que pensé en algunos de esos lugares, y cuando salió un nombre empecé a volver a esa fuente, para armar de paso una segunda línea que recorre el cuento. Claramente funcionó, porque un par de años después, sin acordarme, la pude percibir. Pienso también que los nombres son apropiados y no distraen del texto.

Claro que estas cosas las veo solamente yo. Alguien podría potencialmente darse cuenta de dónde vienen estos nombres, y me gustaría que pasara, pero sospecho que nadie se va a molestar en prestar atención a ese detalle. Pero, por lo menos, el esfuerzo del yo de antes de esconder esa referencia no fue en vano, y logró sorprender al yo de ahora.

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