La abundancia en muchos casos es contraproducente. Cuando uno puede elegir con la misma facilidad cualquier camino, se requiere un talento especial para elegir los más interesantes. Siempre está la tentación de ir por los fáciles.

En cambio, cuando hay caminos que están bloqueados, ahí es cuando se pone en marcha la creatividad. Funciona de dos maneras. Una es que uno logre llegar por otros caminos a lo que quería decir. Habrá que encontrar desvíos, atajos, paralelos, sinónimos. Descubrir maneras nuevas de decir lo mismo, maneras de hacerlo sin que parezca, recovecos desconocidos del lenguaje.

La otra manera, más interesante, es la que hace que a uno, cuando busca nuevos caminos, se le aparezcan otros destinos. Se le ocurran ideas que si no, no se le habrían ocurrido. A partir de la resolución de problemas el cerebro empieza a funcionar, y de repente llega a donde nunca pensó que podía llegar, y por lo tanto nunca pensó en proponerse llegar.

Cuando pasa eso, son momentos mágicos. En el caso de escribir, uno siente que es un mero conductor de algo que se escribe solo. Pero está muy claro que no es así, que el que lo está escribiendo es uno, y esa sensación ajena es exactamente lo lógico cuando está escribiendo algo que no es lo que se había puesto a escribir, o lo que uno escribiría habitualmente.

Las restricciones pueden ser externas (y jodidas, como la censura), y también internas. Uno se pone ejercicios, se prohíbe ciertos recursos, se propone reglas nuevas. No siempre sale. A veces los experimentos fallan. Pero cuando se logra algo bueno, es uno de los más grandes placeres de escribir.