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La abundancia en muchos casos es contraproducente. Cuando uno puede elegir con la misma facilidad cualquier camino, se requiere un talento especial para elegir los más interesantes. Siempre está la tentación de ir por los fáciles.

En cambio, cuando hay caminos que están bloqueados, ahí es cuando se pone en marcha la creatividad. Funciona de dos maneras. Una es que uno logre llegar por otros caminos a lo que quería decir. Habrá que encontrar desvíos, atajos, paralelos, sinónimos. Descubrir maneras nuevas de decir lo mismo, maneras de hacerlo sin que parezca, recovecos desconocidos del lenguaje.

La otra manera, más interesante, es la que hace que a uno, cuando busca nuevos caminos, se le aparezcan otros destinos. Se le ocurran ideas que si no, no se le habrían ocurrido. A partir de la resolución de problemas el cerebro empieza a funcionar, y de repente llega a donde nunca pensó que podía llegar, y por lo tanto nunca pensó en proponerse llegar.

Cuando pasa eso, son momentos mágicos. En el caso de escribir, uno siente que es un mero conductor de algo que se escribe solo. Pero está muy claro que no es así, que el que lo está escribiendo es uno, y esa sensación ajena es exactamente lo lógico cuando está escribiendo algo que no es lo que se había puesto a escribir, o lo que uno escribiría habitualmente.

Las restricciones pueden ser externas (y jodidas, como la censura), y también internas. Uno se pone ejercicios, se prohíbe ciertos recursos, se propone reglas nuevas. No siempre sale. A veces los experimentos fallan. Pero cuando se logra algo bueno, es uno de los más grandes placeres de escribir.


Disney On Ice

Atención: conviene leer lo siguiente luego de leer el cuento Walt Disney descongelado, perteneciente a Léame. Este texto arruina el final.

El rey de los antropomorfismos, Walt Disney, no está congelado en una cámara criogénica esperando que la ciencia encuentre una cura para su enfermedad. Sin embargo, existe la leyenda de que el bueno de Walt arregló para que se hiciera algo así. Es probable que sea por su afición a las innovaciones tecnológicas, y a lo grandioso y memorable. Ayuda también cierta actitud desafiante que se muestra en la siguiente cita que hizo a la revista de National Geographic en 1963:

—What happens when there is no more Walt Disney?
—I think about that. Every day I’m throwing more responsibility to other men. Every day I’m trying to organize them more strongly. But I’ll probably outlive them all.

(Por cierto, ese número de National Geographic tiene como nota principal a Disneyland, con una historia detallada, acceso tras bambalinas y mapas de la calidad acostumbrada por la benemérita sociedad. La nota es larga, y la leí toda.)

Siempre me atrajo esa historia, del mismo modo que me atraen otras teorías conspirativas delirantes, como el Paul is dead (ahora que lo pienso, la supuesta no muerte de Disney y la supuesta muerte de McCartney ocurrieron en el mismo año). Pero no se me había ocurrido hacer nada al respecto, hasta que oí un tema de Fito Páez titulado Si Disney despertase.

El tema en cuestión tiene una letra que hace difícil saber de qué está hablando. Me pareció una lástima que no se pusiera a especular sobre qué pasaría el día que reanimaran al creador de Saludos Amigos (si no lo hace, no entendí la letra). Tarde o temprano me cayó la ficha: si no lo hizo él, nada me impide hacerlo yo.

Así que ahí había una semilla: Disney revivido. Pero, ¿qué pasa después? No se me ocurría nada. Pasaron varios días, y la idea seguía dando vueltas en mi cabeza. Sabía que tenía potencial, era cuestión de encontrarle la vuelta. Hasta que un día fui al supermercado. Había mucha gente, la cola de la caja era interminable. Empecé a temer por los congelados. Es sabido que hay un límite de dos horas para que se mantenga el congelamiento. Pasado ese límite, una vez descongelado, no se puede volver a congelar.

Era cuestión de tiempo para que la idea de Disney que daba vueltas en la cabeza se topara con ese concepto supermercantil. Ocurrió en la misma cola. Ahí tenía algo. Un punto de partida y uno de llegada. Disney es descongelado, algo pasa y Disney quiere volver a congelarse, pero como ya fue descongelado no se puede. Eureka.

Decidí que el instinto de Walt lo iba a llevar hacia los climas fríos, a crear parques temáticos en Alaska y esas cosas. Pero necesitaba que se enfermara. Acudí a mis conocimientos de divulgación biológica, y pensé que debía contraer una enfermedad desconocida en su época. Elegí el SARS, entonces tuve que hacerlo pasar por China, y el cuento empezó a ir para cualquier lado. Pero la estructura funcionaba.

Después se lo llevé a Virginia, y fue ella la que dijo “¿por qué no le agarra un golpe de calor?” De repente dio con la clave de los problemas que tenía el cuento. Eliminé todo lo innecesario, y el cuento fluyó mejor. Ahora simplemente Disney es despertado, se va al frío y cuando vuelve a California le agarra un golpe de calor que hace que sea necesario volver a congelarlo. Listo. Sencillo, efectivo y la feliz culminación de un proceso largo.