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La abundancia en muchos casos es contraproducente. Cuando uno puede elegir con la misma facilidad cualquier camino, se requiere un talento especial para elegir los más interesantes. Siempre está la tentación de ir por los fáciles.

En cambio, cuando hay caminos que están bloqueados, ahí es cuando se pone en marcha la creatividad. Funciona de dos maneras. Una es que uno logre llegar por otros caminos a lo que quería decir. Habrá que encontrar desvíos, atajos, paralelos, sinónimos. Descubrir maneras nuevas de decir lo mismo, maneras de hacerlo sin que parezca, recovecos desconocidos del lenguaje.

La otra manera, más interesante, es la que hace que a uno, cuando busca nuevos caminos, se le aparezcan otros destinos. Se le ocurran ideas que si no, no se le habrían ocurrido. A partir de la resolución de problemas el cerebro empieza a funcionar, y de repente llega a donde nunca pensó que podía llegar, y por lo tanto nunca pensó en proponerse llegar.

Cuando pasa eso, son momentos mágicos. En el caso de escribir, uno siente que es un mero conductor de algo que se escribe solo. Pero está muy claro que no es así, que el que lo está escribiendo es uno, y esa sensación ajena es exactamente lo lógico cuando está escribiendo algo que no es lo que se había puesto a escribir, o lo que uno escribiría habitualmente.

Las restricciones pueden ser externas (y jodidas, como la censura), y también internas. Uno se pone ejercicios, se prohíbe ciertos recursos, se propone reglas nuevas. No siempre sale. A veces los experimentos fallan. Pero cuando se logra algo bueno, es uno de los más grandes placeres de escribir.

No voy a decir que los momentos de bloqueo son bienvenidos. Pero son útiles. Si se los aprovecha, pueden alimentar la creatividad en formas insospechadas.

Esa sensación de “no se me ocurre nada” es más o menos frecuente, y genera un impuso hacia no escribir. Si ese impulso es tenido en cuenta, el intento de escribir puede ser abandonado. Entonces, efectivamente, no se escribe nada.

El remedio para eso es la obligación. En mi caso, la de escribir sí o sí. En otros, puede ser tener que entregar algo en cierto momento. O cualquier otra cosa. El asunto es sentir que no es una salida válida no escribir nada.

Cuando uno se decide a escribir igual, empieza a buscar alternativas. La primera que surge es “uy, ya sé, voy a escribir sobre cómo no se me ocurre nada”. Puede funcionar. El asunto es que ya se le ocurrió a mucha gente (a Serrat le salió bien), entonces hay que ser extra original cuand0 se intenta hacer eso. Y el problema es que uno no se está sintiendo extra original.

Entonces, descartado ese primer impulso, entra la desesperación. De algún lado hay que sacar alguna idea. A veces con una punta es suficiente para despertar el interés, y después sale algo. El asunto es encontrar esa punta.

Lo que hace el bloqueo es forzar al escritor a buscar en lugares donde antes no había buscado. Lugares de la mente o del entorno, o de lo que sea. De repente, lo que no parecía una idea puede llegar a convertirse en una. Uno explora cosas que no parecen promisorias, porque tampoco tiene algo mejor que explorar.

Y muchas veces pasa que esas exploraciones no promisorias llegan a algo. No ocurre siempre. Pero algunas de las mejores cosas que escribí se las debo a haber estado bloqueado, y haber tenido que buscar qué otra cosa podía hacer.

Así que aprendí a no tener miedo al bloqueo. Es un momento de angustia, de adrenalina. Y los momentos en los que se lo vence, cuando sale algo que está bueno donde poco antes parecía que no iba a salir nada, son los que más se disfrutan.