Me gusta prestar atención a los detalles. Cuando veo una obra que se desarrolla bien pero no le da importancia a los detalles, tiendo a perder fe en el resto. No significa que todo tiene que ser perfecto. Es sólo que me gustan aquellos que ponen toques de calidad o estilo en sectores donde no todos los verían.
En Léame intenté hacer lo mismo. Para eso, muchos cuentos contienen distintos tipos de guiños, que están para que el lector muy sagaz los descubra. Algunos ya me olvidé cuáles son. En las revisiones finales me gustó encontrar un par que no esperaba.
La clave es que no desentonen. No vale la pena interrumpir el flujo de un cuento para insertar una referencia descolgada a algo. Esto no es Family Guy. Los guiños tienen que fluir orgánicamente, porque los detalles no son más importantes que las tramas. Es necesario respetar a los textos, porque si no, no podré soportarlo cuando los lea en el futuro.
Pero no sólo en los cuentos hay detalles. La idea es que aparezcan en todo el libro. Invadir los sectores no textuales y dejar ahí también una marca. Entonces, por ejemplo, la biografía del autor es otro cuento. Nadie la va a confundir con la biografía de verdad. Y hay otras marcas que usted, estimado lector, podrá descubrir.
Me acuerdo que hace algunos años, cuando tenía un sitio web bastante exitoso, en cada página le agregaba un disclaimer chiquitito del orden de “atención: la leyenda ‘indique su destino al chofer’ sólo se aplica al viaje que está iniciándose”. En cada una era distinto, y crear una página nueva implicaba un disclaimer nuevo. No sabía si alguna vez los había visto alguien. Hasta que me llegó un mail de un pibe que se fascinó lo suficiente como para escribirme. Entonces me sentí bien. Me saqué la camiseta y se la tiré con un guiño, mientras me alejé hacia el vestuario refrescándome con una Coca-Cola bien helada.
Sí, ahí mandé una referencia específica. A veces no lo puedo evitar.