El diccionario de Les Luthiers define a plagio como “fuente de inspiración”. Es un chiste, pero al mismo tiempo no es un chiste. Hay algo cierto en eso, que pasaré a explicar.
Presentar como propia una obra que hizo otro se llama plagio, y es una práctica deshonesta. Pero las obras y las ideas son cosas distintas. Las ideas están en el aire, aptas para que las agarre cualquiera. No se pueden registrar, y se pueden disparar en cualquier momento.
Es legítimo usar ideas que lleguen a uno, sin importar de dónde vengan. Se puede, por ejemplo, agarrar la idea de una obra existente, tomarla como punto de partida y hacer una obra propia con ese mismo punto de partida. Si sale algo muy parecido a la primera obra, puede ser plagio, pero el desarrollo de dos personas que parten de una idea igual no tiene por qué ser igual. Es más: puede ni notarse.
Se puede hacer también la versión propia de un estilo ajeno. Si es una obra original y el estilo sale bien, es una obra al estilo de. Pero a veces no se imita bien. No obstante, lo que sale puede ser suficientemente distinto del estilo propio como para que sea original, por más que el punto de referencia inicial fuera algo existente.
Otra cosa que se puede hacer es combinar ideas distintas, de manera que la suma de ambas genere algo nuevo. Incluso, algo que puede iluminar a las primeras de otra forma. La percepción de una obra puede ser alterada por otra obra que existe a partir de ella.
Es permisible citar, responder, parodiar, insertar pequeños elementos ajenos como parte de una obra propia. Porque las obras no salen de un agujero negro (nada sale de un agujero negro). Están en la sociedad, donde funciona la sopa de ideas de las que todos toman. Y mientras uno no trate de pasarse de vivo, tenga un desarrollo propio y (si la derivación es muy importante) se otorgue el crédito correspondiente, una obra que deriva de otra no tiene por qué ser menos original. Lo más probable es que, a su vez, esa primera obra derive de una anterior.