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El diccionario de Les Luthiers define a plagio como “fuente de inspiración”. Es un chiste, pero al mismo tiempo no es un chiste. Hay algo cierto en eso, que pasaré a explicar.

Presentar como propia una obra que hizo otro se llama plagio, y es una práctica deshonesta. Pero las obras y las ideas son cosas distintas. Las ideas están en el aire, aptas para que las agarre cualquiera. No se pueden registrar, y se pueden disparar en cualquier momento.

Es legítimo usar ideas que lleguen a uno, sin importar de dónde vengan. Se puede, por ejemplo, agarrar la idea de una obra existente, tomarla como punto de partida y hacer una obra propia con ese mismo punto de partida. Si sale algo muy parecido a la primera obra, puede ser plagio, pero el desarrollo de dos personas que parten de una idea igual no tiene por qué ser igual. Es más: puede ni notarse.

Se puede hacer también la versión propia de un estilo ajeno. Si es una obra original y el estilo sale bien, es una obra al estilo de. Pero a veces no se imita bien. No obstante, lo que sale puede ser suficientemente distinto del estilo propio como para que sea original, por más que el punto de referencia inicial fuera algo existente.

Otra cosa que se puede hacer es combinar ideas distintas, de manera que la suma de ambas genere algo nuevo. Incluso, algo que puede iluminar a las primeras de otra forma. La percepción de una obra puede ser alterada por otra obra que existe a partir de ella.

Es permisible citar, responder, parodiar, insertar pequeños elementos ajenos como parte de una obra propia. Porque las obras no salen de un agujero negro (nada sale de un agujero negro). Están en la sociedad, donde funciona la sopa de ideas de las que todos toman. Y mientras uno no trate de pasarse de vivo, tenga un desarrollo propio y (si la derivación es muy importante) se otorgue el crédito correspondiente, una obra que deriva de otra no tiene por qué ser menos original. Lo más probable es que, a su vez, esa primera obra derive de una anterior.

Léame tenía que tener una sección biográfica. Y, si no tenía que tener, seguramente habría puesto una. Desde hace años vengo escribiendo autobiografías apócrifas, porque me gusta burlarme de esa clase de cosas. No contienen datos sobre mi persona, porque me figuro que a nadie le importan, y también que varios interpretarían los cuentos a través de lo que creen ver en los datos biográficos.

Entonces tenía que poner una autobiografía, y no quería que dijera nada. Decidí agarrar el mejor de los textos de ese género, que inicialmente se titulaba Autobiografía genérica, y consiste en poner la estructura de una biografía, sin poner ninguno de los datos. Así:

Nicolás Di Candia nació. Ya desde su más tierna infancia. De joven acostumbraba, luego consideró. Desde entonces.

Después sigue en ese tono, con la idea de sugerir algún tipo de historia, pero quedarse en la sugerencia. Ese texto no fue escrito con la idea de ser publicado en ese lugar del libro, sino que cuando hacía falta lo elegí. Y me parece que funciona muy bien. Creo que es más divertido que una biografía en serio. Y si un lector quiere conocerme en serio, justo abajo tiene la dirección de este blog, donde expongo mi alma (?) para todos ustedes.

Hablando de ustedes, me imagino que se preguntan por qué hay ahí arriba una foto de John Lennon circa 1965. Porque lo contado hasta acá es sólo una parte de lo que quiero decir. La segunda parte empieza a continuación.

He leído muchas biografías de distinta gente. Una de ellas es Lennon, escrita por Ray Coleman. Se trata de un volumen de más de 700 páginas, en inglés, que leí hace más de diez años. Coleman era un periodista del semanario Melody Maker. Como tal, conoció a Lennon en 1962, cuando los Beatles estaban lanzando su primer disco. Con el tiempo se ganó la confianza del grupo. Según él mismo, porque no hacía preguntas imbéciles de pop star, como “¿cuál es tu color favorito?” o “¿cómo se llama tu mascota?”. En su lugar, les permitía explayarse como Homo sapiens pensantes que eran. Y el grupo apreciaba esas oportunidades.

La biografía está bien, aunque tiene un cierto tufo de adulación, por más que es póstuma. No presenta a Lennon como alguien perfecto, pero párrafo tras párrafo se encarga de encontrar la mejor interpertación posible para lo que está diciendo. Todo, lo bueno y lo malo, es un síntoma de la grandeza inherente al personaje. Tiene ese defecto de algunas biografías, de supeditar todo a ciertas ideas, y hacer que los hechos signifiquen algo, cuando no necesariamente algo que pasa significa más que el hecho de que pasó. De todos modos, es una lectura interesante, y contiene esparcidos unos cuantos escritos que hizo el mismo Lennon. Cuentos que fueron publicados en sus libros de nonsense, cartas públicas y privadas, postales, esas cosas. Documentos biográficos.

Todo esto viene a cuento porque hace unos días desempolvé el libro, que no tocaba desde hacía muchos años. Y lo estuve releyendo en ese modo random en el que está bueno releer libros. Y de repente me encuentro con una postal que Lennon le mandó al autor (sin saber que iba a ser su biógrafo) en 1965, durante una gira. La postal está hecha a partir de una foto autografiada de los Beatles, cortada en dos. Entonces la foto son sólo ocho piernas y zapatos, con las respectivas firmas. Del otro lado, está el texto manuscrito de Lennon (reproducido aquí en su totalidad, respetando la ortografía original):

Dear Ted,
Having a wonderful. The weather is quite. Wish you were. The food is. So are we. See you when we get.
Ours truly,
Them Beatles

O sea, el mismo recurso de mi autobiografía genérica, aplicado a las postales de vacaciones. La pregunta, entonces, se impone: ¿plagié esto a Lennon? Respuesta: no sé. Nunca me acordé de que existía, aunque no puede descartarse que la idea (que una vez que lo volví a ver sé que me había gustado) haya quedado rondando en algún lugar de mi cabeza, más allá de lo consciente. Voy a ponerle un nombre. No es consciente, es como abajo. Es sub-consciente. Ahí está, se lo voy a contar a mis amigos psicólogos, para que lo investiguen.

De cualquier manera, me gusta encontrarme con la posibilidad de haber aplicado independientemente un recurso que usó Lennon. No voy a comparar mi talento con el suyo, sólo reconfortarme con la idea de que “great minds think alike”.