Me propongo explicar por qué me interesa hacer humor.
La respuesta corta: no sé.
La larga: todo comenzó hace muchos años, cuando tampoco sabía. Pero me gustaba reírme, y siempre lo buscaba. Entonces el arte o el entretenimiento que consumía era, en general, con fines de hilaridad. Una obra de teatro infantil sin chistes era para mí una pérdida de tiempo.
No entiendo por qué alguien querría otra cosa.
En la época de edades de un dígito, para mí existían dos tipos de personas: los graciosos y los no graciosos. Yo pertenecía a estos últimos. Y un día, hace más de veinte años, decidí cambiarme de bando. Yo iba a ser gracioso. Pero en ese momento no estaba en condiciones. Si no, ya lo sería. Tenía que aprender a ser gracioso. ¿Cómo se aprende eso?
Era necesario un paciente trabajo de observación. ¿Qué diferencia a un ser gracioso de un no gracioso? Por otro lado, ¿cómo crear gracia? Tenía miedo de que no se pudiera inventar, que se naciera gracioso y no hubiera forma de cambiar esa condición. Que algún destino genético me llevara a ser sólo receptor de chistes, no emisor.
Decidí que debía practicar. No sabía cómo hacían los demás, posiblemente nunca se lo hubieran planteado, simplemente eran graciosos. Podía ser. A mí no me quedaba otra que el ensayo y error, por lo menos hasta que se me ocurriera algún otro método. No iba a dar resultado inmediato, pero podía funcionar.
Así que, de un día para el otro, decidí ponerme a hacer chistes. Algunos los pensaba, decía pocos. Sólo pronunciaba los que pasaban mi filtro. “Esto es gracioso, esto no es gracioso”. Rápidamente me di cuenta de que no había fórmulas. Lo gracioso cambiaba con las circunstancias, y algo que antes lo era después podía dejar de serlo.
Después me interesé por un montón de cosas, pero nunca perdí el objetivo de ser gracioso. Por más serio que sea lo que haga, busco agregarle algo de risa. Busco los vericuetos donde pueda esconderse algo divertido, aunque sea que me haga reír a mí solo.
Durante mucho tiempo mis escritos tuvieron un objetivo humorístico. Hace poco empecé a abrirme a otras cosas, más serias. Me tuve que dar cuenta de que el humor no es lo único posible. Este año escribí cosas (que no están en Léame) más internas, más íntimas o algo. No tienen por qué ser graciosas. Pero encuentro que muy seguido brota en ellas alguna gracia. Y a menos que arruine todo, la conservo. La vida siempre tiene que tener humor.