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May 2012


Hay un fenómeno que podríamos llamar el “desplagio”, o el “antiplagio”. Consiste en escribir algo y atribuirlo a una persona conocida, para que eso le dé repercusión.

Existen muchos ejemplos. En general las personas a las que se atribuye el material suele ser gente con cierta trayectoria, fama y reconocimiento. Gente con credibilidad en los círculos donde se pretende difundir lo propio. Así, aparecen frases apócrifas de Quino, de Lennon, de María E. Walsh, de Les Luthiers.

Quien sea que se toma el trabajo de escribirlo es alguien desprendido, que le importa más que sus escritos lleguen al público que la posibilidad de que lleguen con su nombre (suponiendo que quien escribe y quien atribuye sean la misma persona). Es una técnica que da resultado, porque mucha gente reenvía, o comparte por Facebook, lo que recibe. Y es posible que tenga más ganas de reenviar algo si lo dijo alguien que admira. Hay un cierto aroma a apelación a al autoridad.

Debe ser extraño ser una de esas personas y ver que la gente piensa que uno dijo lo que no dijo. Particularmente cuando lo que se dice no es algo con lo que uno esté de acuerdo, pero también si sí. Terceros pintan la imagen que otros terceros tienen de uno, y no hay mucho que se pueda hacer al respecto. Desmentirlo no sirve para nada, porque quienes escuchan la desmentida suelen ser personas distintas, que probablemente ya sepan que las citas son apócrifas. Mientras tanto, los otros continuarán reenviando las frases originales, sin ningún problema, sin presumir que están mandando falsedades.

Lo que observo es que la gente que manda estas cosas, en general, no es gente que se acuerde mucho de lo que lee, y menos de quién escribió lo que lee. Reenviar es un impulso casi automático. Entonces, las citas atribuidas a uno serán prontamente olvidadas por la mayor parte de los que las leen.

En mi caso, cuando cito gente me gusta hacer lo contrario: no atribuirlas. En general pongo comillas o alguna otra indicación de que no es algo que esté diciendo yo, sino algo que cito. A veces indico las iniciales del autor (o del que creo que lo dijo). Lo que quiero que se destaque es lo que está dicho, porque no importa quién lo dijo, sino qué dijo.

Si se considera que el autor es relevante, es porque se quiere relacionar a esa persona con lo que dijo, o se supone que dijo. Tiene que provocar una reacción distinta la frase con el nombre del autor, que la frase sola. Y en ese caso, el mensaje ya no es lo que dijo el autor. Es algo que está diciendo uno.

Hace muchos años, durante mi estadía en San Francisco, descubrí la ciencia. No sé por qué en ese momento, ni por qué ahí, sólo ocurrió. Desde entonces no me hice científico, pero sí aficionado a la ciencia y a su forma de pensar.

En ese momento sólo estaba disfrutando de ese gusto, y un día decidí que, ya que estaba en una ciudad de la que un día me iba a ir, valía la pena visitar el museo de ciencias naturales local. Entonces fui, y para mi sorpresa, no me impresionó. Me pareció bastante aburrido en su approach. El material que había era interesante, pero no era nada que no pudiera enterarme mejor con un poco de lectura. No me hacían sentir la ciencia.

Lo recorrí todo, de cualquier manera. Me tomó algunas horas. Cuando salí era de noche. Y en las escalinatas del museo, aprovechando la circunstancia nocturna, había unas personas con telescopios, puestos ahí para que los transeúntes miraran algunos astros que a simple vista no se aprecian.

Me acerqué. Si bien algunas veces había mirado por telescopios grandes, para un no astrónomo es un momento intrigante, incluso puede ser algo intimidante, pero de una intimidación sana, como cuando uno se para frente al Universo.

Hice la cola, y cuando llegó mi turno, pude asomarme la visor del telescopio. Del otro lado estaba Saturno. Lo reconocí de inmediato. El planeta anillado estaba ahí, tal como aparecía en las fotos, aunque más chico. Supe en ese mismo instante que eso era Saturno en vivo y en directo, tal como había aparecido unos minutos atrás, cuando partió la luz de ahí. Y me agarró una sensación placentera. Mantuve la mirada en el planeta durante unos segundos, y después me fui.

Ese museo está en medio del Golden Gate Park, y para volver tenía que atravesar el parque. Agarré mi discman (que era lo que se usaba en esa época) y puse Revolver para acompañar la caminata. Anduve un rato, disfrutando del olor a rocío, y del hecho poco frecuente de haber visto un planeta por telescopio. Estaba contento. Estaba solo, rodeado por árboles, naturaleza. De pronto, llegué a un claro. Y algo me llamó a mirar para arriba, tal vez la ausencia de árboles. Al mirar, vi las estrellas. Eran abundantes, como no suelen verse en la ciudad. Me sentí parte del universo, mientras por los auriculares sonaba el coro

We all live in a yellow submarine
a yellow submarine
yellow submarine.

Léame tiene un montón de cuentos sobre la Coca-Cola. En general, muchos productos de consumo se hacen un lugar fácilmente en mi literatura. Algunas personas han notado la tendencia, y comentan que estos cuentos no cuestionan el capitalismo.

No sé si aquellos que hacen ese comentario lamentan ese hecho, lo celebran, o sólo lo notan. Hay gente, por otro lado, que no puede pensar en el consumo sin que le brote cierto impulso a la denuncia, a dejar claro que su posición es que la sociedad funcionaría mejor sin dinero, porque el dinero es la causa de todos los males.

Por mi parte, no tengo ninguna necesidad de aclarar eso porque no es lo que pienso. No soy de esa gente que tiene que andar proclamando su sensibilidad social a través de consignas memorizadas. A mí me gusta otra cosa. No tengo ningún problema en estar a favor del dinero, porque lo que a esta gente le molesta es la codicia, particularmente la excesiva. Y si no hubiera dinero, los codiciosos codiciarían otras cosas. No es tan simple el asunto.

De todos modos, esa aclaración es innecesaria. Los cuentos son sobre productos de consumo, no hace falta que inserte en ellos opiniones sobre el consumo mismo. Que yo sepa, no lo condenan ni lo celebran. En todo caso, muestran su existencia.

Hay gente a la que no le parece suficiente. Piensa que tendría que estar en contra del consumismo, y explicitarlo. Y sí, estoy en contra del consumo excesivo, porque en general estoy en contra de los excesos. Pero a) no significa que tenga que dedicar mi literatura a postularlo y b) el consumismo no es lo mismo que el consumo. El consumo en sí no tiene nada de malo, al menos en opinión de este autor, y si hay gente que se fanatiza, eso es un problema. También en este caso, si no tuviera al consumo para fanatizarse, se fanatizaría de otra cos. El problema es el fanatismo.

Entonces, dentro de lo razonable, me gusta el consumo y la posibilidad de hacerlo. Y supongo que eso se refleja en los cuentos. Donde a veces, sí, aparecen situaciones ridículas a partir del consumo y de sus excesos. Pero pienso que está bueno reírse de esas cosas ridículas, sin necesidad de tomarse el tiempo para juzgarlas.

No soy actor, y a pesar de que me gusta estar en escenarios, nunca quise serlo. No me interesa ponerme a memorizar diálogos para construir personajes. Me gusta que le interese a otra gente, porque disfruto cuando alguien lo hace. Enhorabuena.

Sin embargo, ha habido ocasiones en las que tuve que ponerme en el rol de actor. Y me di cuenta de que, aunque no soy una luz, tampoco soy un completo inútil para esas cosas. El ejemplo más claro ocurrió hace más de diez años, en la facultad, cuando me pidieron que hiciera un corto en video que fuera un “autorretrato”.

Inmediatamente decidí ficcionalizar, por aquel principio de que mi vida no tiene por qué interesarle a alguien. Hice un personaje que era yo, sin serlo. Junto a un amigo nos armamos toda una trama, parodiando esos programas en los que se ve el ascenso de una figura del espectáculo, y su posterior descenso en el mundo de las drogas, para luego recuperarse y encontrar la calma, la paz, la luz.

Armamos todo, y quedó claro que para que funcionara era necesario que lo actuara yo. Como mi amigo estudiaba teatro, fue el coprotagonista, y también el director. Y ahí estuvo la clave. Agarró y me dirigió.

Pero, a pesar de que había escrito todo el guión, no tenía ninguna intención de memorizarlo. Decidí que no era necesario. Que podía saber qué era lo que quería decir en cada momento, y decirlo con mis palabras, naturalmente. Tenía el guión a mano por las dudas, y como era grabado podíamos hacer varias tomas hasta encontrar algo que saliera bien.

Durante todo un día grabamos el corto, que duró como tres minutos en total y detallaba mi ficticio ascenso a la cumbre de la música, los momentos clave de mi caída hacia el mundo de la decadencia y los estupefacientes, y el presente actual, lejos de las luces de la fama, como pastor de una iglesia carismática.

El asunto era bastante volado y tenía un montón de detalles que ahora no pondría. Fue bien recibido, sin embargo, y una de las cosas que recibieron elogios fue mi actuación. Me quedó, entonces, la idea de que podía actuar, particularmente si hacía de una versión ficcionada de mí mismo, con alguien que me dirigiera y sin tener que aprenderme un guión.

Sin saberlo, apliqué el método Larry David de actuación, el que usa en Curb Your Enthusiasm por elección estética y también, según las entrevistas que ha hecho, porque no haría la serie si tuviera que aprenderse los diálogos.

Me gusta encontrarme en compañía de esa clase de gente.

The Onion es un diario satírico americano que no tiene equivalente en el país. Quiero exponer un poco algunas de las razones por las que pienso que es algo realmente destacable.

Al principio puede parecer una publicación de humor como cualquier otra. No fueron los inventores del formato “vamos a reírnos de los diarios”. Hay muchos antecedentes. En los Simpsons, por ejemplo, los titulares de The Springfield Shopper que aparecen cada tanto tienen un tono muy similar, porque parodian la misma cosa.

El asunto está en lo que buscan hacer. No parodian un diario específico, sino a todos los diarios, o todos los medios que son escritos con ese estilo seco de la AP. Ese estilo ya es algo que se presta a la sátira. Y lo que tiene es que a través de eso se puede satirizar cualquier cosa.

The Onion se presenta como un medio serio, atento a la regla Leslie Nielsen. Si uno no está semiatento, podría confundir muchos de sus artículos con noticias verdaderas (hay un blog entero dedicado a reacciones de gente a la que le pasa eso). Ni el título ni el contenido de las notas quiebra el tono noticioso de lo narrado, y eso es uno de los puntos más fuertes de esta publicación.

El formato permite que cualquier cosa sea noticia. Es un concepto bastante simple. Agarramos algo que nos parece gracioso, y le damos formato AP. Se puede hablar de acontecimientos políticos, como “Clinton found alive” o cosas completamente cotidianas, como “Marriage breaks up over procreative differences”.

Es importante que las ideas sean creativas, originales, divertidas. El formato no convierte cualquier cosa en oro. Sí es muy flexible, porque hay muchos estilos de notas que se parodian. Columnas de opinión, reportes estadísticos, datos útiles, editoriales, infografías, etc. Y como las noticias no tienen por qué ser verdaderas ni parecerlo, esos formatos estándar se pueden ocupar de cualquier acontecimiento ficticio que se pueda imaginar.

Y es en algunas de esas notas donde, a mi parecer, The Onion ha alcanzado algunos de sus puntos más altos. Hay en una de las recopilaciones (no está online) una nota titulada “World’s knowledge to be written down”, que cuenta la invención de la escritura por un grupo de investigadores del MIT. La nota de página entera es muy completa, dada la importancia del asunto. Tiene cobertura de los investigadores, una explicación de cómo funcionaría el sistema (‘Actualmente, por ejemplo, si se nos rompe la heladera, simplemente vamos a ver a la persona que la hizo y lo conslutamos. Pero, ¿y si esa persona muere? Gracias a la escritura, ahora su sabiduría no se perderá con él’), y opiniones a favor y en contra. Entre estas últimas, están los diputados republicanos que objetan que una cosa así requeriría un gasto extravagante para establecer un sistema de escuelas para enseñar a las distintas generaciones a ‘leer’ y ‘escribir’.

Ya la idea de la noticia es muy divertida: el mundo es exactamente igual al actual, pero no existe la escritura y alguien la inventa. Es un campo fértil para la sátira de diversos temas. Pero lo genial es el hecho de que esa noticia salga escrita en caracteres latinos en un diario, así como así, por más que su mera existencia implicaría que un diario no podría ser. Pero el formato AP se toma tan en serio que piensa que es permanente, inmutable, y siempre fue así. La complejidad de absurdos apilados con una lógica inapelable es, entonces, sensacional.

Del mismo modo, en “Civilization collapses”, una noticia que no está en la tapa sino en las breves que se usan para rellenar espacio, se cuenta que ha terminado la civilización y se estableció un nuevo orden, cuyos líderes y principales características se resumen en un solo párrafo. Presumiblemente, el editor decidió que había noticias más importantes, que iban a atraer más lectores.

La publicación ha usado esa clase de recursos varias veces, siempre con resultados excelentes. Han anunciado la invención de cosas como la publicidad o el tiempo, que permitirá que las cosas no sucedan todas simultáneamente.

Otro recurso que he notado es la discontinuación de productos que resultan un fracaso, o peligrosos. Uno de los más celebrados (por éste que escribe) es “Chrysler halts production of neckbelts“, donde se describe que la automotriz dejará de fabricar el nuevo modelo de cinturones que sujetan a las personas por el cuello, porque se ha comprobado que en caso de colisión estos cinturones podrían producir severas decapitaciones, y por lo tanto resultan riesgosas para el pasajero. La nota viene acompañada por una foto, claramente publicitaria del lanzamiento, de tres personas disfrutando felices del producto fallido, todas con sus cinturones alrededor del cuello.

Un ámbito que los periodistas de The Onion frecuentan es el sobrenatural. Sus fuentes están al tanto de los vaivenes de Jesucristo, y los lectores tienen el privilegio de ser los primeros en enterarse. Así, aparecen artículos como “Christ getting in shape for second coming”, “Christ announces hiring of Associate Christ” (que viene con la foto de un señor con corbata y la especulación de que puede ser el primer paso hacia el retiro de Cristo), “Christ converts to Islam”, “Christ demands more money” y “Christ returns to NBA“, donde se detalla el triunfal regreso del Mesías a los Atlanta Hawks, con una espectacular foto de Jesús embocando la pelota en el aro ante la impotencia de los defensores de Chicago Bulls.

Hay también columnistas regulares, con distintas personalidades, cada uno viviendo en su mundo y detallando las cosas que le son importantes, como si fueran lo más importante que existe. Está Larry Groznic, un obsesivo fan de comics, ciencia ficción y esa clase de cosas, haciendo comentarios en los que expresa sus diferencias con algún detalle oscuro de alguna publicación. Amber Richardson, una white trash ignorante que resiente a la asistente social que le dice cómo tiene que criar a su hija Rywanda. O Gorzo the Mighty, el Emperador del Universo, que cada tanto elige las páginas de The Onion para dar a conocer sus mensajes a la población toda.

Podría estar todo el día detallando artículos. El asunto es que la combinación de campo fértil para la sátira, mucho ingenio, meticulosidad y coherencia de estilo permite producir grandes cosas.

Debo mencionar, antes de cerrar, dos emprendimientos que ha hecho la empresa. Uno es el libro Our Dumb Century, que es una recopilación de las tapas de The Onion de todo el siglo XX. Por supuesto, son todas falsas, y eso permite satirizar no sólo la historia y las tendencias del siglo, sino los estilos periodísticos y las expectativas que había en diferentes momentos. Es un libro brillante, posiblemente el mejor libro de humor que haya leído. Lo recomiendo en forma categórica.

El otro emprendimiento es la Onion News Network, ONN. Se trata de un sitio del tipo YouTube que pasa fragmentos de distintos canales de una red de noticias propia, que encontró en la televisión y sus formas otro medio para satirizar, con la misma profundidad que las noticias gráficas. Destacaré sólo una nota: “Series of concentric circles emanating from red dot“, que se ocupa de las convenciones gráficas de los noticieros de una manera desopilante.

Nota: lamentablemente, si uno está fuera de Estados Unidos, el sitio de The Onion sólo le permite ver cinco notas sin pedir un pago. Recomiendo usar el navegador en modo privado, o meterse a través de un proxy como hidemyass.com.

Desde hace cerca de un año y medio, soy miembro de la Natinal Geographic Society. Como tal, contribuyo a la exploración e innovación que la Sociedad financia, siempre en busca de nuevas fronteras. También recibo mensualmente (cuando la aduana no la traba por ser extranjera) la revista de borde amarillo.

Creía que eso era todo lo que iba a recibir. Sin embargo, la gente de la Sociedad me ha sorprendido en varias oportunidades. Muy seguido, recibo cartas que me mandan, en las que me expresan cuánto me quieren.

Yo creía que era sólo miembro, pero me di cuenta de que soy un miembro valorado de la Sociedad. Las cartas lo dicen inequívocamente. Me hace sentir bien. Ellos se acuerdan de mí en todo momento, no sólo a la hora de mandar la revista. Y ponen sus cartas en sobres que vienen por separado, no se molestan en intercalarlas en las páginas de la revista. Tal vez piensan que no las vería. Ellos no pueden saber si leo su revista. Sí, la leo. Y es muy interesante. Mucho más que Muy Interesante.

En las cartas la gente de la Sociedad, además de expresar lo que ellos sienten por mí, recuerdan los buenos momentos que pasamos juntos. Las veces que abrí la revista y me encontré con un mundo nuevo, lleno de misterio y excitación. Ellos me conocen, y saben que disfruté mucho esos momentos. Y tienen miedo de que se hayan vuelto muy cotidianos para mí. Que no los aprecie como en los primeros tiempos.

Me preguntan si yo los valoro a ellos tanto como ellos me valoran a mí. Ellos quieren ser parte de mi vida, y quieren que los deje. Saben que no vale la pena continuar esa relación si no hay voluntad en ambas partes. Y es entendible que estén ansiosos por conocer la mía.

Por eso hago públicos estos párrafos. Si hay por ahí algún otro miembro de la Sociedad, sepa que sí, que los valoro mucho. Y en cuanto pueda, voy a renovar la membresía, para poder seguir compartiendo juntos momentos inolvidables.

Mi interés por el fútbol ha fluctuado varias veces entre el entusiasmo y la indiferencia. Actualmente estoy en un período de completo desinterés que sospecho que será prolongado. Sucede al lapso de entusiasmo más largo que tuve.

Durante ese entusiasmo, me metí a escribir en LaRedó!, y esa actividad mantuvo vivo mi interés artificialmente, cuando ya veía que estaba bajando. Pero como tenía que escribir ahí, y me gustaba, seguí prestando atención. Cada vez me costaba más. El último año se hizo bastante difícil, y durante los últimos meses escribí sin ver ningún partido.

Esto daba una perspectiva más o menos interesante. No me ponía a escribir sobre cosas que no había visto ni me interesaban. Me limitaba a mi sección semanal, que era de estadística, y consistía básicamente en actualizar un excel y hacer comentarios al respecto. Y cada tanto me mandaba con algún texto sobre un tema general, o un intento de sátira, algo así. La actualidad quedó para los demás, a quienes todavía les interesaba.

Hubo muchos hechos que me alejaron del fútbol, pero uno en particular me hizo dar cuenta de que ya no valía la pena estar en ese mundo: cuando le dieron la organización del mundial a Qatar. Semejante hecho hizo que me fuera imposible pensar que hay algún tipo de seriedad en cualquier cosa relacionada con ese deporte. Poco después, me fui de LR! y ya no tuve ningún motivo para, siquiera, conocer el resultado de los partidos.

Pasé a una indiferencia activa. En realidad, a una oposición. Me puse en contra del fútbol. No del juego en sí, sino de todo lo que se ha construido alrededor. Pero ojo: el fútbol en sí no es muy popular. Son pocos los que le prestan atención. Lo que es extremadamente popular es el culto a ciertos aspectos. Eso es pasión de multitudes.

El fútbol es religión, y así como Cristo puede haber sido un buen tipo, el fútbol puro no tiene nada de malo. El asunto es la estructura, el culto, la irracionalidad. No estoy diciendo nada nuevo. Pero llegó un momento en el que no pude no darme cuenta. Y no quiero formar parte de esas cosas.

El año pasado, cuando armaba Léame, decidí sacar todo vestigio de fútbol de sus páginas. Ignorar su existencia. No había nada que me pareciera especialmente objetable, pero quería no ser parte. Al final aflojé un poco, y uno de los dos cuentos de fútbol del libro (Tiro libre) sobrevivió. Puede decirse que no es un cuento sobre fútbol, sino sobre todo lo de alrededor, y me gusta.

En el medio, me alejé de todo lo relacionado con el fútbol. Dejé de mirar canales de deportes, dejé de leer diarios, dediqué mi tiempo libre a otras cosas. Y se produjo un efecto más o menos interesante. Comprobé lo difícil que es no enterarse de lo que pasa en el fútbol. Claro que, cuando a uno no le importa, es muy fácil olvidarse inmediatamente. Pero es prácticamente imposible permanecer desinformado. Me enteré, entonces, de quién salió campeón, quién se fue al descenso, quién dirige a la Selección, esas cosas. Algunas todavía me las acuerdo.

Ocurre también que estoy inmerso en una sociedad para la que el fútbol es importante, aunque no quiera. Entonces convertirme en analfabeto de ese deporte es poco práctico. Si usted, querida lectora, es mujer, le cuento que las conversaciones no sexuales entre hombres se circunscriben mayormente a tres temas: 1) política 2) fútbol (suponiendo que ambos fueran cosas distintas) y 3) autos y/o tecnología moderna.

Lo que estoy encontrando es que, por más que no estoy nada informado, puedo perfectamente mantener una conversación de fútbol. Y es por algo que ya había observado antes: lo que pasa en el fútbol es siempre igual. Conozco los distintos discursos, y las circunstancias en las que se producen. Son siempre los mismos. Lo único que produce cierta alegoría de cambio es la rotación de nombres que se produce. Pero los repertorios no varían.

Entonces, sólo tengo que captar cómo viene una conversación para poder integrarme a ella y hacer los comentarios apropiados (o hacer a propósito los desubicados). Sé perfectamente de lo que se está hablando, porque el mundo futbolístico que conocí, y del que me fui con toda intención, sigue siendo igual. El día que no pueda entablar una conversación, tal vez haya cambiado algo.

En los círculos intelectuales, que aparentemente frecuento, puede verse a un montón de gente que está comprometida con la sociedad. Tienen inquietudes, porque ven que existen muchas cosas que deben ser corregidas. Y quieren aportar algo a esa solución.

Pero son problemas complejos, que no tienen soluciones mágicas. Es necesario compatibilizar muchas variables, en muchos casos contrapuestas, para poder dejarlos atrás. Hay razones por las que esos problemas siguen estando. No es que no tengan solución, es que la solución es difícil. Por lo tanto, su implementación no está al alcance de un círculo de intelectuales. Sin embargo, ellos quieren seguir hacer su aporte.

Deciden, entonces, formar parte de una masa más grande. Eligen dar difusión a ideas superadoras. Usan su posición de “privilegio” en la sociedad para iluminar a los demás. Ellos solos no pueden implementar las soluciones, pero saben cuáles son esas soluciones. Y quieren que se entere cada vez más gente.

No sólo quieren que se enteren de las soluciones. También quieren que se enteren de que ellos, los intelectuales, tienen compromiso social. Para lograrlo, no hay nada mejor que incorporar las recetas que arreglarán a la sociedad a su arte. Porque los intelectuales en general hacen arte. Y si no, son comunicadores, e incorporarán esas recetas a la comunicación.

El pueblo, ignorante, se ve enriquecido por los aportes de los intelectuales. O se vería enriquecido si alguien les diera pelota. Pero, aunque no hagan caso a las soluciones propuestas, la gente se da cuenta de quién está con ella. Entonces después agradece, y otorga lo único que un pueblo puede otorgar a un intelectual: prestigio. El dinero es lo de menos.

Así, cuando muchos lo respetan, el intelectual tendrá más credibilidad no sólo entre la gente, sino entre los otros intelectuales. Y entonces, su mensaje será repetido por un coro cada vez más grande, que confiará en la alianza estratégica entre la sabiduría popular y la sabiduría del gran intelectual. Ya no hará falta pensar. Habremos llegado a una etapa superadora.

Durante muchos años vivimos engañados. Y lo que es peor, nos acostumbramos al engaño. Ya nos parecía natural. La vida era así, y ni siquiera nos preguntábamos si podía ser mejor.

Pasó mucho tiempo en el que las Pepitos eran las galletitas con chips estándar. Todos las comíamos, nos parecían ricas, observábamos las fluctuaciones estacionales en la cantidad de chips. Soportábamos que vinieran varias rotas por paquete, que los paquetes trajeran cada vez menos. Rescatábamos que las galletitas, aunque siempre con su componente azaroso en cuanto a la proporción de chocolate, por lo menos eran iguales a las que se conseguían diez o veinte años atrás. No como las Melba, que nos damos cuenta de que son una leve imitación de lo que supieron ser.

La vida transcurría así. Hasta que un día, en febrero de este año, se hizo la luz. Encontré en el supermercado, medio escondidas, unas galletitas que tenían un envase tentador, lleno de chips. La marca era Toddy, la misma de aquel polvo para hacer chocolatada que durante décadas estuvo fuera del mercado y cuando volvió se mantuvo, aunque no pudo desplazar al nuevo rey Nesquik. Las compré para darles una oportunidad. Y cuando las probé, de repente comprendí que todo lo que había vivido hasta ese momento era una mentira. Me convertí en un born again Toddy. Y sentí el deber de llevar a los demás la iluminación que había recibido.

Al mismo tiempo, mucha gente tuvo una experiencia similar, al punto que aparentemente hay escasez porque los fabricantes no han previsto semejante demanda. Los de Pepitos, viendo lo que ocurría, crearon una línea de galletitas imitando a las Toddy. Pero es tarde. Ya no volveremos a confiar en aquellos que pasaron tanto tiempo engañándonos.

La aparición de las Toddy fue un soplo de aire fresco. Había probado galletitas de nivel semejante en otros países. Y de repente las tenemos acá. La existencia y éxito de las Toddy muestra que es posible, y que siempre fue posible. Todos nos habíamos tapado los ojos para no ver esa posibilidad. Hasta que la gente de Pepsico se ocupó de liberarnos de nuestras cadenas.

Las galletitas Toddy me dan esperanza en el país. En que, si queremos, podemos ser mejores. Es el hecho que más esperanza me ha dado en los últimos años. Me muestra que la sociedad puede despertar de su letargo e ir hacia una vida mejor. Podemos dejar de ser un país Pepitos para convertirnos en un país Toddy. Está a nuestro alcance. Es sólo cuestión de destaparnos los ojos.

Léame tenía que tener una sección biográfica. Y, si no tenía que tener, seguramente habría puesto una. Desde hace años vengo escribiendo autobiografías apócrifas, porque me gusta burlarme de esa clase de cosas. No contienen datos sobre mi persona, porque me figuro que a nadie le importan, y también que varios interpretarían los cuentos a través de lo que creen ver en los datos biográficos.

Entonces tenía que poner una autobiografía, y no quería que dijera nada. Decidí agarrar el mejor de los textos de ese género, que inicialmente se titulaba Autobiografía genérica, y consiste en poner la estructura de una biografía, sin poner ninguno de los datos. Así:

Nicolás Di Candia nació. Ya desde su más tierna infancia. De joven acostumbraba, luego consideró. Desde entonces.

Después sigue en ese tono, con la idea de sugerir algún tipo de historia, pero quedarse en la sugerencia. Ese texto no fue escrito con la idea de ser publicado en ese lugar del libro, sino que cuando hacía falta lo elegí. Y me parece que funciona muy bien. Creo que es más divertido que una biografía en serio. Y si un lector quiere conocerme en serio, justo abajo tiene la dirección de este blog, donde expongo mi alma (?) para todos ustedes.

Hablando de ustedes, me imagino que se preguntan por qué hay ahí arriba una foto de John Lennon circa 1965. Porque lo contado hasta acá es sólo una parte de lo que quiero decir. La segunda parte empieza a continuación.

He leído muchas biografías de distinta gente. Una de ellas es Lennon, escrita por Ray Coleman. Se trata de un volumen de más de 700 páginas, en inglés, que leí hace más de diez años. Coleman era un periodista del semanario Melody Maker. Como tal, conoció a Lennon en 1962, cuando los Beatles estaban lanzando su primer disco. Con el tiempo se ganó la confianza del grupo. Según él mismo, porque no hacía preguntas imbéciles de pop star, como “¿cuál es tu color favorito?” o “¿cómo se llama tu mascota?”. En su lugar, les permitía explayarse como Homo sapiens pensantes que eran. Y el grupo apreciaba esas oportunidades.

La biografía está bien, aunque tiene un cierto tufo de adulación, por más que es póstuma. No presenta a Lennon como alguien perfecto, pero párrafo tras párrafo se encarga de encontrar la mejor interpertación posible para lo que está diciendo. Todo, lo bueno y lo malo, es un síntoma de la grandeza inherente al personaje. Tiene ese defecto de algunas biografías, de supeditar todo a ciertas ideas, y hacer que los hechos signifiquen algo, cuando no necesariamente algo que pasa significa más que el hecho de que pasó. De todos modos, es una lectura interesante, y contiene esparcidos unos cuantos escritos que hizo el mismo Lennon. Cuentos que fueron publicados en sus libros de nonsense, cartas públicas y privadas, postales, esas cosas. Documentos biográficos.

Todo esto viene a cuento porque hace unos días desempolvé el libro, que no tocaba desde hacía muchos años. Y lo estuve releyendo en ese modo random en el que está bueno releer libros. Y de repente me encuentro con una postal que Lennon le mandó al autor (sin saber que iba a ser su biógrafo) en 1965, durante una gira. La postal está hecha a partir de una foto autografiada de los Beatles, cortada en dos. Entonces la foto son sólo ocho piernas y zapatos, con las respectivas firmas. Del otro lado, está el texto manuscrito de Lennon (reproducido aquí en su totalidad, respetando la ortografía original):

Dear Ted,
Having a wonderful. The weather is quite. Wish you were. The food is. So are we. See you when we get.
Ours truly,
Them Beatles

O sea, el mismo recurso de mi autobiografía genérica, aplicado a las postales de vacaciones. La pregunta, entonces, se impone: ¿plagié esto a Lennon? Respuesta: no sé. Nunca me acordé de que existía, aunque no puede descartarse que la idea (que una vez que lo volví a ver sé que me había gustado) haya quedado rondando en algún lugar de mi cabeza, más allá de lo consciente. Voy a ponerle un nombre. No es consciente, es como abajo. Es sub-consciente. Ahí está, se lo voy a contar a mis amigos psicólogos, para que lo investiguen.

De cualquier manera, me gusta encontrarme con la posibilidad de haber aplicado independientemente un recurso que usó Lennon. No voy a comparar mi talento con el suyo, sólo reconfortarme con la idea de que “great minds think alike”.

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