Payday loans uk

Quiero compartir con ustedes algo que descubrí. Se trata de una comida que se está volviendo muy popular en los últimos tiempos. Consiste en una especie de pan chato, como simulando una asadera redonda. Pero se come, es una de esas comidas en las que el plato es parte del bolo, como los cucuruchos o las ensaladas de McDonald’s. Se le coloca encima una salsa hecha a base de unos curiosos vegetales colorados, originarios de América, que no se termina de saber si son fruta o verdura. Luego se condimenta. Arriba de eso va una especie de leche coagulada, que es una masa más o menos dura pero al calentar se derrite. Existen, de todos modos, algunas variantes. Algunos agregan otros ingredientes, en ciertos casos numerosos: granos amarillos que se resisten a ser digeridos, piernas de cerdo cocidas y cortadas en finas láminas, rodajas de frutas tropicales puntiagudas.

La combinación de todos los ingredientes ingredientes se inserta en una cavidad muy caliente, con pedazos de árboles cortados y encendidos, que permiten que el conjunto se cocien con rapidez. Se llega a un resultado final muy atractivo. Y relativamente barato, porque de uno solo de esos círculos se cortan cerca de ocho triángulos, y comen varias personas. Por eso es una comida medio proletaria, pero no tienen que dejarse atrapar por los prejuicios sociales. A veces los proletarios dan en el molde.

Están brotando establecimientos que venden este plato por todos lados. Tal vez los vieron. Por alguna razón, suelen tener línea Pepsi. Algunos de estos lugares ofrecen también el servicio de acercarlas a la casa correspondiente, con sólo llamarlos por teléfono, de manera que ni siquiera hay que ir hasta ahí y mezclarse con ellos. Se paga en efectivo al arribar el producto. No se preocupen, el alimento llega caliente. Es transportado a gran velocidad en unos rodados con motor, que como tienen dos ruedas implican un gran equilibrio por parte del transportista. Es por eso que se estila dejar un par de pesos de más, para reconocer el mérito de esa persona. Luego, sólo queda saborear.

En otra oportunidad les contaré acerca de un descubrimiento asombroso. Se trata de una máquina que proyecta una serie de fotos sobre la pantalla, como las del señor Muybridge, pero lo hace a una velocidad tan rápida que produce una sensación de movimiento. Es fantástico.

El alfajor es una delicia cultural y culinaria. Debido a su tamaño, el placer de comer uno se termina muy rápido. Es preciso hacer el proceso más lento, para maximizar el disfrute. Años de experiencia han llevado al siguiente método.

1. Lo primero es el borde. El alfajor es redondo, y bañado. El borde se compone de tres partes. El baño de las galletitas y el del relleno. La idea es rascar el baño sin perder la forma redonda del alfajor. Para eso, lo ubicamos en forma vertical respecto de los labios y rascamos con los dientes delanteros ambos bordes, sin tocar el del medio.

2. Queda expuesta la galletita. Es el momento de proceder a comer el borde del medio. Será más blando, pero permitirá saborear la combinación baño-relleno sin galletita, única de esta etapa. Para eso usamos el mismo procedimiento, dosificando la fuerza. Si el alfajor es de dulce de leche, es más blando. Si es de mousse, es más duro. Y si es de fruta, hay que cambiarlo por uno bueno.

3. Ahora hay que tratar de consumir una de las tapas. Esto es especialmente fácil en los de mousse, cuyas tapa son más duras, pero se puede hacer también en los otros. Puede ocurrir que la tapa que uno quiere separar se quede con el relleno. En ese caso, comeremos primero la otra tapa, o la que se quede con menos relleno.

4. Queda una tapa y el relleno, o su mayor parte. Acá hay varias opciones. Se puede comer de a bocados, mordiendo ambos elementos al mismo tiempo. También se puede intentar separar el relleno de la tapa, para tener una experiencia altamente fragmentada. Pero es bastante difícil conseguirlo sin la ayuda de un cuchillo, y eso es trampa. Lo mejor es lamer el relleno hasta que queda sólo la tapa.

5. Cuando queda la tapa sola, es cuestión de comerla. Es un final algo decepcionante, como llegar a la parte de galletita del Havannet después de tanto dulce de leche. Pero dejar el relleno para el final, si se lo puede separar, implica agarrarlo con la mano, y el propósito del alfajor es que el relleno no sea tocado por los dedos.

6. Luego de terminar el alfajor en sí, es necesario volver al envase, donde quedarán suculentos pedazos de relleno, que nos permiten revivir el placer recién finalizado.

Durante muchos años vivimos engañados. Y lo que es peor, nos acostumbramos al engaño. Ya nos parecía natural. La vida era así, y ni siquiera nos preguntábamos si podía ser mejor.

Pasó mucho tiempo en el que las Pepitos eran las galletitas con chips estándar. Todos las comíamos, nos parecían ricas, observábamos las fluctuaciones estacionales en la cantidad de chips. Soportábamos que vinieran varias rotas por paquete, que los paquetes trajeran cada vez menos. Rescatábamos que las galletitas, aunque siempre con su componente azaroso en cuanto a la proporción de chocolate, por lo menos eran iguales a las que se conseguían diez o veinte años atrás. No como las Melba, que nos damos cuenta de que son una leve imitación de lo que supieron ser.

La vida transcurría así. Hasta que un día, en febrero de este año, se hizo la luz. Encontré en el supermercado, medio escondidas, unas galletitas que tenían un envase tentador, lleno de chips. La marca era Toddy, la misma de aquel polvo para hacer chocolatada que durante décadas estuvo fuera del mercado y cuando volvió se mantuvo, aunque no pudo desplazar al nuevo rey Nesquik. Las compré para darles una oportunidad. Y cuando las probé, de repente comprendí que todo lo que había vivido hasta ese momento era una mentira. Me convertí en un born again Toddy. Y sentí el deber de llevar a los demás la iluminación que había recibido.

Al mismo tiempo, mucha gente tuvo una experiencia similar, al punto que aparentemente hay escasez porque los fabricantes no han previsto semejante demanda. Los de Pepitos, viendo lo que ocurría, crearon una línea de galletitas imitando a las Toddy. Pero es tarde. Ya no volveremos a confiar en aquellos que pasaron tanto tiempo engañándonos.

La aparición de las Toddy fue un soplo de aire fresco. Había probado galletitas de nivel semejante en otros países. Y de repente las tenemos acá. La existencia y éxito de las Toddy muestra que es posible, y que siempre fue posible. Todos nos habíamos tapado los ojos para no ver esa posibilidad. Hasta que la gente de Pepsico se ocupó de liberarnos de nuestras cadenas.

Las galletitas Toddy me dan esperanza en el país. En que, si queremos, podemos ser mejores. Es el hecho que más esperanza me ha dado en los últimos años. Me muestra que la sociedad puede despertar de su letargo e ir hacia una vida mejor. Podemos dejar de ser un país Pepitos para convertirnos en un país Toddy. Está a nuestro alcance. Es sólo cuestión de destaparnos los ojos.