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Nunca quise ser de ésos. He conocido a muchas personas que se jactaban de que no miraban televisión, porque claramente eso los ponía en un nivel superior al resto. Algunos directamente afirmaban no tener televisor. Aunque ésos solían saber todo lo que pasaba en la tele.

No tomé la decisión de no mirar televisión. Me pasó. Un día descubrí que hacía tiempo que no miraba. Sí, la prendo, miro qué hay, a veces me engancho con algo. Pero no sé los horarios, no sé bien los números de cada canal, y en general está de fondo.

Esto no significa que no mire las cosas que salen por televisión. Sigo viendo series, me siguen gustando y atrapando. Pero hay otras formas de ver series. Ya no hace falta esperar a que se estrenen. Se pueden ver online, se pueden ver en DVD. Ya ni sé qué canal pasa las series que miro.

Pasa más fuerte con los canales de aire. No sé qué programación tienen, no sé cómo son sus nombres actuales, no sé sus logos. No me interesa, y encuentro que me puedo mover en la sociedad sin saber esas cosas. No es que todos están hablando de lo que pasó ayer en determinada tira, en el Gasoleros de ahora. Me parece que esto que me pasa no es tan infrecuente.

Pero no estoy en contra de la televisión. Estoy a favor. Sospecho que es un medio que está quedando obsoleto. Los YouTubes son maneras mucho más eficientes para ver contenidos, por lo menos desde el punto de vista del espectador. Me da la impresión de que la diversificación de los canales hacen que los de aire, que siempre son de interés general, se vuelquen cada vez más hacia los gustos generales. Y por eso tienen cada vez menos audiencia. Supongo. No sé cuánta audiencia tienen.

Quiero compartir con ustedes algo que descubrí. Se trata de una comida que se está volviendo muy popular en los últimos tiempos. Consiste en una especie de pan chato, como simulando una asadera redonda. Pero se come, es una de esas comidas en las que el plato es parte del bolo, como los cucuruchos o las ensaladas de McDonald’s. Se le coloca encima una salsa hecha a base de unos curiosos vegetales colorados, originarios de América, que no se termina de saber si son fruta o verdura. Luego se condimenta. Arriba de eso va una especie de leche coagulada, que es una masa más o menos dura pero al calentar se derrite. Existen, de todos modos, algunas variantes. Algunos agregan otros ingredientes, en ciertos casos numerosos: granos amarillos que se resisten a ser digeridos, piernas de cerdo cocidas y cortadas en finas láminas, rodajas de frutas tropicales puntiagudas.

La combinación de todos los ingredientes ingredientes se inserta en una cavidad muy caliente, con pedazos de árboles cortados y encendidos, que permiten que el conjunto se cocien con rapidez. Se llega a un resultado final muy atractivo. Y relativamente barato, porque de uno solo de esos círculos se cortan cerca de ocho triángulos, y comen varias personas. Por eso es una comida medio proletaria, pero no tienen que dejarse atrapar por los prejuicios sociales. A veces los proletarios dan en el molde.

Están brotando establecimientos que venden este plato por todos lados. Tal vez los vieron. Por alguna razón, suelen tener línea Pepsi. Algunos de estos lugares ofrecen también el servicio de acercarlas a la casa correspondiente, con sólo llamarlos por teléfono, de manera que ni siquiera hay que ir hasta ahí y mezclarse con ellos. Se paga en efectivo al arribar el producto. No se preocupen, el alimento llega caliente. Es transportado a gran velocidad en unos rodados con motor, que como tienen dos ruedas implican un gran equilibrio por parte del transportista. Es por eso que se estila dejar un par de pesos de más, para reconocer el mérito de esa persona. Luego, sólo queda saborear.

En otra oportunidad les contaré acerca de un descubrimiento asombroso. Se trata de una máquina que proyecta una serie de fotos sobre la pantalla, como las del señor Muybridge, pero lo hace a una velocidad tan rápida que produce una sensación de movimiento. Es fantástico.

Cuando uno edita un libro, se produce una costumbre infaltable. Los amigos, conocidos y desconocidos se acercan para que el autor les dedique el ejemplar. Esto se hace a través de un pequeño mensaje firmado en la primera hoja del libro, que posiblemente sea dejada en blanco por las imprentas con ese objetivo.

La costumbre está tan arraigada que en eventos como la Feria del Libro, autores masivos pasan horas firmando ejemplares para gente que hace largas colas con el solo objetivo de obtener esa dedicatoria. Nunca hice algo así, no entiendo por qué alguien lo haría. Aunque el hecho de que ocurra muestra que es una buena forma de promoción para un libro de un autor conocido.

No termino de entender esta costumbre. No estoy en contra, de todos modos. Cuando alguien me pide que le firme un libro, lo hago con todo gusto. Trato de escribir algo lindo y/o personalizado para cada uno. No da tener un saludo estándar para salir del paso. Quiero que al otro, que se molestó no sólo en comprar el libro sino en pedir que se lo firmara, le guste el mensaje que le toque. La calidad dependerá de cuán inspirado esté en el momento. No hay garantías.

Firmo, entonces, encantado. Pero eso sí: me lo tienen que pedir. Si no me lo piden, no voy a salir a decir “¿querés que te lo firme?”. Me da la impresión de que hacerlo es ponerme en importante, en “mirá qué grosso que soy”. Es un prejuicio, lo sé. Otros autores no lo tienen y salen a ver a quién le pueden firmar. Está muy bien. Tampoco tengo nada contra eso. Abrazan la costumbre y la disfrutan.

Así que, el que quiera que le firme su ejemplar, no tiene más que pedirlo. Ya lo saben. Y si me olvido o me demoro, no tengan pudor en recordarlo. No me voy a enojar.