Cuando uno edita un libro, se produce una costumbre infaltable. Los amigos, conocidos y desconocidos se acercan para que el autor les dedique el ejemplar. Esto se hace a través de un pequeño mensaje firmado en la primera hoja del libro, que posiblemente sea dejada en blanco por las imprentas con ese objetivo.
La costumbre está tan arraigada que en eventos como la Feria del Libro, autores masivos pasan horas firmando ejemplares para gente que hace largas colas con el solo objetivo de obtener esa dedicatoria. Nunca hice algo así, no entiendo por qué alguien lo haría. Aunque el hecho de que ocurra muestra que es una buena forma de promoción para un libro de un autor conocido.
No termino de entender esta costumbre. No estoy en contra, de todos modos. Cuando alguien me pide que le firme un libro, lo hago con todo gusto. Trato de escribir algo lindo y/o personalizado para cada uno. No da tener un saludo estándar para salir del paso. Quiero que al otro, que se molestó no sólo en comprar el libro sino en pedir que se lo firmara, le guste el mensaje que le toque. La calidad dependerá de cuán inspirado esté en el momento. No hay garantías.
Firmo, entonces, encantado. Pero eso sí: me lo tienen que pedir. Si no me lo piden, no voy a salir a decir “¿querés que te lo firme?”. Me da la impresión de que hacerlo es ponerme en importante, en “mirá qué grosso que soy”. Es un prejuicio, lo sé. Otros autores no lo tienen y salen a ver a quién le pueden firmar. Está muy bien. Tampoco tengo nada contra eso. Abrazan la costumbre y la disfrutan.
Así que, el que quiera que le firme su ejemplar, no tiene más que pedirlo. Ya lo saben. Y si me olvido o me demoro, no tengan pudor en recordarlo. No me voy a enojar.