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Muchos escritores tienen rituales. Algunos toman una taza de vino espumante mientras escriben siempre en el mismo escritorio, que heredaron de sus bisabuelos bizantinos. Otros escriben a mano, con una pluma fuente y tinta azul. Otros dictan a su asistente, que no puede equivocarse porque sufrirá la ira del escritor.

Yo, como escribo, tengo algunos rituales. El único que cumplo a rajatabla es escribir todos los días. Pero de eso ya he hablado. ¿Qué otra cosa puedo mencionar?

Por ejemplo, que escribo en una notebook. Esto me permite movilidad. Algunos de mis cuentos han sido escritos en el baño (y no son los que usted, querido lector, tiene en la cabeza en este momento). En general no me muevo de mi base, no porque no quiera sino porque no se me ocurre. También prefiero estar donde nadie me moleste. No para concentrarme mejor, sino porque me gusta que nadie me moleste.

Terminado el texto, es momento de guardarlo. Para esto es buena la notebook. Si se llega a cortar la luz, puedo seguir escribiendo sin problemas. Antes de incorporarla, alguna vez me ha pasado que perdí lo que estaba haciendo por un corte de energía. Entonces ahí sí tuve que sacar la notebook y rehacer todo ahí, porque no sabía cuándo iba a volver la electricidad. Así que de ese cuento hay dos versiones, una anterior al corte y una durante.

Lo guardo en la notebook y también en un pen drive que es el depósito oficial de los cuentos. Pero no se termina ahí. Después agarro y lo mando por mail a mi amiga Erica, que gentilmente me recibe en su casilla los cuentos. De esta manera, si llego a perder las dos copias que tengo en mi poder, tengo dos más, una en mi mail y otra en el de ella. Felizmente, no ha sido necesario recurrir a ellas por emergencias grandes. Aunque me pasó que fui a una lectura y descubrí ahí que leía yo. Entonces corrí a un ciber y bajé algo del mail para salir del paso. Ahora ya no es necesario, porque no sólo está el blog personal, sino que siempre llevo una hoja bien doblada con varios cuentos en letra muy chica, por si me vuelvo a encontrar en una situación así.

Y aparte tengo un libro.

Cuando uno edita un libro, se produce una costumbre infaltable. Los amigos, conocidos y desconocidos se acercan para que el autor les dedique el ejemplar. Esto se hace a través de un pequeño mensaje firmado en la primera hoja del libro, que posiblemente sea dejada en blanco por las imprentas con ese objetivo.

La costumbre está tan arraigada que en eventos como la Feria del Libro, autores masivos pasan horas firmando ejemplares para gente que hace largas colas con el solo objetivo de obtener esa dedicatoria. Nunca hice algo así, no entiendo por qué alguien lo haría. Aunque el hecho de que ocurra muestra que es una buena forma de promoción para un libro de un autor conocido.

No termino de entender esta costumbre. No estoy en contra, de todos modos. Cuando alguien me pide que le firme un libro, lo hago con todo gusto. Trato de escribir algo lindo y/o personalizado para cada uno. No da tener un saludo estándar para salir del paso. Quiero que al otro, que se molestó no sólo en comprar el libro sino en pedir que se lo firmara, le guste el mensaje que le toque. La calidad dependerá de cuán inspirado esté en el momento. No hay garantías.

Firmo, entonces, encantado. Pero eso sí: me lo tienen que pedir. Si no me lo piden, no voy a salir a decir “¿querés que te lo firme?”. Me da la impresión de que hacerlo es ponerme en importante, en “mirá qué grosso que soy”. Es un prejuicio, lo sé. Otros autores no lo tienen y salen a ver a quién le pueden firmar. Está muy bien. Tampoco tengo nada contra eso. Abrazan la costumbre y la disfrutan.

Así que, el que quiera que le firme su ejemplar, no tiene más que pedirlo. Ya lo saben. Y si me olvido o me demoro, no tengan pudor en recordarlo. No me voy a enojar.