Durante muchos años vivimos engañados. Y lo que es peor, nos acostumbramos al engaño. Ya nos parecía natural. La vida era así, y ni siquiera nos preguntábamos si podía ser mejor.
Pasó mucho tiempo en el que las Pepitos eran las galletitas con chips estándar. Todos las comíamos, nos parecían ricas, observábamos las fluctuaciones estacionales en la cantidad de chips. Soportábamos que vinieran varias rotas por paquete, que los paquetes trajeran cada vez menos. Rescatábamos que las galletitas, aunque siempre con su componente azaroso en cuanto a la proporción de chocolate, por lo menos eran iguales a las que se conseguían diez o veinte años atrás. No como las Melba, que nos damos cuenta de que son una leve imitación de lo que supieron ser.
La vida transcurría así. Hasta que un día, en febrero de este año, se hizo la luz. Encontré en el supermercado, medio escondidas, unas galletitas que tenían un envase tentador, lleno de chips. La marca era Toddy, la misma de aquel polvo para hacer chocolatada que durante décadas estuvo fuera del mercado y cuando volvió se mantuvo, aunque no pudo desplazar al nuevo rey Nesquik. Las compré para darles una oportunidad. Y cuando las probé, de repente comprendí que todo lo que había vivido hasta ese momento era una mentira. Me convertí en un born again Toddy. Y sentí el deber de llevar a los demás la iluminación que había recibido.
Al mismo tiempo, mucha gente tuvo una experiencia similar, al punto que aparentemente hay escasez porque los fabricantes no han previsto semejante demanda. Los de Pepitos, viendo lo que ocurría, crearon una línea de galletitas imitando a las Toddy. Pero es tarde. Ya no volveremos a confiar en aquellos que pasaron tanto tiempo engañándonos.
La aparición de las Toddy fue un soplo de aire fresco. Había probado galletitas de nivel semejante en otros países. Y de repente las tenemos acá. La existencia y éxito de las Toddy muestra que es posible, y que siempre fue posible. Todos nos habíamos tapado los ojos para no ver esa posibilidad. Hasta que la gente de Pepsico se ocupó de liberarnos de nuestras cadenas.
Las galletitas Toddy me dan esperanza en el país. En que, si queremos, podemos ser mejores. Es el hecho que más esperanza me ha dado en los últimos años. Me muestra que la sociedad puede despertar de su letargo e ir hacia una vida mejor. Podemos dejar de ser un país Pepitos para convertirnos en un país Toddy. Está a nuestro alcance. Es sólo cuestión de destaparnos los ojos.