Mi interés por el fútbol ha fluctuado varias veces entre el entusiasmo y la indiferencia. Actualmente estoy en un período de completo desinterés que sospecho que será prolongado. Sucede al lapso de entusiasmo más largo que tuve.
Durante ese entusiasmo, me metí a escribir en LaRedó!, y esa actividad mantuvo vivo mi interés artificialmente, cuando ya veía que estaba bajando. Pero como tenía que escribir ahí, y me gustaba, seguí prestando atención. Cada vez me costaba más. El último año se hizo bastante difícil, y durante los últimos meses escribí sin ver ningún partido.
Esto daba una perspectiva más o menos interesante. No me ponía a escribir sobre cosas que no había visto ni me interesaban. Me limitaba a mi sección semanal, que era de estadística, y consistía básicamente en actualizar un excel y hacer comentarios al respecto. Y cada tanto me mandaba con algún texto sobre un tema general, o un intento de sátira, algo así. La actualidad quedó para los demás, a quienes todavía les interesaba.
Hubo muchos hechos que me alejaron del fútbol, pero uno en particular me hizo dar cuenta de que ya no valía la pena estar en ese mundo: cuando le dieron la organización del mundial a Qatar. Semejante hecho hizo que me fuera imposible pensar que hay algún tipo de seriedad en cualquier cosa relacionada con ese deporte. Poco después, me fui de LR! y ya no tuve ningún motivo para, siquiera, conocer el resultado de los partidos.
Pasé a una indiferencia activa. En realidad, a una oposición. Me puse en contra del fútbol. No del juego en sí, sino de todo lo que se ha construido alrededor. Pero ojo: el fútbol en sí no es muy popular. Son pocos los que le prestan atención. Lo que es extremadamente popular es el culto a ciertos aspectos. Eso es pasión de multitudes.
El fútbol es religión, y así como Cristo puede haber sido un buen tipo, el fútbol puro no tiene nada de malo. El asunto es la estructura, el culto, la irracionalidad. No estoy diciendo nada nuevo. Pero llegó un momento en el que no pude no darme cuenta. Y no quiero formar parte de esas cosas.
El año pasado, cuando armaba Léame, decidí sacar todo vestigio de fútbol de sus páginas. Ignorar su existencia. No había nada que me pareciera especialmente objetable, pero quería no ser parte. Al final aflojé un poco, y uno de los dos cuentos de fútbol del libro (Tiro libre) sobrevivió. Puede decirse que no es un cuento sobre fútbol, sino sobre todo lo de alrededor, y me gusta.
En el medio, me alejé de todo lo relacionado con el fútbol. Dejé de mirar canales de deportes, dejé de leer diarios, dediqué mi tiempo libre a otras cosas. Y se produjo un efecto más o menos interesante. Comprobé lo difícil que es no enterarse de lo que pasa en el fútbol. Claro que, cuando a uno no le importa, es muy fácil olvidarse inmediatamente. Pero es prácticamente imposible permanecer desinformado. Me enteré, entonces, de quién salió campeón, quién se fue al descenso, quién dirige a la Selección, esas cosas. Algunas todavía me las acuerdo.
Ocurre también que estoy inmerso en una sociedad para la que el fútbol es importante, aunque no quiera. Entonces convertirme en analfabeto de ese deporte es poco práctico. Si usted, querida lectora, es mujer, le cuento que las conversaciones no sexuales entre hombres se circunscriben mayormente a tres temas: 1) política 2) fútbol (suponiendo que ambos fueran cosas distintas) y 3) autos y/o tecnología moderna.
Lo que estoy encontrando es que, por más que no estoy nada informado, puedo perfectamente mantener una conversación de fútbol. Y es por algo que ya había observado antes: lo que pasa en el fútbol es siempre igual. Conozco los distintos discursos, y las circunstancias en las que se producen. Son siempre los mismos. Lo único que produce cierta alegoría de cambio es la rotación de nombres que se produce. Pero los repertorios no varían.
Entonces, sólo tengo que captar cómo viene una conversación para poder integrarme a ella y hacer los comentarios apropiados (o hacer a propósito los desubicados). Sé perfectamente de lo que se está hablando, porque el mundo futbolístico que conocí, y del que me fui con toda intención, sigue siendo igual. El día que no pueda entablar una conversación, tal vez haya cambiado algo.