Durante la última mitad de los ’80, el mayor éxito de la televisión argentina era Seis para triunfar, un programa de juegos conducido por Héctor Larrea que iba los viernes a la noche. Con edad de un dígito, solía mirarlo. Me divertía, aunque no agarraba ninguno de los dobles sentidos que poblaban el programa y eran, probablemente, uno de los secretos de su éxito.

Uno de los juegos consistía nada más que en un fill in the blanks. Larrea pronunciaba una frase, reemplazando una de las palabras por “plin plin plin”. Me acuerdo que me daba orgullo acertar siempre, sin sospechar que toda la idea era ubicar el “plin plin plin” de forma tal que se formara en la mente del espectador una frase picante (?) que por televisión no se podía decir.

A pesar de su éxito arrasador (número 1 como cinco años), hoy Seis para triunfar no es recordado con gran estima. Sin embargo, otro programa de juegos que iba por el mismo canal tiene un lugar en el corazón de una parte importante de mi generación (los nacidos un par de años después, no tienen idea de qué les hablamos). Se trata de Atrévase a soñar (reducido del Venga y atrévase a soñar inicial), que iba todas las tardes a las 18 o 19, y era conducido por Berugo Carámbula.

El programa en sí no tenía nada de especial. Cuatro amas de casa (no era obligatorio, sólo que siempre eran amas de casa) competían en distintos juegos por premios otorgados por los auspiciantes. Como era un programa de la tarde, de menor presupuesto, la presencia de las marcas era aún más marcada que en Seis para triunfar. Entonces, el juego más recordado consistía en ordenar doce paneles con seis marcas, poniendo cada logo con su mellizo. Esto permitía a Berugo nombrar un montón de veces a cada marca.

Toda la gracia estaba en la conducción. Berugo Carámbula ponía toques de humor en todo lo que podía, convirtiendo en memorable algo que por sí solo era ordinario. Berugo, que tuvo una larga carrera como actor cómico, sabía poner caras, tenía gran timing para hacer chistes y hacía parte de ellos no sólo a las participantes, sino también al público (al que miraba, y también al falso público que estaba en el estudio, esa gente que trabaja de reírse a pedido).

Se permitía también apodar a los productos que vendía, como la aspiradora que llamaba “el marciano chupatierra”. Regalar una lona a las participantes que no hacían ningún punto en algún juego. O introducir frases como “hete aquí“, que no es de su autoría, pero estoy seguro de que unos cuantos la usamos sólo por su influencia.

Pero en este blog somos escépticos. ¿Qué posibilidades hay de que el factor nostalgia sea el que nos haga disfrutar de algo que en realidad no era tan bueno? Eso ocurre. Puedo ver algunas cosas que me gustaban de chico, como la serie ALF, y me doy cuenta de que no eran gran cosa. Programas como Atrévase a soñar hay a montones, y gente que recuerda con cariño programas así hay también a montones.

Pero viendo los videos me puedo dar cuenta un poco. Puedo ver el carisma de Berugo, y cómo la está remando para hacer entretenido un programa totalmente genérico y barato. Muchos lo intentan, no tantos lo logran. Vale la pena recordar a los que agarran un contenido y le sacan el máximo potencial.