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Hoy se cumple un año de la presentación de Léame y lo festejamos con un post acerca del libro.

Confeccionar el título de un cuento es una tarea con varios objetivos:

  1. Dar una idea de la temática del texto.
  2. Invitar a la lectura.
  3. No revelar desarrollos de la trama.
  4. Dar una idea sobre la temática del texto.
  5. Tener un significado distinto cuando se termina de leer.

No siempre es necesario cumplir todos. A veces un título perfectamente sencillo es más apropiado que uno que cumpla estas características. El cuento El escape, de Léame, se iba a llamar El escape de los verdes enzolves. Me gustaba. Yo leería con ganas un cuento con ese título, y no necesariamente leería El escape. Pero fui persuadido de que era mejor no anticipar el aspecto de los verdes enzolves, sobre todo porque dentro del mismo cuento su aparición es sorpresiva y abrupta.

Se da también que un cuento no conserva el primer título. Es también suceptible de ser reescrito. A veces no se me ocurre el título al mismo tiempo que el cuento. A veces el cuento viene a partir del título. A veces sé que hay un título mejor que el que tengo y tardo mucho tiempo en descubrirlo.

Me pasó con un cuento que no está en Léame, en el que las autoridades del subte deciden, ante la abundancia de pasajeros, confiscar los brazos para que pueda acumularse más gente. Los brazos son depositados en los espacios para apoyar las mochilas. No hay peligro de que se los roben, porque nadie tiene brazos. Al terminar el viaje son devueltos a sus propietarios.

Ese cuento se tituló inicialmente Brazos en el subte, título que no me gustaba nada pero no se me ocurrió nada mejor. Era necesario mejorarlo. Y ocurrió un eureka cuando salió Hasta las manos. Me pareció perfecto. Usa una expresión que quiere decir que un transporte está lleno, y las palabras van derecho a la temática del cuento. Hasta podría parecer que vino primero el título, pero no.

Muchos de los títulos de Léame cambiaron en el proceso de edición. El método de la sortija fue uno de los más problemáticos. Durante mucho tiempo fue un resignado Sortija. El carro que me quería sufrió varias mutaciones, a media que el texto fue encontrando su identidad. Primero fue El carro del Destino, y tenía un aire un poco más místico. Cambiamos la metafísica por el amor.

Seamos buenos tenía un contenido mucho más agresivo hacia el lector, que era acompañado por el título No pienso aceptar sus términos. Este título es una versión suavizada del primero, que ya no lo recuerdo. Un título que me gustaba era Duros de pasar, que para mí iba muy bien con la temática del cuento luego titulado Después de usted. Pero fui persuadido de que no establecía el tono correcto para un cuento victoriano. Así que lo cambié. El título definitivo me gusta, aunque extraño cómo el otro aludía al final del cuento sin que el lector se diera cuenta.

Huellas del camino durante mucho tiempo fue Medias finas. Después cambió para reflejar más de qué se trata el cuento y menos el punto de partida de la escritura. Esto suele pasar. A veces el punto de partida se convierte en el eje temático, y referirse a él desde el título genera uno apropiado. Fue el caso de La casa por la ventana. El cuento consiste en tomar la frase “tirar la casa por la ventana” literalmente. Se trata de eso y se llama así. Pero a medida que fue evolucionando aparecieron elementos nuevos, y el texto iba más a lo que pasaba cuando se hacía esa acción. Entonces cambió por Lo que nos costó la fiesta, con el agregado de que la aparición de la literalidad de “tirar la casa por la ventana” puede venir de sorpresa.

Sin embargo, la gente que está cerca de mí sigue llamándolo La casa por la ventana. Porque no es lo mismo el título más apropiado para un cuento dentro del libro que para identificarlo coloquialmente. Lo que nos costó la fiesta funciona, pero hay que relacionarlo con el contenido. La casa por la ventana identifica mejor que se trata de ése cuento y de ningún otro.

Con Domingo de regreso pasa algo similar. Ése fue su único título. Salió de una y siempre me gustó. Anticipa de qué se trata el texto, pero al mismo tiempo no anticipa nada. El lector puede no saber que “Domingo” se refiere a una persona y no al día, porque aprovecho la convención gramatical de mayusculizar la primera letra de una frase para disimular la mayúscula de nombre propio. Me gusta pensar que el lector empieza a leer pensando que va a ser algo parecido a “La autopista del sur”, y se encuentra con el doctor Frankenstein reviviendo a Domingo Faustino Sarmiento.

Sin embargo, a pesar de que es uno de los hits más grandes de Léame, nunca nadie usó el título para hablarme de él. Siempre es “Sarmiento”, y con eso nos entendemos.

Porque, al final, los cuentos pueden tener más de un título. El “oficial”, que figura en el índice, y el interno o coloquial, que es el que usa la gente para referirse a él. Y eso está muy bien. Cada uno cumple su función en el lugar donde funciona. Y no voy a ponerme a corregir a los que me inventan su propio título para un cuento mío.

 

En el cuento Domingo de regreso, de Léame, el cuerpo revivido de Domingo Faustino Sarmiento provoca miedo a los niños que circulan una mañana por la calle. Se produce entonces el siguiente pasaje.

“¡Aaahhhh! ¡Sarmiento!” exclamaron y salieron corriendo hacia el lugar más seguro que tenían cerca: el edificio de la escuela, donde se sentían a salvo de la influencia del gran educador.

Ése fue el momento eureka del cuento. La diferencia entre una idea que estaba buena (Sarmiento revivido) y una que valía la pena publicar (Sarmiento vs. niños en la escuela). En esa frase, que creo que está idéntica desde el principio, hay mucha ironía, y supongo que se nota que esa ironía es autoconsciente.

O sea, es casi demasiado conveniente, pero al mismo tiempo cierra perfectamente. No hay que forzar nada. Y como valor agregado, tiene contenido político y/o social.

El asunto es que no tenía ni tengo ninguna intención de ponerle contenido político al cuento. Ese pasaje está así porque me gustó la idea, me pareció muy graciosa. Y nada más.

No es un pasaje favorable a Sarmiento, ni contrario. Podría pasar por un comentario sobre el estado de la educación, pero si alguien tuviera ganas de hacerlo hablar a favor del estado actual de la educación, es fácil hacerlo. Siempre fui plenamente consciente de esas posibles interpretaciones, y de la naturaleza tentadora de elegir una de esas interpretaciones.

Pero, insisto, aunque no sea muy creíble, que lo único que quise fue hacer un cuento gracioso. La idea de refugiarse de Sarmiento en la escuela cumplía esa condición, y sumada a la segunda idea de que los niños encontraran a la escuela como un lugar libre de la influencia de Sarmiento le daba otro nivel. Nunca me interesó que fuera más que eso.

Está bien que uno puede poner significados sin darse cuenta, que uno no sabe todo lo que está diciendo, y todo eso. No voy a decir que las interpretaciones posibles no están en el texto. Pero puedo asegurar que ninguna de ellas fue intencional. La única intención era jugar con la idea de Sarmiento, tal como me la enseñaron en la escuela. No denunciarla ni abrazarla. Eso corre por cuenta del lector.

Monumento a Sarmiento en Boston, Massachusetts.

Domingo Faustino Sarmiento es un personaje extraordinario, y no hace falta considerar su presidencia para llegar a esa conclusión. Un tipo antidiplomático, ilustrado, iracundo y bien de su época. Muy colorido. Cada tanto lo uso como personaje.

El cuento más nuevo de Léame lo tiene como protagonista. Siempre se tituló Domingo de regreso. La idea del título es no dar pistas sobre el contenido del cuento, que es mejor cuando Sarmiento aparece de sorpresa. Entonces está pensado para que en una de ésas el lector piense que va a ser algo sobre volver a casa después de un fin de semana, tal vez algo parecido a La Autopista del Sur.

Pero no es eso. Es la historia de cuando el doctor Frankenstein revive a Sarmiento, y las peripecias que pasa el autor de Recuerdos de Provincia cuando se escapa del laboratorio. Es un cuento que se fue armando mientras lo escribía, de ésos en los que me permito confiar en los instintos. No sabía cuando empecé que iba a terminar como termina, por más lógico que pueda ser ese final.

Uno de los atractivos que tiene ese texto es las formas de referirse a Sarmiento. Nacen de la necesidad de no estar repitiendo el nombre Sarmiento todo el tiempo. Entonces lo menciono como “el ex presidente”, “el gran educador”, “el calvo masón resucitado” o “el putrefacto pedagogo”.

Pero tenía más lugares donde referirme a Sarmiento que formas de hacerlo. Algunas fueron descartadas. “El autor de Recuerdos de Provincia“, por ejemplo, distraía y fue eliminado. Había un punto en el que repetía una referencia porque no encontraba una forma mejor.

Hasta que, sin saber que yo estaba resucitando a Sarmiento, mi amigo Federico me fotocopió una nota de la revista Todo es Historia de la década del ’60. Es una nota muy interesante sobre la historia del tranvía de Buenos Aires, que se había retirado poco tiempo antes.

Hay un solo pasaje sobre Sarmiento en esa nota. Es cuando se inaugura el primer tranvía a Flores. Flores era en ese momento un pueblo separado de Buenos Aires, no un barrio (Flores y Belgrano fueron federalizados en 1880). La existencia de un tranvía implicaba un enorme avance en la comunicación. Implicaba que cualquiera estaba al alcance de llegar desde el pueblo a la capital, sin necesidad de contar con un carruaje ni nada así. Ese tranvía a caballo era el primer transporte público que comunicaba ambas urbes. Fue iniciativa del señor Mariano Billinghurst.

Dada la importancia del tranvía, cuando se inauguró invitaron al Presidente, que era Sarmiento, a andar en tranvía hasta la plaza de Flores y dar un discurso ahí junto al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Emilio Castro. Dice la nota de Todo es Historia:

La procesión entró triunfal en San José de Flores, donde esperaba otro numeroso gentío congregado en la plaza. Al aparecer el coche presidencial, nuevos clamores ovacionaron a Sarmiento. Mientras verdaderas avalanchas humanas se cerraban sobre los tranvías, a duras penas el coche principal pudo acercarse al punto de destino. Sarmiento, Castro y Billinghurst descendieron dificultosamente para trasladarse al edificio de la Municipalidad. Rojo de sofocación, apretujado hasta el colmo de su no abundante paciencia, el presidente de la República volvió a ser Sarmiento a secas y se abrió paso a codazo limpio, hendiendo el gentío con sus robustos hombros.

La anécdota me encantó, pero no fue lo que más me llamó la atención. La nota continuaba con algo así como “momentos después, el ajetreado mandatario logró dar el discurso”. De repente, tenía la referencia que me faltaba. Y si usted, caro lector, abre su copia de Léame, puede encontrar que en Domingo de Regreso aparece la frase “el ajetreado mandatario”. Proviene de esa nota sobre tranvías de Todo es Historia.

No me gusta escribir sobre actualidad. El problema que tiene la actualidad es que muy pronto deja de ser actual. Rápidamente lo escrito es obsoleto. Si escribo un cuento sobre alguna medida que toma algún gobierno en algún momento, puede estar muy bien pero no va a tener mucha vigencia.

Sin embargo, los acontecimientos públicos pueden ser fuente de buenas ideas. ¿Cómo usarlas sin que pierdan vigencia? Simple: hay que tratar de ir a lo permanente. Concentrarse en los ciclos, las cosas que se repiten en distintas épocas. No hago nombres, sino que uso personajes genéricos y me concentro en lo que hacen. No satirizo a cierta gente, satirizo ideas.

Los que sí nombro son figuras históricas, como Domingo Faustino Sarmiento. Pero los cuentos en los que aparece (uno de ellos está en Léame) no tienen nada que ver con la política. No buscan una valoración positiva, negativa ni neutral del autor de Recuerdos de provincia. Simplemente lo usan como personaje.

La serie de hondo contenido social, entonces, habla más de cómo funciona la sociedad que de sus líderes. Cuando en Plan Pepsi el gobierno decide basar la economía en la burbujeante bebida de extractos vegetales, lo importante son las maneras de pensar, los razonamientos que son necesarios para que ocurra lo que ocurre. No quién los hace, ni a quién se parecen.

Cuando el autor reflexiona sobre las implicancias sociales de las costumbres de la gente en las escaleras mecánicas, en Un paso hacia adelante, no aparece necesariamente de la opinión del autor. El juego es la cadena de razonamientos.

Los dueños de una cadena que ofrece franquicias, en Alquiler de opiniones, no se parecen a nadie específico. No se trata de una denuncia sobre cierta gente. Es un texto sobre determinadas prácticas, y quien las lleve a cabo será a su turno objeto del texto. Ése es uno de los textos más antiguos de Léame, y las circunstancias sociales en las que fue escrito cambiaron desde entonces. Pero no ha perdido vigencia, precisamente por la vaguedad de los protagonistas. Leído ahora, es posible que alguna gente crea que estoy hablando de determinados actores sociales y otra gente crea que estoy hablando de los opuestos. Idealmente, se generaría una reflexión acerca de las costumbres sin importar quién las practique, ni si el que lo hace comparte nuestras ideas o nuestros enemigos.

En distintas partes de Léame hay cosas que se pueden interpretar como crítica social. Pero que se pueda llegar a una conclusión no significa que el autor esté a favor o en contra de ciertas ideas. El libro no es un catálogo de las opinones del autor. Y este autor opina que eso sería aburridísimo.