Cuando se empezaron a popularizar las comunicaciones online, se crearon los emoticons. Consisten en caras formadas por caracteres que sirven para expresar emoción. La idea es que el que está del otro lado puede no entender el sentido de lo que uno dice con sólo las palabras.
Eso es razonable en un chat, en una comunicación informal. A veces uno usa ironías o dice cosas que se pueden interpretar de varias maneras. Está bien dar una indicación de cómo interpretar. Pero no creo que sea aceptable en un texto.
A veces, es responsabilidad del lector determinar cuándo el autor está hablando en serio, y cuándo no. Hay que dar los elementos necesarios para que quede clara la intención, sin que sea necesario agregar algo como “era un chiste”.
En mi caso, es necesario tener claro que no siempre lo que digo es lo que pienso. Un libro no es un catálogo de opiniones de su autor, o no debería serlo. Las opiniones seguramente se filtran, pero no son el objetivo.
A veces, la mejor manera de decir algo es decir todo lo contrario. Mostrar la ridiculez de una posición que no es la de uno. Uno de los primeros textos de Léame consiste en una especie de declaración de principios acerca de la literatura y el rol de los lectores en ella. Lo que dice ese texto es inmediatamente contradicho por unos cuantos de los otros. Lo que, si se tomara en serio, constituiría una incoherencia.
Hay dos razones, creo, para darse cuenta. La primera es que, si me salió bien, ese texto es demasiado ridículo como para pensar que alguien se lo puede tomar en serio. La segunda es que esa misma contradicción tiene que decir algo. Alguien que piensa las primeras cosas en serio no puede escribir algunos de los textos siguientes. El lector tiene los elementos para distinguir qué es en serio, qué no es en serio y qué no es ni en serio ni no en serio. Es su responsabilidad hacerlo.
Sé que hay gente que se toma en serio muchas más cosas que las que debería. Vamos a un ejemplo práctico. Cuando escribía en LaRedó! solía hacer artículos con este método. Me parecía aburrido decir “esto está mal por tal, tal y tal razón”. Entonces lo escribía como si pensara lo contrario, exponiendo en el proceso las razones por las que no había que pensar.
En esa línea escribí una propuesta para que el Mundial de fútbol se jugara todos contra todos. Lo hice de tal manera que al principio pareciera más o menos razonable, pero a medida que se seguía leyendo iba siendo cada vez más ridículo. La razón principal de la ridiculez: hay 200 afiliados a la FIFA, un campeonato a dos ruedas implicaría hacer 400 fechas en cuatro años. El texto incluye varias sugerencias para lidiar con esta realidad, cuyo objetivo es humorístico aunque tenga un tono serio. Para cuando llega el ejemplo de una posible primera fecha, que es un gráfico interminable con alrededor de 100 partidos entre selecciones ignotas o de nivel muy desparejo, es mi postura que debería estar claro que el autor no está hablando en serio.
Si se fijan en los comentarios de ese artículo, entre los que insultan y los que no tienen nada que ver, encontrarán algunas cosas interesantes. Hay varios que se dan cuenta del chiste y lo saludan y/o se suben. Otros dicen cosas como “habitualmente me parece bien lo que decís, pero esto es ridículo”. Son los que no se dieron cuenta del sarcasmo, al menos en ese momento. Pero lo más divertido es que hay una tercera categoría: los moderados. Son los que se dan cuenta de que no funciona, pero quieren equilibrar. Entonces proponen alguna modificación, como para hacerlo un poco más razonable (como hacer categorías).
A mí me suele pasar al revés que a alguna gente. Muchas veces pienso que algunos están diciendo algo irónicamente, porque me resulta más divertido así. Por ejemplo, hay una especie de polémica sobre las películas de James Bond. Hay quienes sostienen que son humorísticas, satíricas o algo así. Otros dicen que están hechas muy en serio. No sé cuál será la verdad. Sí sé cuál prefiero que sea la verdad. Hay veces, sin embargo, en las que me entero que alguien piensa ciertas cosas en serio, y no estaba jodiendo cuando las decía. Y puede ser triste.
Así que en Léame habrá textos en los que digo lo contrario de lo que quiero decir, y otros en los que no (y muchos en los que mis opiniones son irrelevantes). Hay uno o dos en los que no sé hasta qué punto lo que digo pienso que es cierto, y hasta qué punto no. A veces me cuesta interpretarme a mí mismo.