En unos días, en el otro blog, va a salir un texto que puede desembocar, si alguien tiene ganas, en acusaciones de antisemitismo. Se trata de un texto que no niega el Holocausto, sino que niega que exista la negación del Holocausto, y lo denuncia como una operación tramada por el sionismo internacional para hacerse las víctimas de algo que no ocurre.
No voy a ponerme a probar mi no antisemitismo, entre otras cosas porque es muy difícil probar algo que no es. El asunto, sin embargo, constituye una buena oportunidad para dejar claro algo: los textos escritos por un autor no necesariamente reflejan la opinión del autor.
Capaz que en algún nivel sí reflejan alguna opinión, que la existencia misma del texto se desprende de posturas que están. Pero eso es otra cosa. Las posturas que pueden ser reflejadas por ese texto son, en opinión de este autor, acerca de la naturaleza de ciertas teorías y de su sustento lógico.
Pero no me voy a atajar porque alguien pueda interpretar algo que no es. Es irrelevante la temática de un texto. La razón que hace escribirlo es si pienso que la idea puede funcionar o no. Y mandarme una teoría conspirativa sobre una teoría conspirativa me gustó. No hubo más razonamiento.
Existe otra defensa: yo puedo hablar de estas cosas porque soy judío. El problema es que no lo soy. Y eso no me impide abordar esos temas con toda legitimidad. No tiene por qué desprenderse de un texto la religión (o no religión) de su autor. Si funciona, es independiente de quién lo escribió. Y si no funciona, también.
Así que ya saben. No empiecen con esas cosas.