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No sé por qué me parece apropiado marcar este aniversario. Capaz que es porque es alguien importante, o porque es una cifra que impresiona, o porque lo vi hace poco y sigo alucinado.

Me parece que es por la cifra. Es un número que subraya la idea de que no lo tendremos para siempre con nosotros, de que tarde o temprano tendrá que dejar de hacer giras, incluso discos, de que la vida es finita, como la comedia (?).

Al mismo tiempo, es un número que le permite contar con más de cincuenta años de carrera, y nos permite disfrutarla. Vale la pena celebrar el hecho de que no sólo siga vivo, sino que continúe vigente creando, inspirando, haciendo magia.

Porque el consenso está muy claro: los últimos cuatro o cinco discos que ha sacado están entre lo mejor de su carrera solista. Y es un consenso con el que me gusta estar de acuerdo. No sé a qué se debe. Se me ocurre que llegó a un punto en el que se da cuenta de que está vivo, cuando muchos de sus contemporáneos y cercanos no están, y lo disfruta. Sabe que es leyenda y le gusta. Y lo quiere compartir. Si no, no se molestaría en hacer conciertos en Paraguay, Uruguay o Japón. Podría quedarse en su casa disfrutando de sus muchos millones.

No es una reflexión profunda, ni descubro una verdad oculta, ni nada. Sólo quiero marcar una fecha, porque pintó marcarla. Nada más. Gracias.

Cuando hagamos la edición especial por los 20 años de Léame, vamos a necesitar algún motivo para que la gente que ya tiene el libro lo vuelva a comprar. ¿Qué puedo poner como extra?

Una respuesta rápida es “todo el contenido de este blog”. No en vano se presenta como un acompañante del libro, aunque a esta altura no hable tanto de él. Es algo más o menos factible. Se puede armar una súper edición aniversario como la de El Principito, que incluya mucho material adicional, por ejemplo esto que estoy escribiendo ahora.

El tema es que el contenido de este blog ya es más largo que el libro, y desde hace rato. Y hay muchas otras cosas que se pueden poner. Reseñas, cuentos que no llegaron a estar, paratextos descartados. Para no hablar de material escrito especialmente para esa edición, que hable del impacto social que tuvo el libro en esos veinte años.

Pero una pregunta pertinente es: ¿y qué agregaría todo eso al libro? Tal vez los ensayos retrospectivos puedan agregar algo de contexto, posiblemente necesario en el año 2030. Sobre el resto, no sé si me gusta la idea de que el libro pase a formar parte de un libro más largo, aunque sea uno dedicado a él. Y es porque me gustaría que fuera disfrutado como libro, no como documento histórico.

Si llega a ser documento histórico, bienvenido. ¿Pero venderlo como eso? Meh. Lo que forma parte del libro y lo que no forma es una decisión artística que fue tomada en su momento, y me gustaría respetarla, para bien o para mal. Por otro lado, si pongo algunos cuentos de más, tampoco es algo trágico. No es cuestión de subirme al pedestal y declarar a Léame como obra 100% inmodificable.

Me gusta, entonces, el approach que se está dando últimamente con muchas reediciones de discos. Vienen dos CDs: el disco original remasterizado, tal como fue concebido, y un segundo disco (a veces también tercero) con todo el material adicional que pueda ser pertinente. Algunas ediciones de lujo, como las que están saliendo de McCartney con exasperante lentitud, tienen varios discos de extras, DVDs con todo el video correspondiente y libros, fotos, etc, formando un hermoso paquete que incluye el álbum original en esmerada presentación que preserva su independencia.

Así que eso es lo que quiero. Si en algunas décadas me pregunto qué hubiera pensado en su momento, acá lo dejo documentado para la posteridad. Aunque me reservo el derecho de cambiar de opinión, sin que eso implique traicionarme. Queda en sus manos, querido lector, decidir si efectivamente al final me traiciono o no.

No conocí un mundo con Lennon. Lo mataron cuando tenía pocos meses. Crecí, entonces, con una imagen que le construían otros. La de un incansable luchador por la paz, que encima tenía gran talento musical y siempre se vestía de blanco. Un Gandhi hippie, muy enamorado de su talentosa y exótica mujer, que sólo quería ver a su hijo cuando fue brutalmente asesinado.

Con el tiempo, me enteré de que mucho de lo que me habían vendido era exagerado. Lennon era una persona compleja, que en una etapa hacía algunas cosas para llamar la atención hacia causas pacifistas. Tenía un talento enorme que no se llegó a plasmar del todo en su carrera solista, que se vio truncada por su asesinato pero también por su retiro voluntario durante cinco años. Fue necesario leer bastante y pensar bastante para entender que era un Homo sapiens, que era perfectamente falible y que la realidad no tiene por qué coincidir con la película Imagine de 1988. Pero finalmente lo entendí, y eso me permite tener una perspectiva razonablemente equilibrada.

A mis 21 años, se murió George Harrison. En su caso, sí había conocido un mundo con él, aunque su último disco había salido en 1987, antes de que le prestara atención. Pero conocía parte de su carrera solista, conocía a los Traveling Wilburys, y me divertía leer las pocas entrevistas que daba, porque sabía que nunca se las tomaba en serio y se la pasaba haciendo chistes y/o bardeando a gente (como a los de U2, o a los de Oasis) sólo para divertirse.

Después de su muerte, asistí a la construcción del mito. De pronto, encontré mucha gente que admiraba sus canciones. Eso no tiene nada de malo, muchas son muy admirables, pero esa admiración venía acompañada de exageración. Empecé a escuchar que había gente que decía cosas como que Harrison era el mejor compositor de los Beatles, o que su aporte musical era más importante que el de McCartney.

Lo siento, no pueden venderme otro mito. Ya estoy vacunado. Hay opiniones que se sostienen y otras que no. “Harrison era el beatle más importante” es falso, en todo caso puede ser su favorito, querido lector, si usted quiere. “Lennon era el beatle más importante” es una opinión válida, aunque no la única posible. No tiene mucho sentido ponerse a hacer rankings, pero si uno se pone a hacerlos más vale que tenga alguna seriedad.

Escuché también cosas sobre su personalidad, sobre cómo era un espíritu libre, una persona espiritual que entendía de qué se trataba la vida, y que era demasiado profunda como para hacer mera música pop. Y, otra vez, hay algo de verdad en esas cosas, pero una persona no se puede reducir a unos pocos conceptos.

Es como que la gente hace monumentos de las personas una vez fallecidas, y después venera no a las personas, sino a los monumentos. Que suelen ser mucho más puros que las personas, porque están compuestos de uno o dos materiales. Y, aparte, se quedan siempre en la misma posición, sin riesgo de contradecirse.

Pero las personas no pasan su vida posando para su estatua. Al menos, las personas que valen la pena.

Este fin de semana estuve en Montevideo sólo para ver la alucinante presentación de McCartney. A continuación, transcribiré algunos fragmentos seleccionados del diario de viaje.

Hoy es mi viaje inaugural en Buquebus. Tiene lugar el día que se cumplen 100 años del hundimiento del Titanic. Este barco (el Titanic) provenía de Liverpool, al igual que McCartney.
Mucha gente en el barco tiene remeras de los Beatles. Claramente vienen a lo mismo que yo. Son compañeros de viaje. Estarán en el mismo barco, en el mismo estadio, tal vez en el mismo hotel. Las remeras permiten identificarlos. Yo no hago eso. No me gusta indicar que me subo a las manadas. Aparte, tengo algunas remeras de los Beatles, pero ninguna de McCartney, que es al que voy a ver.
Noto una actitud como de equipo en esas remeras, de mostrar la pertenencia. Es una actitud algo futbolística, un “te sigo a todas partes”. Y no me gusta la idea de seguir a alguien o algo a todas partes, aunque esté yendo a Uruguay con el solo propósito de ver a McCartney. Es un caso de “viene cerca, entonces voy”. Y seguramente pasa lo mismo con toda la gente que está acá. Pero llevan remeras identificatorias, que es lo que me diferencia de ellos.

Hay como un barcito con medialunas y cosas así. No figura el precio en ningún lado. Cobardes. Se piensan que si dicen el precio al preguntar nos vamos a asustar más de decir que no que del precio. Cuentan con nuestra cobardía. Pero a mí no me agarran. No voy a preguntar siquiera.
Por el momento no entablé conversación con nadie. Estoy acá de incógnito. Acabo de descubrir la raíz latina de esa palabra. Muchas veces me siento como si nadie se percatara de mi existencia. Porque estaré de incógnito, pero sum. Esta, sin embargo, no es una de esas ocasiones. Simplemente, el viaje éste no conduce a hablar con los otros pasajeros. O tal vez no estoy suelto. Ya lo estaré.

Nunca pensé que el público uruguayo pudiera ser tan amargo. Estaba McCartney. Fucking Paul McCartney, y los que me rodeaban no se pararon cuando salió al escenario. Se limitaron a aplaudir, como si fuera teatro. Y tampoco se paraban en las canciones. Hello Goodbye, nada. Junior’s Farm, se preguntarían qué es eso. All My Loving, aprobaban. Jet escuchaban con interés. Yo no lo podía creer. Nadie quería saltar. Nadie levantaba el orto del asiento de la alegría. Recién bien entrado el recital, durante 1985, un chabón se hartó, se paró y gritó “¡ES PAUL!”. Creo que el “amargos” era tácito. Ahí nos paramos algunos más y saltamos durante el resto del tema ante la confusión general. Yo estaba esperando no ser el único. Era medio desesperante, aunque disfrutaba igual. La cagada es que inmediatamente Paul hizo My Valentine, que además de muy tranquilo es un tema nuevo, así que nos sentamos todos.
Pero algo se había quebrado. Fuimos varios los que decidimos que ya no íbamos a tener vergüenza y nos paramos cada vez que tuvimos ganas. Con el tiempo, la mayoría de la gente agarró la onda y se paró. No da que todo el estadio cante Hey Jude y uno esté sentado. Sin embargo, unos cuantos nunca se pararon, y hasta el final se mantuvieron en su lugar, sólo aplaudiendo después de cada canción. Amargos.

Este barco tiene free shop. Es uno de los beneficios de que Uruguay sea otro país. He visitado varios, pero puede ser la primera vez que compro algo. Me pidieron chocolates de ésos buenos. Es interesante el concepto. Está lleno de productos tentadores para distintas personas. Cosas que uno, cuando las ve, las quiere tener. Perfumes, cigarros, electrónicos. Es una idea bien americana. Venden Kit Kat, M&Ms, Herschey’s. También productos Ferrero, como el despreciable Ferrero Rocher, que apunta a boludos que quieren tener status ypiensan que lo pueden comprar en un quiosco. Para ellos está pensado ese nombre de doble apellido. Otro es el nefasto Kinder Sorpresa, en cualquiera de sus nefastas variedades. El tercer, en cambio, es el Tic Tac, sin el que es difícil que me encuentren. Había un pack frutal que incluía acerola, que por lo tanto en algún lado sigue existiendo. Casi lo compro, si no fuera porque la fecha de vencimiento me pareció muy próxima. Y el Tic Tac de acerola vencido no se los recomiendo, tiene gusto a maní también vencido.

Leí dos diarios que hablaban de McCartney. En La República sacaron una nota escrita a las apuradas durante el recital, plagada de errores (Here Today es un homenaje a Paul, según se afirma) porque la edición cerraba antes de terminar el show. ¡Es Paul McCartney! Seguramente es la única vez en la puta vida que viene a tocar a Uruguay, y éstos no pueden postergar el cierre un rato.
El País no era mucho mejor. Tenía una nota claramente hecha por un periodista que se quedó afuera, donde hablaba con gente que fue a los alrededores del estadio a escuchar el recital sin verlo. Una vieja estaba ofendida porque Paul había venido recién ahora. “Estoy enojada desde que los Beatles vinieron a Argentina pero no a Uruguay. Ahora viene Paul sin los otros tres”. Me pregunto si la visita de los Beatles a la que se refiere será la de los Beetles Americanos que trajo Romay en 1964.
Eso salió en el diario, lo repito para que no se piense que me burlo de esa persona. Me burlo de los periodistas.

Y con esto me parece que se cierra esta aventura uruguaya de un fin de semana desfasado. Me despido, no sin antes decir adiós. Porque you may say hello, but I say goodbye.

En mi época, fue Xuxa. Hubo muchos pánicos morales sobre contenido oculto en discos, ése fue el que me hizo conocer el fenómeno.

Resulta que en 1991 la artista brasileña llegó al país y rápidamente conquistó el mercado infantil con su programa que salía todas las tardes. Esto traía las consecuencias de marketing correspondientes. Había muñecas, cartucheras, pósters, toda clase de productos con su imagen. El principal era el disco, que además de la imagen traía el sonido de sus canciones. Eran varios discos, que se podían obtener en el original portugués o en la versión traducida al portuñol que podía oírse por la tele.

Fue un fenómeno arrasador, que barrió con todos los otros programas infantiles. De repente, los indefensos niños estaban recibiendo cualquier cantidad de influencia de esta artista extranjera que, decían las malas lenguas, tenía antecedentes en el cine porno. Entonces muchos padres preocupados decidieron que era necesario que alguien pensara en los niños, y preferentemente no fuera Xuxa quien lo hiciera.

Empezaron entonces a buscar razones para no confiar. Y pronto encontraron. En esa época uno de los formatos de audio más populares era el casete (pronúnciese “caset”), que consistía en una cinta magnética grabada con música. La cinta estaba grabada de un solo lado, pero según el sentido en el que se la hiciera correr, se podía oír diferente contenido. Para esto era necesario dar vuelta el casete, del mismo modo que se daba vuelta un disco de vinilo.

Pero hete aquí que había una manera más o menos sencilla de hacer correr no la cinta, sino la música al revés. Era necesario desarmar el casete y dar vuelta la cinta, para que después, al reproducirlo, entrara en contacto con el lector magnético el lado opuesto. Así, la música se escuchaba hacia atrás. Esta operación hoy se puede hacer muy simplemente con cualquier software de audio, a nadie se le ocurriría ponerse a hacer semejante enchastre. Pero en esos años era la manera más sencilla de lograr el mismo efecto, aunque con una gran pérdida de contenido.

Entonces, los preocupados padres se pusieron a escuchar a Xuxa al revés. Y descubrieron algo monstruoso. Había mensajes satánicos escondidos en las canciones. Si se prestaba mucha atención, y se sabía lo que se estaba buscando, podía oírse algo que alguien decía en las grabaciones, y si se prestaba más atención, podía descifrarse que era una frase expresando adhesión a Belcebú.

Esto no dejaba dudas de que Xuxa era una agente del Diablo que venía desde el extranjero a atraer a los niños inocentes hacia la perdición. No se sabía cuál podía ser el mecanismo. De qué forma un mensaje que sólo podía escucharse si a alguien se le ocurría dar vuelta la cinta de un casete podía llevar a un niño a ser discípulo de Lucifer. Pero no importaba. Era encesario mantenerlos lejos de sus nefatas influencias. Por eso, seguramente, muchos padres prohibieron a sus hijos todo contacto con Xuxa.

Después de todo este asunto me enteré de que lo mismo ocurría con muchos músicos. Aparentemente, era común que las grabaciones al revés tuvieran mensajes satánicos. Conocí la historia del “Paul is Dead” y me fascinó toda la mitología que podía crearse alrededor de nada. Todavía, cada tanto, sale algún escándalo similar, y algunas mentes impresionables se dejan impresionar por estas cosas.

Como no quiero ser menos que todos los grandes artistas, decidí que un libro mío no debía dejar de tener algo así. De modo que inserté un mensaje satánico en una parte de Léame. Si usted, condenado lector, se ocupa de leer cierto pasaje al revés, podrá descubrirlo. En ese caso, tal vez el Bajísimo suba a reclamar su alma. Si eso ocurre, este autor declinará toda responsabilidad.

La vez pasada leí una historia que me hizo cambiar la opinión en el debate sobre los cambios de nombre de las calles.

En general, estaba en contra de los cambios innecesarios. “Abran calles nuevas y pónganles los nombres que quieran”. Suele haber intención política de homenajear a gente admirada por algunos, tal vez odiada por otros, que generan divisiones innecesarias entre los ciudadanos que transitan las ciudades.

Un ejemplo es la avenida Canning. George Canning fue un ministro inglés de relaciones exteriores, que fue el primer líder extranjero en reconocer la independencia argentina. En varios momentos, mentes nacionalistas decidieron que no estaba bien poner el nombre de un extranjero a una calle autóctona (aunque fuera un extranjero que ayudó a la existencia del país cuyo nacionalismo les tocaba ejercer). Entonces lo cambiaron por Scalabrini Ortiz, nombre que quedó luego de algunos vaivenes que no vienen al caso.

Ahora, ignoro los méritos del señor S. Ortiz. Tengo entendido que fue un intelectual peronista o algo así. Fenómeno. Puede que sea alguien excelente y muy digno de homenaje con su nombre en una calle. Mi objeción es otra: qué nombre largo. La avenida que antes se nombraba con dos sílabas, ahora necesita siete: s-ca-la-bri-ni-or-tiz. Algunos la abrevian, y logran usar sólo cinco: dicen simplemente “Scalabrini”.

Yo sigo diciendo Canning. Es mucho más fácil, y todo el mundo lo reconoce. A pesar de que el debate es anterior a mi época, y no conocí la calle con el nombre que uso, el nuevo no se termina de imponer, y la prueba es que todos entienden a qué me refiero cuando digo Canning. Una cosa es el nombre oficial de algo, otra el nombre real. Hay casos en los que la transición está completada: nadie llama Victoria a Hipólito Yrigoyen.

Pero ésa no es la historia que leí. Es sólo mi actitud respecto del nombre de calles. La historia es así. Parece que hace pocos años hubo en Inglaterra una iniciativa para cambiar las denominaciones de las calles que todavía llevaban nombres de gente relacionada con la esclavitud. Es una idea loable, dado que ese sí es un debate terminado; nadie está a favor de la esclavitud, o dice estarlo. El repudio unánime hace que sea coherente no homenajear a quienes sometieron a sus semejantes, etc, etc.

La cosa marchaba bien hasta que salió a la luz un mercader de esclavos del siglo XVIII, que además era líder antiabolicionista. Una persona execrable para los estándares actuales. Está muy bien sacarle la calle. Su nombre era James Penny, y la calle Penny Lane.

Esto generó alboroto. La industria del turismo de Liverpool puso el grito en el cielo. ¿Cómo van a cambiarle el nombre a algo tan emblemático, una de las razones por las que la gente visita la ciudad? Tanto alboroto se armó, que la iniciativa se fue al tacho, y los nombres de esclavistas se mantienen. Ahora se está intentando reflotarla, con la salvedad de que Penny Lane quedará sin modificaciones.

¿Que pasó? Hubo una modificación. El señor Penny había quedado en el olvido, y la calle ya no remitía a él. Ahora, gracias al paso del tiempo, Penny Lane sólo remitía al lugar. A tal punto que McCartney no tuvo ningún reparo en escribir una canción sobre la calle, a la que le puso el mismo nombre. Es probable que no estuviera enterado de que alguna vez hubo un señor Penny que vendía esclavos.

Esto viene a reforzar la idea de que los nombres es mejor que sean cortos. No hace falta poner nombres completos de personas o, como se hace en muchos casos, los títulos o cargos del homenajeado. Hubiera sido más difícil la transición si el nombre era James Penny Lane.

La cuestión es que la cultura y la poesía le dieron otro significado a una calle que en principio homenajeaba a alguien que hoy sería altamente condenado y repudiado. El lenguaje está vivo, y los nombres no son más que eso. Los esclavos fueron sometidos por más que Penny Lane se llame Scalabrini Ortiz. La esclavitud fue abolida por más que Penny Lane conserve ese nombre. Y la poesía lo convirtió en algo positivo, cantable, con alegría y trompeta piccolo.

Entonces, decidí que no me importan tanto los nombres de las calles en sí. Aunque hay gente que prefiero que no tenga calle, tarde o temprano la cultura lavará los significados, y pasarán a ser, como Marcelo T. de Alvear, una sucesión de sonidos con connotaciones sólo geográficas (Marcelo Torcuato de Alvear, en cambio, fue un presidente radical). Y, quién sabe, con suerte aparece la poesía y nombres antes execrables pasan a evocar imágenes como las de Penny Lane.

Me gusta tratar de entender la manera de pensar de la gente. Ver si la puedo reproducir. Tomar un resultado, una obra que me gusta (musical, literaria, cinematográfica, lo que sea) y fijarme si puedo reconstruir los razonamientos generales que llevaron a ella.

(Sí, no siempre son razonamientos, y no necesariamente los que reconstruya son los mismos que ocurrieron. Objeciones válidas, mas no vienen al caso.)

El asunto es así. Cuando trato de emular a alguien que admiro, no me interesa hacer algo igual. Me interesa el set de herramientas con el que cuenta. Los recursos que usa. Si los entiendo, los puedo obtener, y los puedo aplicar a mis circunstancias. Entonces me puede salir algo distinto de lo que yo hacía antes, no necesariamente parecido a lo que hace la persona que estoy emulando.

Porque no se trata de copiar. No quiero ser The Beats. Se trata de aprender. Explorar para crear. Poder, a partir de los que hacen los otros, encontrar maneras nuevas de manejarme, que por ahí no se me hubieran ocurrido de otra manera. Entonces puedo aplicar recetas ajenas con los ingredientes míos, y si tengo suerte sale un plato nuevo.

Hay mucha gente que me parece que puedo reconstruir su proceso. Muchas veces escucho temas de McCartney y creo saber de dónde salió y qué quiso hacer. “Cuál es la propuesta”. Puedo, si quiero, juzgar el éxito que tuvo esa propuesta, si logró plamarse. Claro que sólo respecto de lo que pensé, que puede no ser cierto. Puedo verme formulando propuestas similares, y llevándolas a cabo, por más que no me salgan iguales.

Veo un capítulo de Curb Your Enthusiasm,  y puedo hacer la ingeniería inversa. Me doy cuenta adónde quería llegar, y qué tuvo que hacer para lograrlo. No me hace disfrutar menos de la experiencia. Pero me pasa que voy escribiendo el capítulo a medida que se va desarrollando. Puedo no escribir lo mismo que termina ocurriendo, y en ese caso tal vez gané una idea que resultó mía. Otras veces sí adivino qué era lo que iba a pasar, y cuando se corrobora tengo el placer de haber reconstruido bien un proceso de pensamiento creativo.

(No, no soy de esa gente que te cuenta el final de las películas cuando las ve con vos. Es feo eso.)

Cuando voy a ver un espectáculo nuevo de Les Luthiers (algo que aparentemente no volverá a ocurrir), también voy escribiendo, y generalmente adivino los chistes que se vienen. Esto es resultado de la exposición que he tenido, de la atención que he prestado y del desgaste natural de una fórmula que lleva muchos años. Hay muchos momentos predecibles, que también sirven para enfatizar más los no predecibles.

Pero todo esto no es adonde quiero llegar. Los párrafos anteriores son una mera introducción para hablar de lo que me ocupa en este texto: el programa Trigger Happy TV.

Se trata de un programa inglés donde hacen cámaras ocultas. Pero no es de ésos donde se deja en ridículo a un tercero, para reírse de él. Acá lo importante son las situaciones, los conceptos que aparecen. Son como las intervenciones. Hay gente que agarra y anuncia “ahora vamos a hacer una intervención”. Eso las anula. Una intervención se hace, así nomás, sin que los demás estén al tanto de que va a ocurrir. Se insertan elementos extraños en la realidad, que sacan a quien los ve de la realidad (digamos).

No aparecen durante el programa los momentos en los que las personas se enteran de que están en cámara (cuando se enteran). No se trata de eso. Se trata de mostrar las situaciones, de generar esa ruptura.

Tiro ejemplos. Uno es el Diablo esperando el colectivo. ¿Qué colectivo puede estar esperando? O el agente secreto que se acerca a una persona pensando que es con quien tiene que intercambiar maletines. O el valet parking lastimado que tiene un auto para estacionar adelante.

Puedo reconstruir, una vez que está la idea, cómo se fue armando. OK, insertamos este estereotipo de las películas de espías, que se supone que se mezclan con la gente en forma inconspicua, y lo metemos en el subte, a ver qué sale.

Lo que no puedo es ver de dónde sale esa idea. Sí, hay algunos conceptos generales, pero no me veo pensando las ideas básicas, a partir de las que se puede empezar a trabajar. Es para mí, a pesar de que lo conozco desde hace varios años, una manera nueva de pensar, un enigma más a descifrar, otra puerta a la creatividad. Tal vez en algún momento dé con la clave, si existe, y pueda pensar cosas así. Quién sabe, tal vez ya las pienso y no me doy cuenta.

Por otro lado, hay que destacar la ejecución de las ideas. Porque aunque en papel algo pueda parecer divertido, es necesario planificarlo con mucho cuidado. Veamos un ejemplo. En el minuto 9:26 de este video (mejor mirarlo antes de seguir leyendo), un señor llega a la recepción de una oficina para una entrevista.

El secretario le dice que tome asiento, ya lo van a llamar. Entonces se sienta. Tiempo muerto. Algunos segundos más tarde, dos empleados pasan por el pasillo, llevando unos papeles. Están vestidos de osos. Van conversando casualmente, sin llamar la atención sobre sus disfraces. El entrevistado los mira. Uno sabe que se está preguntando qué corno pasa, pero no dice nada. El momento se repite un par de veces más. Dos o tres personas pasan vestidas de osos. Después de un ratito, el secretario, que está en su escritorio sin hacer ningún gesto, recibe una llamada y le indica al entrevistado que pase, que lo están esperando. Entonces pasa a la oficina adyacente, donde interrumpe una presentación que una persona vestida de oso está haciendo ante una gran mesa llena de otras personas vestidas de osos.

Eso es todo. No se trata de la reacción, se trata de la situación. Hacer una cosa así requiere:

  • Actuación: todos deben poder andar como osos sin reírse, como si esas cosas pasaran todo el tiempo.
  • Coraje: no sólo para tener la cara para hacerlo, sino para poner todos esos tiempos muertos en la televisión.
  • Dedicación: hay que pensar muy bien la estructura de la situación que se arma.

No basta con la escena final del joven entrando a la oficina. Si se hiciera eso directamente, la gracia se perdería. Sería una sorpresa demasiado grande, demasiado azarosa. La clave está en las escenas casuales de antes, que siembran el concepto de que la gente anda vestida de oso, por alguna razón. Pero tampoco se pueden dejar solas esas escenas, porque hay que llegar a algo. Entonces se arma toda la escena, que dura largos minutos y, sin parecerlo, está coreografiada con gran precisión.

Todo para presentar una situación a una persona, que ni siquiera importa cómo reacciona. Es el goce de pensar una idea y ejecutarla, sin que tenga que llegar a algo en particular. El gusto por el concepto casi puro.

Nada, todo esto es para recomendarles que vean las dos series de Dom Joly, Trigger Happy TV y su secuela, World Shut Your Mouth. Hay mucho material en YouTube, pueden pasar horas navegando los links del costado.