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Este fin de semana estuve en Montevideo sólo para ver la alucinante presentación de McCartney. A continuación, transcribiré algunos fragmentos seleccionados del diario de viaje.

Hoy es mi viaje inaugural en Buquebus. Tiene lugar el día que se cumplen 100 años del hundimiento del Titanic. Este barco (el Titanic) provenía de Liverpool, al igual que McCartney.
Mucha gente en el barco tiene remeras de los Beatles. Claramente vienen a lo mismo que yo. Son compañeros de viaje. Estarán en el mismo barco, en el mismo estadio, tal vez en el mismo hotel. Las remeras permiten identificarlos. Yo no hago eso. No me gusta indicar que me subo a las manadas. Aparte, tengo algunas remeras de los Beatles, pero ninguna de McCartney, que es al que voy a ver.
Noto una actitud como de equipo en esas remeras, de mostrar la pertenencia. Es una actitud algo futbolística, un “te sigo a todas partes”. Y no me gusta la idea de seguir a alguien o algo a todas partes, aunque esté yendo a Uruguay con el solo propósito de ver a McCartney. Es un caso de “viene cerca, entonces voy”. Y seguramente pasa lo mismo con toda la gente que está acá. Pero llevan remeras identificatorias, que es lo que me diferencia de ellos.

Hay como un barcito con medialunas y cosas así. No figura el precio en ningún lado. Cobardes. Se piensan que si dicen el precio al preguntar nos vamos a asustar más de decir que no que del precio. Cuentan con nuestra cobardía. Pero a mí no me agarran. No voy a preguntar siquiera.
Por el momento no entablé conversación con nadie. Estoy acá de incógnito. Acabo de descubrir la raíz latina de esa palabra. Muchas veces me siento como si nadie se percatara de mi existencia. Porque estaré de incógnito, pero sum. Esta, sin embargo, no es una de esas ocasiones. Simplemente, el viaje éste no conduce a hablar con los otros pasajeros. O tal vez no estoy suelto. Ya lo estaré.

Nunca pensé que el público uruguayo pudiera ser tan amargo. Estaba McCartney. Fucking Paul McCartney, y los que me rodeaban no se pararon cuando salió al escenario. Se limitaron a aplaudir, como si fuera teatro. Y tampoco se paraban en las canciones. Hello Goodbye, nada. Junior’s Farm, se preguntarían qué es eso. All My Loving, aprobaban. Jet escuchaban con interés. Yo no lo podía creer. Nadie quería saltar. Nadie levantaba el orto del asiento de la alegría. Recién bien entrado el recital, durante 1985, un chabón se hartó, se paró y gritó “¡ES PAUL!”. Creo que el “amargos” era tácito. Ahí nos paramos algunos más y saltamos durante el resto del tema ante la confusión general. Yo estaba esperando no ser el único. Era medio desesperante, aunque disfrutaba igual. La cagada es que inmediatamente Paul hizo My Valentine, que además de muy tranquilo es un tema nuevo, así que nos sentamos todos.
Pero algo se había quebrado. Fuimos varios los que decidimos que ya no íbamos a tener vergüenza y nos paramos cada vez que tuvimos ganas. Con el tiempo, la mayoría de la gente agarró la onda y se paró. No da que todo el estadio cante Hey Jude y uno esté sentado. Sin embargo, unos cuantos nunca se pararon, y hasta el final se mantuvieron en su lugar, sólo aplaudiendo después de cada canción. Amargos.

Este barco tiene free shop. Es uno de los beneficios de que Uruguay sea otro país. He visitado varios, pero puede ser la primera vez que compro algo. Me pidieron chocolates de ésos buenos. Es interesante el concepto. Está lleno de productos tentadores para distintas personas. Cosas que uno, cuando las ve, las quiere tener. Perfumes, cigarros, electrónicos. Es una idea bien americana. Venden Kit Kat, M&Ms, Herschey’s. También productos Ferrero, como el despreciable Ferrero Rocher, que apunta a boludos que quieren tener status ypiensan que lo pueden comprar en un quiosco. Para ellos está pensado ese nombre de doble apellido. Otro es el nefasto Kinder Sorpresa, en cualquiera de sus nefastas variedades. El tercer, en cambio, es el Tic Tac, sin el que es difícil que me encuentren. Había un pack frutal que incluía acerola, que por lo tanto en algún lado sigue existiendo. Casi lo compro, si no fuera porque la fecha de vencimiento me pareció muy próxima. Y el Tic Tac de acerola vencido no se los recomiendo, tiene gusto a maní también vencido.

Leí dos diarios que hablaban de McCartney. En La República sacaron una nota escrita a las apuradas durante el recital, plagada de errores (Here Today es un homenaje a Paul, según se afirma) porque la edición cerraba antes de terminar el show. ¡Es Paul McCartney! Seguramente es la única vez en la puta vida que viene a tocar a Uruguay, y éstos no pueden postergar el cierre un rato.
El País no era mucho mejor. Tenía una nota claramente hecha por un periodista que se quedó afuera, donde hablaba con gente que fue a los alrededores del estadio a escuchar el recital sin verlo. Una vieja estaba ofendida porque Paul había venido recién ahora. “Estoy enojada desde que los Beatles vinieron a Argentina pero no a Uruguay. Ahora viene Paul sin los otros tres”. Me pregunto si la visita de los Beatles a la que se refiere será la de los Beetles Americanos que trajo Romay en 1964.
Eso salió en el diario, lo repito para que no se piense que me burlo de esa persona. Me burlo de los periodistas.

Y con esto me parece que se cierra esta aventura uruguaya de un fin de semana desfasado. Me despido, no sin antes decir adiós. Porque you may say hello, but I say goodbye.


Mi colega William.

Durante mucho tiempo me costó decir “soy escritor”. Tenía algunos problemas con esa afirmación.

Primero, nunca me gustó decir “soy esto”. Me parecía (y hasta cierto punto me sigue pareciendo) limitante. Una persona no es solamente lo que dice ser. Es una etiqueta. Es imposible definir a alguien en un par de palabras, como ocurre en los zócalos de los programas de televisión. La palabra “escritor”, o cualquier otra, aplicada así nomás no significa nada.

Por otro lado, que escribiera no quería decir que fuera escritor. Toda la vida escribí. En una época se me ocurrió hacerlo más en serio, escribir cuentos en lugar de otra clase de textos. Ya me costaba decir que eran cuentos. Eso se me pasó más rápido. Pero, a mi juicio, escribir cuentos no te convertía en escritor. Era preciso algo más, tener un aura de letras, haberse leído todo el canon, fumar pipa, no sé. Yo no tenía las otras características de un escritor, fuera de escribir.

Al mismo tiempo, era mi percepción que mucha gente dice tener una profesión para darse chapa. Tenía presente el piloto de Taxi, donde se establece la otra profesión de todos los que trabajan en el garaje que es el set principal de la serie. El protagonista dice qué es cada uno, menciona que él no y subraya “soy el único taxista en este lugar”.

No pensaba que tener un libro publicado fuera a cambiar las cosas. Al fin y al cabo, mucha gente tiene libros publicados, y eso no los hace escritores. Obviaré ejemplos. Ser escritor es otra cosa, en todo caso lo que cambia con la publicación es si uno es un escritor publicado. Pero ya tenía que serlo.

Esto fue cambiando con el tiempo. El año pasado nos fuimos con la gente de Viajera a Santa Rosa, La Pampa, para cuatro días de contacto cercano entre nosotros y con quienes estuvieran interesados/enterados en ese lugar. Hicimos varias lecturas, aparecimos en diferentes lugares y también realizamos un montón de actividades para nosotros. Fue en ese viaje cuando decidí que yo también podía escribir poesía. Y no sólo eso: que yo era poeta igual que los otros.

Era algo medio difícil de creer un tiempo antes. Nunca lo había imaginado. Pero me gustó, fue un cambio de actitud. Es un poco aceptarme a mí mismo, darle a lo que hago la legitimidad que merece. Claro que era más o menos difícil de digerir, tuve que convencerme un poco no de que era eso, sino de que estaba bien decirlo. Por eso en la crónica que escribí después de ese viaje usé varias veces la frase “nosotros, los poetas, somos así”. En cada oportunidad era un chascarrillo, pero también significaba algo que me incluyera al hablar de poetas.

Después la cosa se fue dando. Así como había aceptado ser poeta, podía aceptar ser escritor. Entonces el momento de la publicación vino con otra carga. No sólo ya tenía un libro publicado, sino que lo aceptaba. Lo compraba gente, incluso gente que no conozco. Me empezaron a llegar comentarios, referencias, repercusiones. Me di cuenta de que la idea de que yo fuera un escritor no era exótica para los demás. Empecé entonces a pensar si podía ser verdadera.

Y decidí que sí, carajo. Yo soy escritor. Ahí está, lo dije. Costó muchos años, pero ahora estoy en condiciones de decirlo convencido. No saben lo bien que se siente.