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La pregunta seguramente es parte de innumerables debates académicos. Gente elabora definiciones y trata de aplicarlas al mundo real. También trata de convencer a los demás de que usen esa definición. Cuando lo logran, el objetivo final es convencer a la Real Academia, el ente regulador del lenguaje, de que permita usar esa definición nueva.

Pero nadie tiene autoridad suprema sobre estas cosas. Los límites exactos no existen. Todos los que sean propuestos serán arbitrarios. Una definición aceptada no tiene por qué aceptarse.

Por eso no me preocupo en averiguar cuál será la definición de literatura, o el consenso académico sobre su naturaleza. Después de todo, no me interesa hacer literatura. Me interesa escribir. Y aparentemente con eso alcanza.

Entonces lo que hago es declarar que lo que escribo es literatura. ¿Qué es la literatura? En lo que a mí respecta, lo que decida que es. Cualquier cosa puede serlo, no importa si cumple determinadas reglas de género, o de temática, o de forma.

Puede que en algunos casos vaya en contra de alguna definición académica, pero queda claro que no me importa. Nadie está obligado a aceptar el criterio mío. No hace falta hacer un test de literaturidad antes de leer algo. Se puede leer lo que uno tenga ganas. El lector también puede declarar literatura a lo que lee.

De cualquier modo, esa actitud es liberadora para este autor. No tengo que estar cumpliendo expectativas formales, que encima no existen. Hago lo que tengo ganas, lo que me sale y lo que según mi criterio vale la pena hacer. Y eso es suficiente.

Una de las cosas que me viene pasando últimamente, y no sospechaba, es que cuando algunas personas se enteran de que soy escritor, inmediatamente les viene una timidez. O un miedo. Se intimidan. Lo demuestran y no necesito especularlo, porque me lo dicen.

Es raro, porque soy la misma persona que era antes. Pero de repente alguna gente se intimida. Según me dijeron varios, tienen miedo de que los agarre con faltas de ortografía u otras inelegancias lingüísticas. Porque, bueno, soy escritor. Pero ser escritor no cambia la percepción. Tampoco la personalidad. Las inelegancias que veía antes las sigo viendo, y posiblemente vea algunas ahora que antes no. Pero tampoco estoy todo el tiempo escrutando lo que hacen los otros.

Porque soy un escritor que escribe, no un escrutador que escruta. Ellos, los escrutadores, no necesitan ser escritores, y están muy dispuestos a mirar y señalar los errores de los otros.

Pero tal vez ellos no tengan la autoridad de un escritor. Por mi parte, no siento que tengo autoridad, o no más que cualquiera. Eso no significa, sin embargo, que los demás lo perciban igual. Y creo que entiendo de dónde viene.

Viene de lo mismo que me hacía tener reservas para poder decir que yo era escritor. Me costó mucho decirlo, por una cantidad de razones exploradas aquí. Y sé que a muchos les pasa lo mismo. Ayuda tener un libro publicado para poder decirlo, pero es dar un paso. Hay un imaginario del escritor, que es alguien muy sabio, que tiene una biblioteca llena de libros que leyó y entendió, y se conecta con los espíritus o algo para bajar sabiduría a la palabra.

No pienso que yo sea eso. Pero en algún momento tuve un concepto parecido, y cuando decía no ser escritor me refería a esas cosas. “No, yo me limito a escribir”. Con el tiempo fui sacándome esa idea, y al mismo tiempo valorando más lo que hago. Decidí entonces que no había ninguna razón para no pensarme o llamarme escritor. Y cuando empecé a hacerlo, vi que me gustaba.

Ahora, esa idea (ni siquiera voy a llamarla prejuicio) fue algo que me tuve que sacar, y se me ocurre que mucha gente la tiene. Y cuando se encuentra con “un escritor”, sobre todo cuando no le pasa frecuentemente, de repente piensan que están ante esa persona imaginaria que usa barba, fuma pipa y escribe con dactilógrafo en un oscuro cuarto del piso más alto de su casa art-decó.

Pero no es así. No vivo en el siglo XIX. Estoy acá, y no soy más distinto de los demás que ustedes. Tengan confianza.


Mi colega William.

Durante mucho tiempo me costó decir “soy escritor”. Tenía algunos problemas con esa afirmación.

Primero, nunca me gustó decir “soy esto”. Me parecía (y hasta cierto punto me sigue pareciendo) limitante. Una persona no es solamente lo que dice ser. Es una etiqueta. Es imposible definir a alguien en un par de palabras, como ocurre en los zócalos de los programas de televisión. La palabra “escritor”, o cualquier otra, aplicada así nomás no significa nada.

Por otro lado, que escribiera no quería decir que fuera escritor. Toda la vida escribí. En una época se me ocurrió hacerlo más en serio, escribir cuentos en lugar de otra clase de textos. Ya me costaba decir que eran cuentos. Eso se me pasó más rápido. Pero, a mi juicio, escribir cuentos no te convertía en escritor. Era preciso algo más, tener un aura de letras, haberse leído todo el canon, fumar pipa, no sé. Yo no tenía las otras características de un escritor, fuera de escribir.

Al mismo tiempo, era mi percepción que mucha gente dice tener una profesión para darse chapa. Tenía presente el piloto de Taxi, donde se establece la otra profesión de todos los que trabajan en el garaje que es el set principal de la serie. El protagonista dice qué es cada uno, menciona que él no y subraya “soy el único taxista en este lugar”.

No pensaba que tener un libro publicado fuera a cambiar las cosas. Al fin y al cabo, mucha gente tiene libros publicados, y eso no los hace escritores. Obviaré ejemplos. Ser escritor es otra cosa, en todo caso lo que cambia con la publicación es si uno es un escritor publicado. Pero ya tenía que serlo.

Esto fue cambiando con el tiempo. El año pasado nos fuimos con la gente de Viajera a Santa Rosa, La Pampa, para cuatro días de contacto cercano entre nosotros y con quienes estuvieran interesados/enterados en ese lugar. Hicimos varias lecturas, aparecimos en diferentes lugares y también realizamos un montón de actividades para nosotros. Fue en ese viaje cuando decidí que yo también podía escribir poesía. Y no sólo eso: que yo era poeta igual que los otros.

Era algo medio difícil de creer un tiempo antes. Nunca lo había imaginado. Pero me gustó, fue un cambio de actitud. Es un poco aceptarme a mí mismo, darle a lo que hago la legitimidad que merece. Claro que era más o menos difícil de digerir, tuve que convencerme un poco no de que era eso, sino de que estaba bien decirlo. Por eso en la crónica que escribí después de ese viaje usé varias veces la frase “nosotros, los poetas, somos así”. En cada oportunidad era un chascarrillo, pero también significaba algo que me incluyera al hablar de poetas.

Después la cosa se fue dando. Así como había aceptado ser poeta, podía aceptar ser escritor. Entonces el momento de la publicación vino con otra carga. No sólo ya tenía un libro publicado, sino que lo aceptaba. Lo compraba gente, incluso gente que no conozco. Me empezaron a llegar comentarios, referencias, repercusiones. Me di cuenta de que la idea de que yo fuera un escritor no era exótica para los demás. Empecé entonces a pensar si podía ser verdadera.

Y decidí que sí, carajo. Yo soy escritor. Ahí está, lo dije. Costó muchos años, pero ahora estoy en condiciones de decirlo convencido. No saben lo bien que se siente.

No todos están destinados a ser escritores. Pero hay quienes están interesados en convertirse en uno, y no saben qué hacer. Recién llegado a este lado, les cuento lo que aprendí.

Hace falta una sola cosa: escribir. Después es cuestión de seguir escribiendo. Claro que no cualquier escrito hace que uno sea escritor. ¿Dónde está el límite? Es un límite interno.

No existe carrera de escritor. O tal vez existe, qué sé yo, pero no le daría ningún crédito. Nadie tiene el diploma. Lo que se puede es lograr sentirse escritor, o ser percibido por los demás como tal.

Ayuda tener algo publicado. No es necesario, se puede ser escritor inédito. No hay características fijas, salvo que los escritores escriben. Un escritor que no escribe capaz que puede existir, aunque yo lo llamaría un potencial escritor. Hay que escribir, y tener cierta familiaridad con esa práctica, aunque no se la ejerza seguido.

Se puede tener cualquier tipo de método, o ninguno. Lo importante para ser escritor, a mi modo de ver, es un cambio interno. Convencerse de que uno es escritor. ¿Cómo se hace? Convenciéndose de que sabe escribir.

Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿qué es saber escribir? No tiene nada que ver con la gramática. Es tener confianza de que, al menos a veces, cuando uno se siente (o se pare, o acueste) a escribir, va a poder salir algo. Nadie tiene nunca la certeza de que va a salir algo bueno, pero sí se puede aspirar a que salga algo con cierta forma.

Así, alguien que es escritor es alguien que aprendió el oficio de escritor, y tiene la suficiente confianza como para animarse a escribir, y pensar que lo está haciendo en serio.

Lo siguiente es un ejercicio de taller que está recién salido del horno, modelo 2012, tal vez inconcluso. El ejercicio consistía en escuchar algunos fragmentos de Revelación de un mundo, de Clarice Lispector, y después escribir algo a partir de lo que resonaba de lo escuchado.

¿Cómo se escribe? Escribiendo. Ésa es una de las cosas de las que tuve que darme cuenta. Antes pensaba que había una manera correcta. Que “los escritores” lo hacían así. Seguramente de formas distintas, pero unas pocas, iguales en lo esencial. No estaba preparado para ser escritor. Entonces no era serio escribir. No era serio escribir ficción. Lo otro estaba claro que cualquiera podía.

Había también un determinismo. Uno es escritor, o no es. No hay “seré escritor”. Eso se nace. Una cosa es saber escribir y otra ser escritor.

Era mentira. Cuestión de ponerse y escribir, nomás. La inspiración se las tiene que arreglar. La intuición, si uno la deja, ayuda. Hay que liberarla, con ciertos límites, y dejarse llevar. Después revisar qué trajo la intuición. No todo sirve. Al corregir, aparecerá otra intuición, más difícil de ver, que se sube a los hombros de la primera y ve más lejos. Hay que darle bola.

Todo el proceso de darme cuenta de estas cosas me hizo dar cuenta de que hay una aplicación similar para la otra pregunta, la más grande. ¿Cómo se vive? Viviendo.