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La pregunta seguramente es parte de innumerables debates académicos. Gente elabora definiciones y trata de aplicarlas al mundo real. También trata de convencer a los demás de que usen esa definición. Cuando lo logran, el objetivo final es convencer a la Real Academia, el ente regulador del lenguaje, de que permita usar esa definición nueva.

Pero nadie tiene autoridad suprema sobre estas cosas. Los límites exactos no existen. Todos los que sean propuestos serán arbitrarios. Una definición aceptada no tiene por qué aceptarse.

Por eso no me preocupo en averiguar cuál será la definición de literatura, o el consenso académico sobre su naturaleza. Después de todo, no me interesa hacer literatura. Me interesa escribir. Y aparentemente con eso alcanza.

Entonces lo que hago es declarar que lo que escribo es literatura. ¿Qué es la literatura? En lo que a mí respecta, lo que decida que es. Cualquier cosa puede serlo, no importa si cumple determinadas reglas de género, o de temática, o de forma.

Puede que en algunos casos vaya en contra de alguna definición académica, pero queda claro que no me importa. Nadie está obligado a aceptar el criterio mío. No hace falta hacer un test de literaturidad antes de leer algo. Se puede leer lo que uno tenga ganas. El lector también puede declarar literatura a lo que lee.

De cualquier modo, esa actitud es liberadora para este autor. No tengo que estar cumpliendo expectativas formales, que encima no existen. Hago lo que tengo ganas, lo que me sale y lo que según mi criterio vale la pena hacer. Y eso es suficiente.

La técnica para dar buenos golpes en tenis es pegarle a la pelota con la raqueta, y luego acompañar la trayectoria cuando la pelota ya partió. La raqueta debe completar el movimiento una vez que se separa de la pelota.

Si no se hace eso, el golpe será incompleto y la pelota no irá donde se busca. Puede no ir de todos modos, pero si la técnica no se aplica, lo más seguro es que no llegará a nada.

Es un caso de el futuro afectando al pasado.

Aunque, claro, la clave no está en lo que ocurre después sino en la manera que se da el golpe. Años de ensayo y error han determinado que si se pega con suficiente fuerza como para que la pelota sea buena, entonces la raqueta se quedará acompañando.

Escribir un libro tiene aspectos similares. De nada sirve que sea una llegada y nada más. Hay todo un proceso antes de publicarlo que es muy importante. El momento en el que la publicación se concreta es definitorio, y el libro podría andar bien después de eso.

Pero hay que acompañarlo. El autor no se puede desentender del libro en el momento que sale hacia el público. Debe estar preparado para seguir la trayectoria, para entrar en las aventuras que el libro disponga.

La experiencia con Léame fue placentera desde el comienzo, y cada vez es más. En diciembre, cuando se presentó, parecía el alivio largamente esperado, que se dio con el suspenso de estar pendientes de los vaivenes técnicos correspondientes. La presentación fue el momento en el que la pelota salió de la raqueta.

A partir de ahí, el libro empezó una trayectoria propia, más o menos independiente de la del autor. Pero no me desentendí. La vengo siguiendo con gran atención, y hago esfuerzos para mantenerla en el aire. Las repercusiones de ese golpe vienen siendo muy gratas, y muchas, como las noticias de que Léame es estudiado en escuelas y facultades, son también inesperadas.

Quién sabe qué espera a Léame, y a su autor, en el futuro.