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Un libro significa que la cosa va en serio. Que esas cosas que uno escribe tienen la estatura suficiente en la mente del autor como para aparecer en papel y ser ofrecidas al público en ese formato. Hay mucha gente que tiene esa convicción, pero hay mucha más que no. Y algunos de ellos encuentran admirable el hecho de que alguien publique un libro. Entonces, cuando se enteran, quieren leerlo.

Ocurre después que estas personas, habiendo o no leído el libro, ven al autor con otros ojos. Antes era una persona, ahora es un Autor. Están en la compañía de un escritor. Les gusta. Y para el autor es gratificante. Este autor dice sin ánimo de burla que en ciertos círculos la recepción es otra.

Porque resulta que un libro abre puertas. No es lo mismo decir “yo escribo” que “yo escribí un libro”, por más que el contenido del libro sea eso que uno escribía. La gente comenta. La gente habla del autor, habla del libro. Y eso hace que algunos lo lean. A algunos de ellos les gusta. Y una porción de estos últimos lo recomienda, recomenzando el ciclo.

Pero más allá de eso, el hecho de haber escrito un libro genera en alguna gente una diferencia de comportamiento. Sin que antes fueran hostiles, ahora son más invitantes.

Y eso está bueno. Es una sorpresa agradable para alguien que lo único que quería era escribir, y compartir con los demás las cosas que escribe.

El estado natural de un libro es cerrado. Protegido por las tapas, con suerte también por los otros libros con los que comparte una biblioteca. Pero así no le sirve a nadie. Un libro que no se abre es un desperdicio de espacio.

La labor del escritor, cuando el libro está impreso, ya terminó. Ahora la responsabilidad pasa al otro lado: es el lector el que debe abrir el libro. Tiene que decidirse, animarse, vencer todos los impulsos que lo puedan llevar a hacer otra cosa. Sólo cuando el lector cumple ese rol, el libro empieza a tener un propósito.

No vale la pena comprar un libro para tenerlo ahí, archivado, sin leerlo nunca. Una biblioteca tiene que ser un catálogo de posibilidades. Algunas aprovechadas, otras por aprovechar. En cualquier momento tiene que estar la posibilidad de abrir cualquier libro, y sumergirse en él.

Puede ocurrir que uno compre un libro y nunca lo lea. Es un desperdicio, pero involuntario. Siempre está la posibilidad. Pero hay gente que compra libros sin la intención de leerlos. Pueden hacerlo, por ejemplo, para quedar bien. Ante el autor, ante algún conocido o ante sí mismos. No importa.

Sin ser un objeto de culto, a un libro hay que abrirlo, tocarlo, olerlo. Una buena edición invita a hacerlo, atrae al lector, pide que lea ese libro, y no otro.

El autor quiere ser leído también. No le gusta escribir para nadie. Algunos pueden afirmarlo. Mienten. Si no quisieran que otro los leyera no escribirían. Adentro del libro hay mucho esfuerzo, muchas esperanzas, con suerte mucho amor. El autor espera en el libro que el lector venga y lo complete. Que agregue el pong a su ping.

Todos los autores quieren lo mismo. Algunos eligen no hacerlo explícito nunca. Otros prefieren decirlo. Implorar a los lectores que se interesen, que se acerquen, que abran el libro como paso previo a leerlos. Por eso le ponen como título Léame.

La biografía del autor que aparece en Léame no tiene ningún dato específico. No dice nada sobre qué hice, cuándo nací ni qué me llevó de qué lugar a qué otro, ni por qué.

Algunos lo han interpretado como una manera de esconderme. Es una interpretación que entiendo, pero no era la idea. Me da la impresión de que no tendría por qué interesarle a nadie todos esos datos. ¿Qué cambia con saber dónde estudié? ¿Se lee distinto el libro si se sabe el año de mi nacimiento?

Tampoco es que me interesa ocultarlo. Sólo que se me ocurre que no es relevante. Hay un montón de cosas que no están en el libro, y que tienen muy buenas razones para no estar. Léame no incluye, por ejemplo una copia del Levítico en arameo.

Hoy (es decir el viernes, cuando escribía esto para programarlo) tuve que hacer una pequeña biografía verdadera para cuando llegara el momento de aparecer en la presentación. Tenía que ser no más de un párrafo. Costó un poco, porque no estoy acostumbrado a hacer esa clase de cosas. Escribí lo siguiente:

Nicolás Di Candia nació en 1980. A los siete años decidió que quería hacer reír, y desde entonces ha buscado la manera de lograrlo. Mucho después estudió producción de cine y TV. Trabajó en televisión y escribió en diversos medios. A mediados de 2007 le pareció que era hora, y empezó a escribir cuentos todos los días. Desde entonces no ha parado, y ya lleva más de 1600. Los mejores están en Léame.

Algunas cosas habían aparecido en este blog, que es el lugar a donde pueden acudir los que quieran saber más sobre el autor.

Ahora, puedo admitir que es posible que haya algún impulso para ocultarme, que esté escondido detrás de lo que creo que me hizo decidir a escribir y usar la biografía genérica que aparece en Léame. El razonamiento fue “puedo meter un cuento más si uso el espacio de la biografía”. Consideré el asunto de que podía ser ocultarme, y decidí que las ventajas eran más que las desventajas. Aunque puede ser que me haya estado engañando.

El siguiente es un autorreportaje.

—¿Por qué tratás al lector de usted?

—Porque me gusta el estilo formal. Lo encuentro más respetuoso en el uso escrito.

—¿Qué tiene de irrespetuoso tratarte de vos?

—No sé si es irrespetuoso. Pero es algo así: yo no sé quién va a leer el texto. No tengo por qué asumir que es alguien a quien tutearía (o vosearía, que es una palabra horrible). Suelen irritarme las publicidades que asumen que tienen suficiente confianza conmigo para tutearme. Parece que piensan que así voy a obviar algún tipo de análisis y comprar sus productos.

—¿No te gusta que te tuteen?

—En persona quiero que me tuteen, sí. Es muy feo que me traten de usted. Me hace acordar de que soy adulto.

—¿Y por qué te jode en la publicidad? Si preferís que te traten así.

—Porque no es una conversación de par a par. Es un mensaje impersonal, masivo, que me trata de vos a mí como te trata de vos a vos (aunque vos en este caso seas yo). Parece crear una sensación de intimidad que no se ganó. No voy a tratar de vos a miles de personas. Es cualquiera.

—Está bien. Pero con ese criterio deberías tratar al lector de “ustedes”, no de usted.

—No, pero hay una diferencia. En la publicidad se supone hay mucha gente viendo el aviso al mismo tiempo. En cambio, habitualmente, un ejemplar de un libro es leído por una sola persona simultáneamente. Entonces la tratamos en forma individual.

—Sin embargo, hay al menos un texto en Léame donde tratás de vos al lector, ¿no es cierto?

—Sí, hay uno. Es un caso especial. Si lo leés, vas a ver que ese texto no funciona si le cambiamos el vos por usted. Es un texto que parodia un discurso informal, por lo tanto debe ser también informal.

—¿Te molesta que te trate de vos?

—Para nada, porque vos sos yo. Y no voy a permitir que me trates de usted. Con los años he logrado entablar confianza con mí mismo.