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El estado natural de un libro es cerrado. Protegido por las tapas, con suerte también por los otros libros con los que comparte una biblioteca. Pero así no le sirve a nadie. Un libro que no se abre es un desperdicio de espacio.

La labor del escritor, cuando el libro está impreso, ya terminó. Ahora la responsabilidad pasa al otro lado: es el lector el que debe abrir el libro. Tiene que decidirse, animarse, vencer todos los impulsos que lo puedan llevar a hacer otra cosa. Sólo cuando el lector cumple ese rol, el libro empieza a tener un propósito.

No vale la pena comprar un libro para tenerlo ahí, archivado, sin leerlo nunca. Una biblioteca tiene que ser un catálogo de posibilidades. Algunas aprovechadas, otras por aprovechar. En cualquier momento tiene que estar la posibilidad de abrir cualquier libro, y sumergirse en él.

Puede ocurrir que uno compre un libro y nunca lo lea. Es un desperdicio, pero involuntario. Siempre está la posibilidad. Pero hay gente que compra libros sin la intención de leerlos. Pueden hacerlo, por ejemplo, para quedar bien. Ante el autor, ante algún conocido o ante sí mismos. No importa.

Sin ser un objeto de culto, a un libro hay que abrirlo, tocarlo, olerlo. Una buena edición invita a hacerlo, atrae al lector, pide que lea ese libro, y no otro.

El autor quiere ser leído también. No le gusta escribir para nadie. Algunos pueden afirmarlo. Mienten. Si no quisieran que otro los leyera no escribirían. Adentro del libro hay mucho esfuerzo, muchas esperanzas, con suerte mucho amor. El autor espera en el libro que el lector venga y lo complete. Que agregue el pong a su ping.

Todos los autores quieren lo mismo. Algunos eligen no hacerlo explícito nunca. Otros prefieren decirlo. Implorar a los lectores que se interesen, que se acerquen, que abran el libro como paso previo a leerlos. Por eso le ponen como título Léame.

That is the question

¿Sigo siendo el que escribió Léame? ¿Cuánto tiempo duraré hasta que me convierta en otro? ¿Me arrepentiré alguna vez de la totalidad del contenido?

¿Soy el que escribió todos los cuentos? ¿O fueron todos escritos por un mí diferente? ¿Me reconozco en ellos? ¿Soy capaz de revivirlos a voluntad, de sacarlos de un cajón, sacudirles el polvo y ponérmelos, como si fueran máscaras de mí mismo?

¿Cuántos soy?

¿Cuántos tuve que ser hasta llegar al que soy ahora? ¿Los tendré todavía adentro, como anillos de árbol, como muñecas rusas, como un procedimiento que se llama a sí mismo? ¿Cuántos yo rechacé? ¿Sé sacármelos de encima, o acarrearé con ellos toda la vida? ¿Terminaré sometiéndome a mi voluntad?

¿Me conoceré bien? ¿Llego a conocer a cada instancia de mí antes de que aparezca la siguiente? ¿Operaré en base a lo que era en lugar de lo que soy? ¿No convendrá hacer todo según lo que seré? ¿Qué seré? ¿Cómo saberlo? ¿Cómo construir un yo mejor a partir del yo actual?

¿Seré moldeable? ¿O seré uno por cada cambio, como las celdas de un dibujo animado? ¿Existirá una versión paralela de mí por cada yo potencial, lista para bajar del estante cuando la vaya a buscar? ¿Me estaré esperando en algún lado?

¿Me reconoceré en Léame dentro de unos años? ¿O reconoceré al que era y ya no soy? Espero que el que seré esté orgulloso del que fui.