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En los círculos literarios abundan las historias sobre la vida privada de los escritores. Las costumbres que tenían, lo que comían, las obsesiones, la rutina, los métodos que usaron para suicidarse. Esta información sirve de complemento para la literatura que produjeron.

Hay como un hambre de conocer al autor, con la idea de tener un contexto en el que situar la obra. Debo decir que no sé si estoy de acuerdo con esa idea. La obra debería brillar con luz propia, independientemente de quién fue el autor y cuántas veces por día se lavaba los dientes. Un poco de contexto, del orden de “este libro fue escrito en tal año en tal país” está bien.

Pero no sé si es razonable ver las obras a través de los datos biográficos, o ni siquiera, del autor. Lo entiendo en un ámbito académico, en el que se analiza una obra y conviene contar con la mayor cantidad posible de elementos, pero para la lectura “normal” no debería ser necesario ni especialmente útil.

Me parece que está relacionado con lo del post anterior, sobre buscar lo “real”. A ver qué cosas ocurrieron, qué cosas están sacadas de la vida real, cómo se mete la realidad en la literatura. Los pósters de películas basadas en un hecho real destacan ese aspecto, significa que los que hacen marketing suponen que la gente va a tener más ganas de verlas si está ese letrero. No ponen “completamente inventada” en las otras.

Este efecto pasa mucho con los poetas que se suicidan. Su obra pasa a ser una especie de juego de misterio, donde hay que encontrar pistas sobre lo que le pasaba, y guiños hacia el gesto final. En muchos casos es fácil hacerlo. Se me ocurre que debe ser interesante leer a gente como Sylvia Plath sin saber que se suicidó (aunque sospecho que en ese caso el desenlace no será una sorpresa).

No me opongo a conocer al autor. Hay que tener cuidado, sin embargo, de no confundir al autor con la obra.

La biografía del autor que aparece en Léame no tiene ningún dato específico. No dice nada sobre qué hice, cuándo nací ni qué me llevó de qué lugar a qué otro, ni por qué.

Algunos lo han interpretado como una manera de esconderme. Es una interpretación que entiendo, pero no era la idea. Me da la impresión de que no tendría por qué interesarle a nadie todos esos datos. ¿Qué cambia con saber dónde estudié? ¿Se lee distinto el libro si se sabe el año de mi nacimiento?

Tampoco es que me interesa ocultarlo. Sólo que se me ocurre que no es relevante. Hay un montón de cosas que no están en el libro, y que tienen muy buenas razones para no estar. Léame no incluye, por ejemplo una copia del Levítico en arameo.

Hoy (es decir el viernes, cuando escribía esto para programarlo) tuve que hacer una pequeña biografía verdadera para cuando llegara el momento de aparecer en la presentación. Tenía que ser no más de un párrafo. Costó un poco, porque no estoy acostumbrado a hacer esa clase de cosas. Escribí lo siguiente:

Nicolás Di Candia nació en 1980. A los siete años decidió que quería hacer reír, y desde entonces ha buscado la manera de lograrlo. Mucho después estudió producción de cine y TV. Trabajó en televisión y escribió en diversos medios. A mediados de 2007 le pareció que era hora, y empezó a escribir cuentos todos los días. Desde entonces no ha parado, y ya lleva más de 1600. Los mejores están en Léame.

Algunas cosas habían aparecido en este blog, que es el lugar a donde pueden acudir los que quieran saber más sobre el autor.

Ahora, puedo admitir que es posible que haya algún impulso para ocultarme, que esté escondido detrás de lo que creo que me hizo decidir a escribir y usar la biografía genérica que aparece en Léame. El razonamiento fue “puedo meter un cuento más si uso el espacio de la biografía”. Consideré el asunto de que podía ser ocultarme, y decidí que las ventajas eran más que las desventajas. Aunque puede ser que me haya estado engañando.