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La biografía del autor que aparece en Léame no tiene ningún dato específico. No dice nada sobre qué hice, cuándo nací ni qué me llevó de qué lugar a qué otro, ni por qué.

Algunos lo han interpretado como una manera de esconderme. Es una interpretación que entiendo, pero no era la idea. Me da la impresión de que no tendría por qué interesarle a nadie todos esos datos. ¿Qué cambia con saber dónde estudié? ¿Se lee distinto el libro si se sabe el año de mi nacimiento?

Tampoco es que me interesa ocultarlo. Sólo que se me ocurre que no es relevante. Hay un montón de cosas que no están en el libro, y que tienen muy buenas razones para no estar. Léame no incluye, por ejemplo una copia del Levítico en arameo.

Hoy (es decir el viernes, cuando escribía esto para programarlo) tuve que hacer una pequeña biografía verdadera para cuando llegara el momento de aparecer en la presentación. Tenía que ser no más de un párrafo. Costó un poco, porque no estoy acostumbrado a hacer esa clase de cosas. Escribí lo siguiente:

Nicolás Di Candia nació en 1980. A los siete años decidió que quería hacer reír, y desde entonces ha buscado la manera de lograrlo. Mucho después estudió producción de cine y TV. Trabajó en televisión y escribió en diversos medios. A mediados de 2007 le pareció que era hora, y empezó a escribir cuentos todos los días. Desde entonces no ha parado, y ya lleva más de 1600. Los mejores están en Léame.

Algunas cosas habían aparecido en este blog, que es el lugar a donde pueden acudir los que quieran saber más sobre el autor.

Ahora, puedo admitir que es posible que haya algún impulso para ocultarme, que esté escondido detrás de lo que creo que me hizo decidir a escribir y usar la biografía genérica que aparece en Léame. El razonamiento fue “puedo meter un cuento más si uso el espacio de la biografía”. Consideré el asunto de que podía ser ocultarme, y decidí que las ventajas eran más que las desventajas. Aunque puede ser que me haya estado engañando.

A medida que se acerca el momento all-important de la presentación, van apareciendo inquietudes, ansiedades que sólo pasarán en el momento cúlmine.

Cabe recordar que la presentación de la que se habla es la que ocurrirá mañana viernes, a las 19, en la sala F del Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1551, Buenos Aires.

La más importante por ahora es la salida de imprenta. Este paso crucial, que convierte al concepto en libro, está resultando algo más difícil que lo pensado. Al momento de escribir estas líneas (los posts salen programados) todavía no tenemos los libros en nuestro poder, y mientras pasa el tiempo la ansiedad crece.

Pero suponemos que va a estar todo bien. Será entonces responsabilidad propia que el evento salga lo mejor posible. Empiezan entoces los miedos. ¿Estaré a la altura? ¿Los que asistan serán testigos de un momento de humillación absoluta? ¿Me equivocaré en la elección de los textos para leer?

Mi parte racional me quiere tranquilizar. Sabe que puedo. Pero mi parte irracional no quiere escuchar argumentos. Entonces el miedo está, del mismo modo que también sé que existen peligros.

No valdría la pena, sin embargo, hacerlo sin estos miedos. La certeza es macanuda, pero atravesar los momentos de miedo y nervios es placentero, particularmente el instante en el que los vence. Esa sensación de “lo estoy haciendo” debe ser parecida a la que experimentan los paracaidistas durante la caída libre, aunque con menos viento.

El “lo estoy haciendo” se convierte luego en el satisfactorio “lo hice”, que después de cierto tiempo pasa. En su lugar, aparece “lo quiero hacer de nuevo”.