Releyendo el post anterior sobre ser positivo al escribir, pienso que algunas cosas se pueden interpretar mal.
Léame no deja el mensaje de que el mundo está lleno de pajaritos que revolotean en praderas repletas de flores y arcos iris. Hay una visión más o menos “realista” y también crítica, sólo que está enfocada desde un punto de vista que trata de mantenerse en lo positivo.
Suelo cuestionar todo lo que escribo, y también todo lo que hago. Es una sana costumbre. ¿Vale la pena hacer esto? ¿Se puede mejorar? ¿Aprendí algo? Trato de aplicar también lo que aprendo, no volver a cometer los mismos errores, todas esas cosas.
Esto se llama escepticismo, y hay gente que lo confunde con la negatividad. No, lo mío quiere positivo y también escéptico. ¿Por qué? Porque el escepticismo es una manera (tal vez la única) de llegar a la verdad.
En el caso de los cuentos, el asunto se reduce a ser fiel a lo que pienso que es el espíritu de lo que escribo, particularmente una vez que me doy cuenta de cuál es ese espíritu. No voy a tirar toda una construcción a la mierda sólo por hacer un chiste. Si es un chiste que vale la pena y no encaja, encajará en otro cuento. No faltará oportunidad.
Ese escepticismo es lo que hace que no me pase de mambo con la cuestión positiva. Porque en exceso puede ser irritante. Así como no voy a forzar un chiste que no encaja, tampoco voy a forzar positividad que no encaja. Pero nunca hay sólo lados negativos. Si me estoy enfocando mucho en lo negativo, el mismo escepticismo me hace repensarlo y busco algún lado bueno, para al menos mencionarlo.
El asunto es buscar siempre la verdad, aun la de la ficción. Y si la verdad es algo desagradable o que me parece que no vale la pena contar, y bueno, no lo cuento. Escribo otra cosa. O escribo lo mismo y veo si cambio de idea.