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Por fin, hoy es el día de la presentación de Léame. Permítame, adorado lector, recordarle el lugar y horario: a las 19 en la sala F del Centro Cultural San Martín. Sarmiento 1551, Buenos Aires.

Habrá brindis, snacks y mucho color. Un hermoso puesto venderá los primeros ejemplares de Léame. Usted tiene la oportunidad de hacerse con uno (o más) de ellos. Los primeros diez vendrán no sólo con bonus track exclusivo, sino también con un suculento regalo.

En el acto en sí, Léame será presentado por Sergio Criscolo. Luego aparecerá el autor, que es también el autor de estos párrafos y hoy le dio por hablar en tercera persona. En su espacio, no sólo leerá un par de cuentos de Léame sino que, si todo sale bien, pasará un pequeño video sobre el origen de las ideas. Esto depende de ciertas cuestiones técnicas, y podría no ocurrir. Pero, por otro lado, bien podría ocurrir.

Además de Léame, se presentan otros tres libros: cuerpoadentro de Belara Michán, Bengala Hotel de Eugenia Coiro y ranamadre de Nadina Tauhil. Cada uno tendrá su espacio (es decir su tiempo) para desarrollar lo suyo. Cecilia Maugeri será la maestra de ceremonias.

Todos los lectores, actuales y potenciales, serán bienvenidos en tan solemne acto. Vamos a tirar la casa por la ventana.

La presentación de Léame, está casi confirmado, será el viernes 16 de diciembre. No será el único libro que se presente ese día. Viajera edita cuatro títulos. Uno de ellos es ranamadre, de mi amiga Nadina Tauhil.

Nadina, poeta ella, no pone mayúscula en el título. Así que se lo respetaré. ranamadre es su primer libro, una colección de poemas de distintas series. Dejemos que ella nos diga algo al respecto:

Si bien ranamadre es un libro de poemas creo que, por sobre todas las cosas, cuenta una historia. Tanto los poemas del libro como los microrelatos que lo forman y le dan nombre hablan de un camino. Un camino, un viaje hacia aquello que más se desea y, sin embargo, se teme. Un viaje de vuelta a la infancia y sus fantasías. Un camino hacia lo enigmático del existir, del crecer, del ser mujer.

La verdad es que no he leído ranamadre entero, estoy esperando que salga (nazca). Pero las partes que conozco son al mismo tiempo devastadoras y vulnerables.

De particular interés para mí es la serie sobre las ranas que crían a sus hijos en el estómago, de forma tal que emergen no como renacuajos sino como ranas ya formadas. Así se protegen de los predadores. Las ranas en sí mismas son un punto de partida poético. Si se me hubiera ocurrido a mí hacer una serie sobre ellas, le habría dado un carácter científico, seguramente me hubiera mandado una crónica de Darwin. Nadina hace otra cosa. Se centra en el aspecto maternal, de protección, de fuerza y miedo.

Estoy seguro de que el libro completo tendrá partes que me van a sorprender. Espero que estén algunas de las cartas como ésta. Si está esa carta, se complementará con un texto similar de Léame, donde se puede ver el carácter científico del que hablo más arriba. Lo notable es que la que es científica es ella.

A principios de año nos dimos cuenta de que íbamos a presentar juntos el libro, y ambos nos alegramos de que fuera así. Estoy disfrutando mucho compartir este proceso con Nadina.

Esta semana Léame recibió su aspecto definitivo. Escrito ya el texto, hemos definido el interior y el exterior. Es decir, el libro está diseñado, y también está la tapa. Lo que hasta hace unos días era un largo documento de Word, hoy tiene forma de libro de verdad.

La colección Descubrir de Viajera se caracteriza por las tapas de colores. Cada libro es de un color diferente. El problema es que ya hay diez libros en la colección, y atento a mi teoría del color, esto implica que se han agotado los disponibles. ¿Cómo hacer para no repetir?

Bueno, no queda más remedio que recurrir a los tonos. Ésos que algunos llaman por otros nombres. El único color verdadero que nadie usó todavía es el marrón, probablemente porque nadie quiere que su libro sea del color del chocolate. Yo tampoco. Es una tentación, entonces, abrazar la teoría opuesta, según la cual existen tantos colores como nombres pueda imaginar el pantonemaster. Pero mis principios inclaudicables me impiden salir tan fácilmente de los obstinamientos.

Lo bueno es que ese obstinamiento sólo se refiere a los nombres de los colores. No me molesta usar tonos de colores que ya estén. Entonces hace muchos meses me puse a pensar colores, incluso antes de tener el título del libro. Pensé que me gustaba el naranja (mis hemisferios cerebrales están divididos sobre si es un color o no, porque es un tono de rojo al mismo tiempo que un color, pero al tener nombre el cuerpo calloso se inclina por que es un color hecho y derecho). El naranja brillaba en mi cabeza, hasta que irrumpió Cecilia Maugeri con su visitante / the visitor y lo ocupó para siempre.

OK, pensé, todavía falta. Cuando ya el título era Léame, quedó claro que era necesaria una combinación llamativa. La teoría al respecto se formula como “no da que un libro que se llama así pase desapercibido”. Existe una teoría opuesta, que sostiene que el Léame debe contrastar con su entorno, para que se destaque por sí mismo. Se parece un poco a mi postura Leslie Nielsen de no poner cara de chiste, pero me parece que no es lo mismo.

¿Qué color es llamativo? El rojo, pero ya había un par de libros rojos. Amarillo estaba ocupado también, y por un amarillo muy brillante, que empalidece cualquier otro tono que se le ponga cerca. Pensé entonces verde. Yeah, that’s the ticket. Verde. Un verde claro pero sólido, un verde rana, que se vea, que invite como un semáforo a pasar.

Pero apareció Nadina Tahuil, que editará al mismo tiempo que Léame su ranamadre. Y atenta al título del libro, no daba poner otro color que ese mismo verde rana, que cedí al mismo tiempo con placer y resignación (por cierto, es un libro espléndido, habrá un poco más sobre ranamadre en los próximos días).

De vuelta en cero, recorrí tonos de naranja a ver si podía encontrar alguno satisfactorio que no haya sido usado. Me topé con algunos obstáculos. Si me iba mucho al rojo llegaba a territorio herpes, si me iba para el naranja-naranja aparecía en Visitante. Si buscaba el medio, quedaba en La Pérdida o La Perdida. Igual encontré algún tono que, en el monitor, parecía reunir las condiciones. Un buen intermedio entre el naranja oscuro y el rojo, que sería al naranja y al rojo lo que el turquesa es al celeste y verde. Me decidí por ése.

Pero unos días después estaba leyendo el Foro Transportes, y me encontré con la mención de un color que se usa en las señales de tránsito con el objetivo de que se vean: carmín. Inmediatamente lo busqué en la Wikipedia, que ya había visto que tiene una gran cobertura de los colores (ahí figura como uno de los tonos del rojo y también del rosa, mostrando la relatividad de los nombres). “Es éste”, estaba claro cuando lo vi. Determiné los valores, inventé un mock-up y me gustó cómo quedaba. Así que deselegí el anterior y el carmín lo reemplazó. Me gustó más cuando me di cuenta de que otra forma de decir carmín es rojo carmesí eléctrico.

Pero faltaba un detalle. El carmín se veía muy bien en el monitor (desde algunos ángulos, así es el LCD), pero podía ser espantoso impreso. Así que esperé comiéndome las uñas, porque si no crecen demasiado. Durante días la tapa corría peligro de ser víctima de la tinta, el papel y el ojo humano.

Hasta que llegó la prueba de impresión. Vi la tapa por primera vez. Está buenísima. La aprobé entusiasmado. Próximamente, entonces, se presentará en sociedad el aspecto externo de Léame, envuelto en carmín.