Comer empanadas es un placer práctico. No se necesita usar cubiertos. La empanada individual tiene el tamaño apropiado para la mano, y su construcción hace que el relleno se quede adentro. Además, como una empanada es razonablemente chica, permite tener de varios gustos en una misma comida.
Presentes en las cocinas del continente desde tiempos inmemoriales, las empanadas son una especie de festejo. Una comida informal, modular, que se puede comer estando parado. El relleno puede tener un aire de misterio. ¿Esta empanada de carne tiene aceitunas? ¿La de atún tiene huevo? ¿Qué especias le darán ese sabor? ¿Habrán dosificado bien la cebolla?
El misterio se extiende también al contenido de la empanada, cuando aún no ha sido mordida. ¿De qué será cada una? ¿Cómo saberlo? A veces las que tienen queso chorrean un poco, y eso permite identificarlas. Pero fuera de esa clase de accidentes, pueden ser muy similares.
Por suerte, la misma característica que hace que una empanada sea tal es lo que permite identificarlas. El repulgue (repulgo para los académicos) es el cierre, donde la masa se encuentra con sí misma y forma el semicírculo característico. Este cierre se puede hacer de diferentes formas, siempre que quede razonablemente hermético. Hay diferentes movimientos con los dedos que dan resultados distintos. Se puede aplastar con la punta de un tenedor, para que el borde quede rayado. Se puede hacer distintas muescas.
Hace falta tener igual cantidad de diseños de repulgue que de gustos de empanadas. Así será fácil diferenciarlas. No hay nada más inelegante que tener que partir en dos una empanada para saber qué tiene adentro.
Esta identificación es parte de la experiencia de comer empanadas. Y se extiende a las cadenas comerciales de entrega de empanadas. Estos negocios cuentan con una flota de motos que acercan, luego de un pedido telefónico, las empanadas solicitadas al domicilio del consumidor. De esta manera no es necesario cocinar ni usar utensilios. Algunas cadenas proveen servilletas, y también bebidas, para que la experiencia sea completa.
Pero ocurre que hay cadenas que no entienden las sutilezas. Cada pedido de empanadas debe venir con la clave de los repulgues, la piedra de Rosetta para saber el gusto de cada empanada. Si esto no ocurre, las diferentes personas, que pidieron distintas combinaciones de sabores, se las verán en figurillas para saber qué comer. No tardarán en aparecer los ansiosos que querrán desmenuzar las empanadas, o que pretendan hacer una distribución azarosa antes de que se enfríen.
La hoja con la clave (puede estar también en la caja) permite evitar esas situaciones desagradables. Hay gente que no está dispuesta a hacer el esfuerzo de entenderla. Es gente sin lugar para la sutileza, que no es de fiar. Pero siempre aparece alguien dispuesto a ocuparse de la distribución correcta. Un maestro de ceremonias que sabrá interpretar los dibujos y los aprenderá rápido. Luego repartirá cada empanada a su legítimo dueño, y evacuará las dudas de quienes quieran servirse.
Hay algunas casas, sin embargo, que prescinden de este ritual. ¿Cómo diferencian las empanadas? Mediante un método objetable: escriben sobre ellas. Algunas tienen iniciales, otras directamente estampan el nombre completo del sabor sobre la empanada. Uno termina comiendo un letrero. Pero más allá de eso, uno se priva de parte de la experiencia de comer empanadas: la superación de la incertidumbre, el triunfo de la sagacidad y la inteligencia sobre la oscuridad que envuelve al relleno.