Léame contiene numerosas intertextualidades. Esto es, elementos de otros textos que aparecen incorporados en los propios. Existen algunos peligros cuando se usa este recurso.
El más importante es que la intertextualidad no se acabe en eso. Tiene que ayudar a decir lo que uno quiere decir. No vale la pena hacerla porque sí. Es un medio, no un fin.
¿Cómo reconocer una intertextualidad bien hecha? Tiene que fluir sin problemas con el resto del material. Aquellos que conocen el texto que se está citando reconocerán lo que se cita, y a los demás no les hará ruido. Es decir, la cita parece parte del texto y no llama la atención sobre sí misma.
Puede construirse el texto de forma tal que se llegue a la intertextualidad, porque hay ganas de incluirla. Está bien, fenómeno, salvo que puede ocurrir que el texto vaya en otra dirección, y la cita resulte innecesaria.
En consecuencia, hacer todo lo contrario es poco aconsejable. Si de repente irrumpe otro texto en el medio del propio, va a ser difícil volver. Va a sacar al lector de lo que está leyendo y lo va a llevar hacia otro lado. Puede hacer olvidar de dónde se venía. Termina siendo Family Guy.
Todos los elementos de un texto deben ganarse su lugar, no sólo las intertextualidades. Pasa seguido que aparecen cosas que se salen de registro, o que pertenecen a concepciones obsoletas sobre de qué se trata cada texto. Es necesario podarlas, y lo que quede será mejor que lo que había.