Mañana, 11 de julio, se cumplen cinco años del día en el que arranqué mi maratónica escritura continua.

Es decir, en algunos momentos paro, no estoy las 24 horas escribiendo. Pero sí escribo algo todos los días, y eso se ha cumplido desde entonces. La regla es que tiene que haber algo terminado (aunque después se modifique, el asunto es cerrar las historias y esas cosas). Esto tiene una serie de ventajas. Por ejemplo, me obliga a escribir cuando tal vez no lo haría. Y además, aunque no esté las 24 horas escribiendo, saber de la obligación de escribir en algún momento hace que esté las 24 horas a la pesca de ideas.

Desde entonces, mi libreta me acompaña a todos lados. Nunca sé cuándo va a aparecer una idea, ni cuáles de las ideas que aparecen van a ser buenas. Hay momentos de fertilidad, donde en pocos minutos sé que tengo gérmenes para una semana de escritura, y momentos en los que no sé qué hacer, entonces tengo que sacar algo de la galera.

Las ideas que acumulo y anoto son útiles para cuando no sé por dónde empezar. Sin embargo, no siempre sirven. Las ideas necesitan ser escritas en momentos adecuados. Se puede forzar la cosa, pero trato de no empujar cuando hay una idea que no tengo ganas. Lo suelo tomar como signo de que la idea no vale la pena, o de que no estoy preparado. Algunas de las mejores cosas que escribí vinieron de ideas que estuvieron ahí durante mucho tiempo, hasta que un día decidí tomarlas. También algunas de las peores. No es un método infalible.

Los días que incluso la bolsa de ideas no aporta nada, es necesario improvisar. Hay un vértigo que mucho no se disfruta, pero vale la pena cuando aparece algo de la nada. Esto ocurre con más frecuencia de lo que podría pensarse, y es uno de los placeres de escribir.

Además de la literatura, salieron también cuentos, posts de blogs, notas periodísticas, que no cuentan para la regla de uno por día. El uno por día tiene que ser algo para mí solo. Y si bien hubo algunos, muy pocos, textos externos que me gustaron lo suficiente como para incorporarlos a “mi canon” (uno es éste), en general van como extras. Este post, por ejemplo, no se incorporará a la lista que, al momento de escribir, tiene 1832 ítems.

Si usted, caro lector, compara la cantidad de días desde el 11 de julio de 2007 hasta el momento, seguramente no le dará la cantidad correcta. Es porque hubo días que escribí más de una cosa. A veces ha ocurrido. Pero no es práctico, porque me conozco, y si me dejo llevar, escribir dos cosas un día tarde o temprano me va a hacer permitirme no escribir nada, “porque total el promedio da”. Y, aparte, así me gasto las ideas. Como la intención es generar disciplina, me puse una regla informal de no hacer más de un escrito por día.

La regla del escrito diario sólo cambia cuando estoy de viaje. Ahí, como son circunstancias extraordinarias y la rutina se altera, me permito un cambio. Puedo no escribir algún día, pero al final del viaje tengo que tener igual cantidad de escritos que los días que viajé. Aprovecho así los momentos ociosos, como micros, aviones, barcos y habitaciones de hotel entre actividades. Y, debo decir, suelen salir cosas cortas.

¿Por qué me hago esas reglas? Porque me conozco. No tienen por qué necesitarlas todos, pero cada uno tiene sus debilidades. Una de las mías es que, si me dejo estar, no hago nada. Así, el ente regulador que tengo en la cabeza me empuja hacia la productividad haciendo lo necesario para que yo escriba. No me impone métodos, formas, duraciones, ni nada. Si el texto que quiero escribir un día es de una línea, vale (casi nunca pasó). Y si es de muchas páginas, vale igual.

Lo que sé es que, si no tuviera esa regla, no habría escrito Léame. Tal vez había otros caminos que llevaban a algo similar, elegí ése. Y como logro hacerlo funcionar, lo sigo sosteniendo con mucha más convicción que al principio.