Existen ciertos vicios que he decidido no tener. Hay otros que tengo, y cuando los descubro trato de sacármelos (salvo que me gusten, en cuyo caso espero a que me dejen de gustar). Ciertos giros idiomáticos legítimos, que otra gente usa, no son de mi agrado y trato de evitarlos. Repasaré algunos.
Hablar por escrito: más allá de los relatores de fútbol, hay escritores que intentan que sus palabras actúen, tengan expresividad. Entonces escriben que algo les gustó totaaaaaalmente. Enfatizan una letra, como si fuera un discurso hablado. O agregan signos de admiración, para comunicar que la frase entre signos tiene especial énfasis. Si bien no me opongo a escribir en registro oral, estos recursos son muy abusados, y habitualmente los evito. Aunque a veces los uso, Y cuando lo hago, suele haber una buena razón.
Palabras prohibidas: hay algunos vocablos que me irritan, como “típico”. Si se está describiendo, por ejemplo, un vestido típico de alguna parte no es problema. El asunto es cuando se está hablando de un personaje genérico, y el narrador dice “el típico pasajero de colectivo que habla fuerte por celular” o algo así. Prefiero describir la escena, sin contar con un falso sentido de complicidad con el público. Ese personaje hoy puede ser típico, pero en algunos años posiblemente desaparezca, y un lector futuro no sabrá de qué se está hablando. En cambio, si se lo describimos tal vez tampoco, pero tendrá alguna chance.
Mecanismos de prevención de repeticiones: repetir la misma palabra muy cerca es escribir mal, según algunos autores. Ciertamente trato de no repetir, aunque ése es un vicio que suelo tener, y las repeticiones se eliminan en revisiones posteriores. Lo que no hago es usar frases como “el mismo”, “el anterior”, “éste” o “ídem”. A veces me permito un “este último”, pero nada más. En ocasiones, la redacción me lleva a tener que elegir uno de estos mecanismos, o sucumbir a la repetición. Lo que hago en esos casos es cambiar la redacción, escribir de otra manera lo que quería decir. Así quedará menos forzado, y de paso me doy la oportunidad de pensar una forma más creativa.
Abuso de los paréntesis: solía tener este vicio. Los chistes estaban muchas veces entre paréntesis. Llegó un momento en que me cansó. Parecía una respuesta a mí mismo, algo que no estaría mal si fuera buscado. Así que decidí usar los paréntesis para su propósito primario, o sea el que me enseñaron en la escuela primaria (lo que está después de la coma en otra época hubiera estado entre paréntesis). Ese propósito es aclarar algo que pueda ser confuso, o dar un dato adicional no esencial (como ocurre con el paréntesis de la frase anterior, o incluso con éste). Lo bueno es que nunca tuve el vicio de algunos autores, de hacer paréntesis larguísimos, de más de una página, en la que uno se pierde y no sabe qué se está diciendo. Y sufre al pensar que si lo accesorio dura tanto, lo principal debe ser mucho más largo.
Rimas: muchas veces quedan frases que riman en forma no intencional, y es posible que en Léame se haya colado alguna. Hay que recurrir a sinónimos o modificar redacciones para corregir las rimas que suelen quedarme cuando escribo la primera versión de algo (aunque me está pasando un poco menos con la práctica). El problema es que a veces puse un sinónimo para evitar rimar, y cuando me rima después, lo reemplazo con su sinónimo, que puede ser la palabra que evité usar la primera vez. Ahí aparece una nueva, y se produce una concatenación que puede tender al infinito.
Con el paso del tiempo me voy sacando los vicios, y por eso escribo mejor. Tarde o temprano llegará, por fin, después de tanta búsqueda, la perfección.