¿Cómo se diferencian las ideas buenas de las malas? No hay muchas referencias. Muchas ideas parecen buenas y al ejecutarlas resultan problemáticas. El problema puede ser la ejecución, pero eso no ayuda. Del mismo modo, hay en mi experiencia muchas ideas que parecían muy pavotas hasta que me senté a escribirlas, y de ellas salió algo.
Es raro que se me ocurra una historia. En general pienso puntos de partida, que anoto prontamente de una manera que me recuerde el razonamiento que me llevó hasta ahí (si fue un razonamiento lo que me llevó). Puede ser un juego de palabras, un momento, una relación de dos conceptos hasta ese momento separados, una frase que me resulte llamativa sin que sepa por qué, o cualquier otra cosa. A veces anoto frases que me vienen a la cabeza y no entiendo bien, o entiendo pero se me ocurre que encierran algo digno de ser explorado.
Después, cuando llega la hora de escribir, reviso lo que tengo anotado. A veces estoy con ganas de hacer una idea en particular, y en esos casos no necesito revisar nada. La hago directamente. Otras veces no sé y me tengo que forzar a escribir, y tardo un rato en decidirme entre alguna de las ideas disponibles. En general tiendo a hacer primero las que parecen tener más puertas abiertas. Cuando pasan los días, si no aparecen ideas nuevas, van quedando las más crípticas, y me veo obligado a hacer una de ésas.
Pero eso no implica que resulten en un escrito críptico, o inferior. Pasa seguido que las ideas que parecen redondas terminan siendo simplotas. O más obvias. No hay garantías. Cualquier idea puede llevar a algo bueno, y cualquier idea puede llevar a algo pésimo. Hay un componente de suerte, inspiración o lo que sea que permite llegar a algo.
Hay cuentos que se escriben solos. Fluyen naturalmente, y no tengo más que dejarlos. Puede ocurrir que fluyan hacia lugares comunes, y tenga que guiarlos un poco. En ese caso el autor opera como “la mano invisible” y tiene que saber apartarse. Otras veces se requiere una intervención más dura. Explorar, buscar, dar vuelta conceptos, insertar situaciones, forzar. Hay cuentos que piden eso. Es necesario saber reconocerlos.
Aprendí con el tiempo a confiar en mi instinto. Me acuerdo cuando estaba escribiendo un cuento en el que los personaejs se comunicaban con las caras. El chiste estaba en que se decían cosas complejas sin hablar, con sólo poner una cara. Me parecía que lo natural era que terminaran en una situación sexual, pero no tenía ganas de meterme en eso. En su lugar, los hice jugar a las cartas, mientras pensaba que no era muy ingenioso. Pero al rato caí en la cuenta de que en el truco la gente expresa qué cartas tiene con la cara, y eso me trajo una resolución para el cuento. Se llama Comunicación facial, pero no está en Léame. Es bastante viejo, y los cuentos de Léame son mejores. De todos modos, ésa fue la primera vez que uno de mis cuentos se escribió solo, y recuerdo lo contento que quedé.
No me levanto hasta terminar una primera versión. Pero nunca un cuento va a quedar en esa primera versión. O es rarísimo. Siempre hay cosas para corregir. Desde grandes aspectos de la trama, que permitan con un poco más de perspectiva mejorar la historia, hasta detalles que uno puede haber descuidado en el primer intento. Eso también aprendí. Nunca se termina de corregir. Estoy seguro de que cuando Léame esté publicado, voy a ver cosas que escribiría distinto, puntas que no vi, palabras que me arrepiento de haber puesto.
Pero tampoco es cuestión de volverse loco. El libro que está por salir es lo mejor que sé hacer en este momento. Pasó por un montón de revisiones. Después, cuando empiece a tener desacuerdos, no voy a ser la misma persona que hoy. Y voy a estar tranquilo al saber que dí lo mejor de mí.