Estoy todo el tiempo dudando de mí mismo. Puede ser una actitud que muestre inseguridad, o puede tomarse como si me estuviera mandando la parte. “Uy, mirá cómo pongo en duda todo, qué loco que soy”. Pero no es ninguna de esas dos cosas. Es por una razón muy atendible.

El escepticismo es muy importante. Es lo que nos permite diferenciar entre la verdad y la mentira. Entre lo que sabemos y lo que creemos que sabemos. Es necesario poner a prueba en general todo, y particularmente lo que tendemos a dar por cierto sin pensar. Ahí puede esconderse una gran mentira.

Es útil también poner a prueba las ideas de los otros. Pero no (especialmente) lo que los otros dicen, sino lo que no dicen. Lo que, a través de lo que dicen y hacen, permite revelar lo que piensan. Hay que poner a prueba las bases sobre las que opera no sólo uno, sino también los demás.

¿Qué tiene que ver esto con la literatura? Es simple, esta forma de escepticismo puede servir de fuente de ideas. Un cuento puede ser una exploración de principios que aplica alguien, a ver cuánto resisten. En el caso de la literatura, no se trata de ponerse a hacer pruebas científicas. Pero sí aplicar la lógica, ver si se encuentra algún agujero, si la idea es consistente. Y si no lo es, seguramente en las inconsistencias será posible hallar humor.

Carl Sagan, en el libro The Demon-Haunted World, hizo un compendio de elementos a tener en cuenta. Se llama Baloney Detection Kit (otra versión acá), y puede traducirse al español como Kit de Detección de Patrañas (el link es Taringa, yo en vez de estupideces usaría sanata como tradución más vernácula).

En la ficción se pueden usar preceptos que en la vida real son falsos. Cuando escribo me gusta agarrar alguno y llevarlo hasta las consecuencias lógicas. Termina siendo una especie de reducción al absurdo, y es una forma razonablemente fácil de hacer algo divertido de manera simple.

Hay que tener en cuenta, entonces, que no tengo por qué pensar todo lo que un cuento mío dice que pienso, o parece decir que pienso. Es posible que no esté más que explorando, aprovechando que la ficción, a diferencia de la mentira, no pretende ser tomada por verdad.